Recuerdo con mucha nostalgia mis primeros días de escuela. Era una casa antigua, acondicionada para impartir clases a niñas de la ciudad. La fachada era de color marrón y azul, con grandes y sobrios ventanales, una puerta recia que siempre estaba acompañada de un señor que supervisaba la entrada y salida de las niñas y las maestras. En una placa de metal, a un costado de la puerta, se podía leer: Escuela Nacional Ciudad de Cumaná.

_{Escuela nocturna, 1663. Gerrit Dou (1613–1675)}
Fuente

Mi primera escuela tenía grandes salones en los que se destacaban las figuras de las maestras que impartían sus clases con mucho aplomo. En el centro de la casa gobernaba un gran patio. Aquí se desarrollaba el recreo donde jugábamos a la ere paralizada, saltábamos la cuerda y disfrutábamos la rica merienda que comprábamos en la cantina.

Guardo en mi memoria aquellos días en los que celebrábamos alguna fecha patria o se conmemoraba el día del árbol, del himno nacional. Venían los actos culturales y para esto teníamos que prepararnos. Algunas niñas cantaban, otras bailaban en alguna coreografía o declamaban versos en el día de la Madre.

Llegó el anhelado día de finalizar primaria e ingresar al “Liceo”, así, con “L” mayúscula. De solo pensar que tendríamos otras materias novedosas, francés, inglés, y que en algún momento usaríamos una bata blanca de laboratorio era para quedarse pasmada de la emoción.

Fueron pasando los años uno a uno. En ese transcurrir ciertos compañeros se retiraron del horario diurno por diversas razones. Algunos decían que debían trabajar para ayudar a sus familias a cubrir los gastos económicos o porque tenían otros planes de vida. Para no perder la continuidad, y bajo el consentimiento de sus padres, se pasaban al liceo nocturno en la misma sede pero que funcionaba curiosamente bajo otro nombre.

Ya allí era otro mundo. Los estudiantes, aunque siendo aún jóvenes y adolescentes comenzaban a formar parte de una realidad distinta, en la que debían responsabilizarse más por ellos mismos, y aunque no eran aún del todo adultos, debían comportarse a la altura de la nueva situación que les tocaba experimentar.

Esto siempre me llamó la atención. Seguramente, para ellos -pensaba yo- todo se haría más complicado, más pesado, ya que no solo era estudiar, sino trabajar una extenuante jornada de trabajo de ocho horas, en el mejor de los casos, para luego sentarse a recibir clases, agotados, con ganas ya de estar en la casa, descansando para el próximo día de estudio y de trabajo.

Pero como reza el dicho, no hay nada escrito sobre la faz de la tierra, y la vida con el paso del tiempo se va complejizando y nos vamos comprometiendo con nuestro futuro de una manera única e individual. De aquí que los cambios nos imponen tomar decisiones que a veces pueden no ser las más cómodas, pero siempre que redunden en nuestro bienestar, serán entonces aceptadas como el camino más apropiado para continuar con nuestros sueños y metas.

Invito a participar en esta amena actividad a

@mariaz

Aquí le dejo el Enlace

Post configurado con el 10% a favor de @venezolanos