La Ranita de mi jardin
Hola apreciados lectores, poco a poco estoy intentando retomar mi actividad con mi blog puesto que desde un inicio note los diferentes beneficios que me genera participar en steemit, y no hablo solo al nivel económico sino que también en aspectos personales y profesionales. Esto último lo digo porque veo a steemit como un espacio donde puedo estimular mi creatividad, y al crear puedo a la vez ir construyendo el ser humano que quiero ser en mi vida. El más alto proyecto que puede emprender un ser humano es construirse a sí mismo.
En esta ocasión salgo de lo habitual que venía haciendo en mi blog, debido a que les traigo el primer cuento que he hecho en mi vida, el cual es un regalo que le dedique a mi mejor amigo Narumy Aranda quien fue la que me inspiro a realizarlo. Para mí la amistad con Narumy fue uno de los mejores regalos que me ha regalado el 2018, y lo digo principalmente porque la gran diáspora que vivimos en Venezuela ha ocasionado que la gran mayoría de mis mejores amigos se hayan ido del país, lo que hizo que el inicio del año pasado me sintiera bastante solo.
Esto fue cambiando a medida que Narumy y yo nos íbamos conociendo cada vez más, y en cada uno de los encuentros que teníamos la amistad entre los dos crecía como un árbol de bambú. Qué bonito es poder conocer otro ser humano con quien puedas desarrollar un espacio de confianza, sanación y crecimiento persona. Así que, este día puedo decir que Narumy ha dejado una huella en mí esencia y yo he marcado la mía en la suya.
Sin más preámbulos, aquí les dejo mi cuento:
La Ranita de mi Jardín
Hace ya algunos años cuando era niña tuve que vivir por un tiempo solo con mi abuela materna, dejando mi pequeña casa de la ciudad para pasar a vivir en una quinta que se ubicaba a las afueras de la misma, en la más alta de las colinas que circunda a la urbe donde me críe. La quinta de mi abuela era enorme y, para aquel entonces, yo era tan chiquita que en los primeros días se me hacia fácil perderme en ella y mi abuela tardaba rato para encontrarme.
La quinta era tan hermosa como grande, de un color azul marino mate que contrastaba con el azul claro del cielo que la rodeaba. Como toda casa grande de aquel entonces, se caracterizaba por tener muchos espacios vacios en su interior, los cuales eran llenados por distintos objetos que mi abuela fue coleccionando a lo largo de su vida, de los que yo tenía prohibido tocar y mucho menos jugar. Por ello, yo me aburría dentro de ella, así que me la pasaba la mayor parte del tiempo en la parte de atrás de la quinta.
En la parte de atrás mi abuela tenía un amplio jardín que terminaba con unos verdes y vivos matorrales, los cuales dibujaban la línea divisoria que separaba los límites planos de la colina con la ladera más inclinada de esta. En el medio del jardín había un gran montículo, en el que yo me solía sentar por las noches para ver como la ciudad iluminaba todo el valle y opacaba las estrellas. En esos largos ratos que me la pasaba ahí subida me entretenía buscando, en la ya lejana ciudad, la urbanización donde había dejado mis juguetes y a las vecinas con quien me divertía. En esas largas noches yo percibía a la ciudad bullosa y brillante a la vez que distante.
Llegue a pasar muchos largos rato ahí sentada, lo que hizo que los sentimientos con los que percibía a la ciudad impregnaran mi alma, tanto así que empecé a sentir a todo lo demás de la misma manera. Cuando estaba en la escuela, por ejemplo, jugaba con mis amigas y veía como ellas se divertían, pero yo sentía que esa alegría no me visitaba sino que se mantenía, como las demás cosas de aquella época, distantes de mí. Incluso, en los ratos que conversaba a solas con mi mejor amiga podía escuchar atentamente sus palabras y vislumbrar los sentimientos que se escondían de tras de ellas, más en cambio, cuando yo hablaba sentía que no lograba cubrir con lo que decía la lejanía que empezó a aparecer entre las dos.
Un día nuestra maestra nos leyó una historia llamada “ El amor del gato y del perro”, que enseñaba que en el amor existen dos tipos de personas, las que preferían los gatos y por ello tenían la necesidad de dar amor, y aquellas que gustaban más de los perros, caracterizándose por esto a estar más a abiertas a recibir amor. Mientras que las demás personas que no se inclinaba por ninguno de los dos animales son, según esta historia, detestables y he incapaces de amar.
Así que, después de escuchar esta historia pensé que lo que me podía ayudar para salir de ese estado de abotagamiento en el que me encontraba sería tener una mascota, un perro o un gato, cualquiera de las dos, lo importante es que con ella, o él, iba a poder descubrir cuál era mi manera de amar y así ya sabría que hacer para poder ser feliz nuevamente y acercarme a las personas de manera distinta.
