Truco o truco

in #halloween6 years ago

Apenas el sol se ponía en el horizonte, en Holtcom toda actividad era abandonada. Esa tarde, Eric hacía una zanja para drenar el agua del corral de los cerdos, y aunque le faltaba solo un par de metros, soltó la herramienta y la puso a un lado. Sacó un pañuelo mugriento del bolsillo y se lo pasó por su arrugada y sudorosa frente. Luego, se acercó con paso rápido a una esquina de la casa y tocó una campana. Adentro, su mujer, Mariam, dejó lo que hacía y salió a ayudarle. Dieron comida a los animales en el establo y cerraron su puerta con candado, no sin antes guardar todas las herramientas de trabajo. El cielo estaba teñido de naranjas y rojizos destellos cuando ya estaban dentro de la casa, pero no disfrutaron del hermoso atardecer. En la noche solo el bombillo de la puerta principal iluminaba la residencia de los Hock.

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Holtcom es un pequeño enclave de un par de decenas de granja en las que se cultiva más que todo maíz, calabazas, sorgo y árboles frutales. La mayoría, como los Hock, tiene animales de corral, y todos, se refugian en sus hogares al caer la noche. Viven de la venta de la pequeña producción en el pueblo de Holt, a unos 10 kilómetros, a donde los niños van al colegio, gracias al servicio de transporte que ofrece a buen precio la señora Helen.

Protegidos dentro de la casa, Mariam comenzaba a preparar la cena, pasta con salsa de carne de cerdo molida; mientras Eric escogía frutas para hacer un jugo. Estaban callados, tranquilos. A veces él le decía algo y ella respondía. De pronto, dos golpes a la puerta. Son suaves, como de un niño. Diez segundos después son dos golpes más, pero más fuertes. De inmediato es una batería de golpes que dura poco tiempo.

Cuando ya ha pasado un minuto sin que llamen a la puerta, Mariam respira profundo y mira a su marido. Ambos están aliviados y se sientan a comer.


Son tres niños o demonios. Nadie sabe si están vivos o muertos, pero cada noche desde el Halloween de hace cuatro años, tocan las puertas de Holtcom. Quien atienda al llamado estará muerto igual que el resto de las personas dentro de la casa.

Todos recuerdan aquel Halloween, pero nadie lo comenta. Los niños regresaron a casa repletos de dulces antes de las nueve de la noche. Todos volvieron, excepto tres. Los hermanos Smith.

El mayor, de 11 años fue obligado por sus padres para cuidar a los dos más pequeños. Miguel iba vestido de diablo, con cuernos, capa roja, una cola y tridente. Robert, que casi cumplía los 8 años, se disfrazó de momia. Y la pequeña Emily, de 5 años, era un adorable fantasma, con una sábana blanca sobre la cabeza y dos agujeros que dejaban ver sus grandes y vivaces ojos azules.

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Siendo una comunidad tan pequeña y cerrada, no había sospecha de ningún vecino. Emma y Scott Smith pensaron en un secuestro perpetrado por alguien que no pertenecía a Holtcom. Fueron a la Policía para saber si se registró una actividad inusual en la carretera que es única entrada y salida a Holtcom, pero no había transitado ni un solo carro diferente a los de los residentes.

Desaparecieron por tres días. Todos los vecinos ayudaron en la búsqueda. Día y noche. En los sembradíos, los establos, las casas. No los encontraron.

La tercera noche tocaron a la puerta de la casa de los Smith. La madre abrió llena de esperanza. Eran sus tres hijos. Sonrió, lloró y se puso la mano en la boca para detener el llanto. Cuando intentó llamar a su esposo, emocionada, notó una actitud sospechosa en los niños, que se quedaron mirándola, sin una reacción de alegría.

A pesar que solo habían pasado tres días, los niños parecían llevar esos disfraces desde hace años y ya eran parte del cuerpo. El vendaje falso de Robert parecía adherido de verdad a su piel putrefacta, que supuraba y atraía moscas; los ojos de Emily eran tristes y malévolos, la sábana estaba sucia, manchada de sangre; y los cuernos de plástico que ella misma pegó a Miguel ahora eran de hueso oscuro y salían de su frente, donde había rastro de sangre seca, era realmente un diablo.

Los Smith fueron hallados descuartizados en su casa. Emma, la madre, en el recibo, a pocos metros de la puerta y al padre, Scott, hecho pedazos en su sillón, frente a la televisión.

Esa misma noche, los Cooper, vecinos de los Smith, también fueron asesinados. Los cuerpos estaban desmembrados, como arrancados por alguien con una fuerza descomunal, sin usar cuchillo o alguna otra arma o herramienta. El padre en la puerta. la madre en la cocina, y la hija mayor, Wendy, en su habitación, con los audífonos a alto volumen aún puestos en sus oídos. El hijo pequeño, que asistía al mismo aula que Robert y estuvo con los niños Smith la noche de Halloween, pudo esconderse en un pequeño agujero del closet de la alcoba de sus padres. Cuando fue hallado estaba ausente.

En la Policía no conseguían la forma de que el pequeño Scott hablará. Un par de horas después, una oficial con conocimientos en psicología infantil se le acercó, lo saludó y le dejó hojas de papel blanco y lápices de colores.

Unos minutos después, el pequeño Scott se afanaba a dibujar. En uno se veía a una niña con una sábana ensangrentada encima sosteniendo un pie en la mano. En otros estaban los tres niños disfrazados, pero no eran alegres. Sus ojos habían sido coloreados con rojos y naranjas.

Sin duda, el pequeño Scott había reconoció a sus amigos y vecinos, o al menos sus disfraces, estatura y gestos. Al final de la tarde finalmente habló.

