La historia de amor entre Simón Bolívar y Fanny du Villars.
Simón Bolívar contaba con diecinueve años, cuando regresa casado a Venezuela. Se instaló en la ciudad de Caracas y se preparaba a vivir en sus campos patrimoniales la vida pacífica, burguesa de todos los habitantes de buena familia de la ciudad. En aquel aburguesado señorito existe un hombre de sueños y aventuras que aún no se ha revelado.
Doña María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza (1782-1803) siempre ignoró a aquel otro Simón, y él, para entonces aún se ignoraba a sí mismo; fue precisamente la muerte de María Teresa lo que hizo revelar la inquietud y la excesiva sensibilidad del mancebo.
El 22 de Enero de 1803 muere en Caracas doña María Teresa, luego de apenas 10 meses de matrimonio con Bolívar. Simón queda viudo antes de cumplir los 20 años de edad, cae en melancolía, por primera vez el dolor se clava en su corazón. Cuando el fallecimiento de su madre, cuando la desaparición de su padre, aún era un niño con una sensibilidad embotada, ahora era todo diferente sentía un dolor muy agudo ante la pérdida de su amada, a la que definió como “una joya sin defectos, valiosa sin cálculo"
Ante la pérdida irreparable de su amada esposa en plena luna de miel, el joven Simón se desespera. Pasa días y noche sumidos en el estupor, recorre con melancolía los sitios donde estuvo con su difunta esposa y cada noche le trae un recuerdo y cada recuerdo aviva una pena. Cree morir, piensa en el suicidio. Jura no volver a casarse. Llora y sintiéndose inconsolable en aquellos paisajes donde vivió su sueño de amor, se embarca para España con el propósito de entregar las pertenencias de su difunta esposa a su suegro (Don Bernardo Rodríguez del Toro) y además visitar aquellos sitios que compartió con María Teresa y donde fue tan feliz.
Entrega al padre en Madrid, prendas y objetos de la amada, que para el adolorido Simón meren culto. Suegro y yerno se unen en lágrimas. Parece extrañarse de que los demás no sientan la desaparición de María Teresa con la misma intensidad que él. Resuelve alejarse de aquella familia y de aquellos sitios bilbaínos y madrileños que tanto le recuerdan a su amada esposa y decide dirigirse a París.
París, con ser París, no logra calmarlo. Se aburre. En carta fechada en el año 1804 escribe lo siguiente “París no es el lugar que pueda poner término a la vaga incertidumbre de que estoy atormentado, sólo hace 3 semanas que llegué y ya estoy aburrido”.
Ha transcurrido más de un año y aun siente el vacío de la partida de su amada esposa, sin embargo en la escena aparecería una mujer que lo cambiaría todo.
Fanny du Villars fue la mujer que le devolvió las esperanzas y las ganas de vivir al Libertador. Según muchas versiones se conocieron en el salón “Du Villars” un espacio donde se reunían los grandes intelectuales de París donde Bolívar se impregnó y quedó encantado por las ideas de la Revolución Francesa. El tema del parentesco entre Fanny y Bolívar es muy polémico, hoy día hay autores que manifiestan que en efectos eran primos y otros dicen que no hay ningún parentesco entre ellos.
En lo que todos están de acuerdo es en la belleza y encanto de Fanny, además de que hay varios retratos que lo confirman, era una mujer espiritual, coqueta, elegante, mundana, tenía cabellos negros, cutis blanquísimo, hermosos ojos azules que hacían contraste con su cabellera negra ensortijada.
Bolívar de inmediato quedó prendido de esta hermosa mujer que rondaba los 28 años de edad y estaba casada con el conde Barthélemy Régis Dervieu du Villars 25 años mayor que ella. Fanny era una dama exquisita y con experiencia que cumplió el rol de amante, madre y guía; fue Fanny la que sembró en aquel joven el deseo de la libertad, fue Fanny quien le presentó a los grandes intelectuales revolucionarios de la época, fue con Fanny con quien pudo por fin superar la gran pena de la muerte de su amadísima esposa.
