Estamos en la recta final, a las puertas de un nuevo año y despidiendo a aquel que hemos habitado a lo largo de sus 365 días. Regularmente cuando entramos en esta etapa la mayoría de las personas comienzan a hacer promesas, a proponerse metas, a renovar sus votos, todo como parte de un ritual de fin de año y como preparación psicológica para recibir al naciente.

Soy una persona de fe, pero vivo con los pies puestos sobre la tierra y, respetando todas las creencias que puedan haber y las muchas cosas que se diga debemos hacer para que el que viene sea un año bueno y próspero para nosotros, siento que aunque hagamos todo esto que nos dicen pero no hacemos lo que debemos no pasará nada, seguiremos en lo mismo.

Siento que lo que hagamos debe ir más allá que seguir los pasos de una receta mágica que nos traiga la "buena suerte" y que nos ubique cerca de nuestro objetivo. Si requerimos dinero, propongámos a arreglar el currículo y a entregarlo donde se requiera y si esto no nos cuadra, podríamos apoyarnos en lo que sabemos hacer y sacarle provecho porque el dinero no va a entrar al hogar porque le guste el color amarillo de nuestra ropa interior del 31 de diciembre y mucho menos podremos realizar un viaje con solo sacar a pasear las maletas por la comunidad ese día.

Se que puedo sonar dura, sin embargo no creo que sea más dura que la realidad que nos tocará enfrentar al poner nuestra fe en lo tradicional, pretendiendo que este hecho nos ayudará a conseguir lo que queremos o necesitamos sin procurar hacer más nada para ello.

Soy Venezolana y esto, entre otras cosas, significa que también tengo una dósis extra de Esperanza y en base a ello actúo y; más que un ritual, tengo como costumbre poner siempre mis planes, mis esperanzas mis anhelos y necesidades en oración ante Dios a través de mi vida sin importar el momento a o el tiempo del año.