–Eran ellos, pero no eran. Así estaban vestidos, yo estuve con ellos casi toda la tarde.

Los policías sacaron poca información que les permitiera encontrar a los niños disfrazados. El pequeño Scott aseguró que nunca hablaron en voz alta, sino que se acercaban entre ellos y susurraban. También relató que los vio recorriendo la casa, buscando algo. Volvió a quedarse sin habla cuando le preguntaron si había visto alguno de los crímenes.
Esa misma noche, el pequeño Scott fue enviado con sus abuelos, lejos de Holtcom.

Aunque ya caía el sol, la noticia se esparció rápidamente, pero de manera extraoficial: Los niños Smith habrían regresado y ahora son asesinos. Son los primeros sospechosos en el caso de sus padres y sus vecinos.
Algunos residentes de Holtcom adoptaron medidas drásticas esa misma noche, como precaución. Al anochecer, se resguardaron en sus casas y pasara lo que pasara, se oyera lo que se oyera, no saldrían afuera hasta que amaneciera.

La señora Helen escuchó la noticia y no la creyó. Adoraba a los niños con los que diario compartía cuando los llevaba al colegio, y los traía de vuelta. “Ellos no pueden ser unos asesinos”, dijo.
Cerca de las nueve de la noche, cuando escuchó que tocaron la puerta la abrió. Dio dos pasos atrás y se puso la mano en el pecho.

–¿Miguelito, eres tu? –preguntó asustada– ¿Qué es lo que hacen aquí? Ya no es Halloween.

La niña alzó la cabeza para decirle algo a su hermano. Su gesto se notó por encima de la sábana ensangrentada; él acercó su oído, pero no se escuchó nada. El diablillo sonrió y sus ojos se encendieron de maldad.

La policía halló 17 partes del cadáver de Helen, regadas por la casa y conectadas a través de rastros de sangre y órganos. El pie derecho en la puerta de la entrada, una de sus orejas en la cocina y algunos dedos en el lavamanos del baño.
El hijo de Helen, que era cazador pero ya no vivía con su madre, decidió seguir las huellas de los niños. Se internó en un campo de sorgo y llegó hasta la carretera que da acceso al pueblo. La caminó un par de kilómetros y se topó con el policía de tránsito. El rastro terminaba en un riachuelo y una cueva. Nadie lo volvió a ver.

Esa noche tocaron la puerta de los Hock, pero no abrieron ni preguntaron desde adentro quién era. Cuando despertaron, al otro día, se sintieron aliviados, pensando que habían hecho bien. Pero sus vecinos, los Merlock, no corrieron con la misma suerte. Todos, la abuela Anne, su nuera Margaret y la pequeña Susan flotaban descuartizadas en su propia sangre, en la bañera del baño principal. El padre, Michael, volvió al conocer la noticia e incendió la casa con él adentro.

Con este hallazgo y la desaparición del hijo mayor de Helen, el rumor se hizo oficial. La Policía invitó a todos los vecinos de Holtcom, sin falta, a una reunión urgente, de vida o muerte. El comisario habló de la desaparición de los niños, del homicidio de nueve personas, entre ellas niños, el suicidio de un hombre y la desaparición de otro. Catorce víctimas en total, contando a los niños Smith, en tres días. El acuerdo fue unánime. Todos en Holtcom se resguardarían en sus casas al anochecer y no abrirían la puerta por nada. Nadie sabría la verdad. Las muertes serían reportadas como un triste accidente y tratarían de llevar una vida normal.

Al terminar la asamblea, y luego de que el policía de tránsito informara haber visto por última vez al hijo de Helen caminar hacía el puente, un grupo fue a la cueva y la clausuró con piedras y madera.


Eric y Mariam recibieron la visita de su hija Mary. Se quedaría un par de semanas hasta acción de gracias, pues hacía cinco años vivía en la ciudad y, por el acuerdo de los vecinos, no conocía el caso de los hermanos Smith. Solo le insistieron llegar de día y le prohibieron abrir la puerta. La primera noche, Mary quiso tener un detalle con sus padres y les ofreció preparar la cena. Cortaba papas para un puré que acompañaría el lomo de cerdo que ya estaba en el horno e impregnaba la casa, cerrada, de un olor magnífico. Mariam se recostó en su habitación porque le dolía la cabeza, y Eric tomaba una ducha cuando tocaron a la puerta. Faltaban 17 minutos para las nueve de la noche.

Dos golpes suaves. Gisela levantó la cabeza contrariada, el vapor del agua que hervía esperando las papas la entretuvo. Lanzó los trozos en la olla y la tapó. Volvieron a tocar. Ahora era una batería de golpes. Se secó las manos con una toalla y llegó a la puerta en el momento que cesaron los toques.

–¿Hola? –exclamó con duda.

Escuchó pasos pequeños hacia la puerta y risas traviesas.

–¿Quién es? –insistió.

En el baño principal, ya Eric había salido de la ducha y se dedicaba a afeitarse la barba. Mariam estaba en un profundo sueño a consecuencia del calmante para el dolor de cabeza.

Mary se quedó parada alumbrada por la luz del bombillo que colgaba sobre la puerta en la parte de afuera y que atravesaba la persiana. Esperó que alguien respondiera, pero solo hubo dos nuevos toques, suaves, como de un niño.

No esperó más: abrió la puerta.


Para leer la versión en inglés click aquí

Produje este cuento de Halloween para participar en un concurso, pero como las entradas debían ser en inglés, primero lo escribí en el idioma que conozco y sé usar bastante bien y @jcalero me ayudó con la traducción. Igual no quería dejar de publicar la versión original en mi lengua materna. Saludos