Bolívar desbautiza a esta mujer y la llama como a su difunta esposa “Teresa”. El mayor título de esta nueva Teresa a su adhesión es que lo ha comprendido y ha fingido llorar con él la prematura vejez.
“Ah, Teresa, mujer imprudente, a la que no obstante no puedo negar nada, porque has llorado conmigo en los días de duelo.”
Nadie mejor ha descrito el envolvente encanto de su tertulia, como lo hizo Indalecio Liévano Aguirre en su libro Bolívar:
Fanny recibía la admiración galante de sus amigos, que tanto la halagaba, y en el ingenio, excentricidades y atractivo de los hombres inteligentes y artistas que allí concurren, con cierta elegancia muy suya, buscaba estímulos para satisfacer su sensibilidad en pasajeras aventuras. Para guardar las apariencias bastaba la presencia de su marido, hombre de cincuenta y seis años y siempre absorto en sus estudios botánicos”.
En el libro Pasión en París, se describe lo siguiente:
“Fue amorosa y benevolente con él, lo introdujo en el círculo social de sus amistades, e hizo cuanto pudo por hacerle la vida agradable y guiarlo en la deslumbrante ciudad. En más de una ocasión, gracias a sus consejos y súplicas, Fanny lo alejó del vicio del juego. En cierta oportunidad, hasta le ayudó a pagar las deudas de su mala suerte, tal como ocurrió en un momento cuando, en compañía de su gran amigo Fernando del Toro, al perder y no tener el dinero con qué pagar, de inmediato acudió a donde su esposo, quien lo proporcionó.”
El idilio terminó, pero Fanny siempre estuvo en los pensamientos de Simón y Simón siempre estuvo en los pensamientos de Fanny.
Aunque le suplicó que no marchara, en Bolívar había germinado el deseo de la libertad, ella le obsequió un anillo con fecha del 6 de Abril de 1805.
“París, abril 6, de 1826
Dedico esta esquela para nosotros dos.
Hoy hace 21 años, mi querido primo, que usted dejó a París, y que me dio usted una sortija que lleva esta misma fecha, 6 de abril; pero en vez de 1826, fue en 1805 cuando aquello sucedió.
Este anillo siempre me ha acompañado, trayéndome a la memoria el recuerdo gratísimo de una amistad que usted me aseguró sólo se extinguiría con su postrer suspiro.
¿Recuerda usted mis lágrimas vertidas, mis súplicas para impedirle marcharse? Su voluntad resistió a todos mis ruegos. Ya el amor a la gloria se había apoderado de todo su ser, y sólo pertenecía usted a sus semejantes por el prestigio que les ocultaba el genio, que las circunstancias han aumentado.
Su resolución de alejarse de mi me hirió profundamente; pero hoy aquel valor tan firme lo eleva a usted en mi pensamiento y lo coloca sobre todos los hombres.
He tenido y tengo aun la confianza de creer que usted me amó sinceramente, y que en sus triunfos, como en los momentos en que corría usted algún peligro, pensó usted que Fanny le dirigía sus pensamientos.
Consérvese usted para la felicidad y la gloria del Nuevo Mundo; tengo todavía la esperanza de volver a verlo, de estrechar contra mi corazón al ser más digno que ocupa todos mis pensamientos, al objeto de mi profunda admiración.
Dígame, pero escrito de su mano, que me conserva usted una amistad verdadera… No tengo ya el derecho de ser exigente…
Si usted se encuentra en el apogeo de la gloria, dígamelo, y me congratularé con usted; si, al contrario, no se siente satisfecho, también es a mí a quien debe decirlo porque lo que concierne a usted será para mí más que mi propia existencia, más que yo misma.
Adiós, mi caro amigo, yo lo amo a usted y creo que no es porque le he amado que le amo tanto. No sería imposible que fuese este un adiós para siempre. Dios sólo y usted pueden saberlo.
Conserve usted mi retrato; él será más feliz que yo, porque, al enviarle mi imagen, no tengo la facultad de prestar mi alma a mi fisonomía: si la tuviera, tal vez olvidaría usted mis años.
Adiós, mi querido primo. Fanny D. du Villars. Neé de Trobriand et Aristeguieta”