El Silencio dice más que Mil Palabras

in #escritura9 months ago (edited)

Capítulo I

Desperté a las 08:00 a.m. y ella no estaba a mi lado, pero no le di importancia.

«Seguramente se está bañando», pensé.

Me estiré sobre la cama y me levanté sin ganas, ni siquiera, de abrir las persianas. Encendí las luces y vi su celular sobre la mesa de noche. Nunca he sido de esas personas inseguras que intervienen en la privacidad de su pareja, así que fue verlo y seguir mi camino. Había estado lloviendo toda la noche, así que hacía un frío demasiado agradable.

Bajé las escaleras. Llegué a la cocina y para mi sorpresa ella estaba preparando el desayuno. Juro que no había sentido tanta ternura en mi vida desde que mi madre me preparaba la comida. Estaba tan bonita como siempre: sin maquillaje, desarreglada, con esas ojeras de oso panda, con su cabello recogido, un mechón hacia un lado y con su sonrisa que iluminaba más que cualquier luz en la casa.

—Buen día, preciosa —dije mientras me sentaba—. ¿Cómo dormiste?
—Buen día, chico que ronca —dijo sonriendo—. Dormí muy bien, ¿y tú?
—Sé que si roncara, no estarías conmigo —solté una carcajada.
—Pues, creo que debería dejarte, porque pareces un viejo tractor —dijo mientras tomaba asiento.
—Adoro tu sentido del humor.
—Yo adoro tu fea cara —me dio un beso en los labios y después nos dedicamos a comer.
—No sabía que cocinabas tan bien —dije.
—Jamás tuve la oportunidad de hacerlo. Tú siempre quieres demostrar ser el líder de la cocina —dijo y se le escapó una mueca llena de picardía.
—Entonces me levantaré tarde más seguido —sonreí como un niño.

Comimos y hablamos de todo un poco. Ella tenía una entrevista de trabajo ese día. Me ofrecí a llevarla en mi auto, pero se negó.

«En transporte público llegó sin problemas», dijo. Me sentí extraño, pues yo en su lugar no rechazaría el hecho de que alguien me llevase a cierto lugar, ahorrándome el pasaje y el tiempo que perdería en el transporte, pero no le dije nada y seguí desayunando.

Terminamos de comer y me ofrecí a fregar los platos. Ella no puso objeción y subió las escaleras. Puse a sonar cualquier canción de Green Day y fui a fregar. La mañana iba bien hasta ese momento; quizás ella estaba un poco rara, pero todos podemos levantarnos con el pie izquierdo de vez en cuando. Y ella, malhumorada o como fuese, se veía preciosa. Terminé con los platos, las tazas y lo demás, y limpié la mesa. Caminé hacia la sala y me tumbé sobre el sofá.

Pasaron diez minutos y ella bajó las escaleras. Si cuando estaba sin maquillaje y despeinada se veía hermosa, vestida como si fuese a laborar se veía increíble. Le miré de arriba a abajo y le sonreí.

—Si no te dan el trabajo es porque están ciegos —dije.
—Si me contratan por mi físico sería muy triste, ¿no crees, cariño? —dijo levantando las cejas.
—Sabes a lo que me refiero. Estás preciosa.
—Gracias, ya lo sabía —me guiñó un ojo.
—¿Estás bien? —dije mientras me levantaba del sofá.
—Sí, sólo estoy nerviosa.
—Trata de mantener la calma. Ese trabajo es tuyo —le di un abrazo. Ella se apartó rápidamente.
—Oye, ¿qué sucede?
—Estoy bien, amor. Ya me voy a la entrevista —dijo mientras tomaba su celular y su bolso.
—Cuídate mucho, ¿sí? —dije mientras le abría la puerta.
—Vale, vale. Te llamo cuando llegue al lugar.

Y se fue sin mirar hacia atrás. Cerré la puerta, fui a servirme un taza con café y de nuevo me senté, aunque esta vez a darle vueltas al asunto. Lo mejor era no hacerle caso a lo que acababa de suceder, pero era demasiado terco y me puse a analizar esa curiosa situación.

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