Por ello, ese día cuando mi abuela me fue a buscar he íbamos ya en camino para la quinta le conté la historia que había escuchado esa mañana, y termine con el relato comentando mi punto de vista sobre el mismo, dándole pie de esta forma a mi petición de tener una mascota. Ella se negó secamente, por lo que me atreví a contarle lo que me había estado pasando desde que me mude a la quinta y la idea que se me había ocurrido para solventar lo que estaba sintiendo. Mi abuela en vez de entenderme se molesto conmigo, y entre gritos y palabras hirientes me recrimino por haberla hecho sentirse culpable. Yo dolida por su reacción le dije que la razón por la que no me dejaba tener una mascota y vivía sola en esa enorme quinta era porque se había vuelto una persona detestable e incapaz de amar.
A partir de ese momento el camino a la quinta se torno silencioso a la vez que más largo. Como ya había comido en el colegio al llegar me fui directo a mi habitación, y tirando mi mochila en dirección al escritorio al mismo tiempo que yo me arrojaba a la cama boca abajo, y al caer me quede quieta en esa posición, hasta que quede dormida entre sollozos.
Por la noche mi abuela toca mí puerta, que a falta de palabras los toques me decían que bájese, puesto que la cena ya estaba servida. La cena también trascurre en silencio, yo estaba sentada en la mesa comiendo mientras que ella me da la espalda haciendo como si fregaba los platos. Dentro de la cocina pareciera que lloviese, de esas lluvias que traen gotas gruesas que caen lento. Termino de comer y salgo al jardín para sentarme en el montículo a ver la ciudad una vez más.
Estando en mi pequeño Olimpo veo a los lejos los destellos de los carros que transitan por la avenida que divide las colinas de la ciudad. Además, miro los tintineantes edificios que sobresalen del valle, y escucho la masa convulsa de los sonidos que desprende la ciudad. Yo miro y escucho todo eso, pero, seguramente, nadie de la ciudad se preocupa por lo que pase aquí. Todo parece tan alegre y distante, tan bulloso y lejano que me hace sentirme como si… De repente se va la luz, queda todo oscuro.
Desde la oscuridad escucho unos sollozos, no logro identificar de donde vienen, luego siento que se deslizan dos grandes gotas por mis mejillas. Entre la oscuridad el sollozo cambia y se convierte en agudos tintineos, por eso decido aguantar la respiración un momento para agudizar mi oído, no es sino hasta pasar unos instantes que logro identificar qué es: una ranita de jardín.
Los tintineos agudos de esta ranita llegan a ser tan fuertes que los percibo resonar en mi pecho, y llego a sentir como si ella estuviese intentando comunicarse conmigo, para darme unas palabras de aliento. ¿Sera que esta ranita ya me había visto venir seguidamente aquí, tanto así que tal vez anteriores veces quiso comunicarse conmigo, pero al yo haber estado tan absorta en la lejana ciudad me perdía la oportunidad de escucharla cantar? ¿Qué tantas cosas nos podemos estar perdiendo por estar anhelando a otras que ya pasaron o no están?
La ranita siguió cantando, y las vibraciones que producía en mi cuerpo con su cantar me hacía sentirme cada vez más a gusto con su presencia, hasta tal punto que me permití llorar y contarle todo lo que me estaba pasando. Le comente como extrañaba a mi mamá y mi hermano, jugar con mis vecinas y saltar en la cama de mi cuarto. En un momento mientras me desahogaba me di cuenta como ella se callaba mientras yo hablaba, era como si estuviera ahí para mí, solo para escucharme.
Después de haberme desahogado me quede un rato largo con los ojos cerrados, ahora quería yo escuchar lo que ella me quería contar, y después de un momento de silencio la escuche cantar nuevamente. La ranita tintineo usando diversos tonos y siguiendo diferentes ritmos, y solo se volvió entendible para mí su cantar cuando pude atender también a los silencios, los cuales dejaron de ser solo burdos vacios, sino que ahora los podía percibir como parte que armonizaba lo que me quería contar.
Luego de esto volvió la luz y con él la ranita desapareció. Mire a los lados pero no la encontré, y cuando mire hacía a tras vi a mi abuela que estaba detrás de mí, había escuchado todo lo que le conté a la ranita. Se me acerco y me pidió disculpa por cómo me trato, y como compensación me concedía el permiso de tener una mascota en la quinta. Acepte sus disculpas y le pedí que también me perdonase, más le dije que ya tenía una mascota, puesto que en la oscuridad había hallado una ranita que con su compañía se hizo mi amiga.
Desde ese primer encuentro todas las noches siguientes nos visitábamos. La hora de la cita se anunciaba cuando apagaba las luces. Yo salía de la quinta color azul mate, ella venia de los verdes y vivos matorrales, y nos encontrábamos en el pequeño Olimpo. Yo cada vez le llevaba un terrón de azúcar para endulzar el encuentro, y ella me traía una nueva canción que hacía más clara la noche. Aunque nunca nos vimos con ella aprendí que, los mejores amigos no son los que siempre se ven sino los que más se escuchan.
Esto siguió así hasta hace un poco más de una semana, que al llegar al pequeño Olimpo no la encontré. Espere un rato, y otro más, luego la llame para ver si me escuchaba, pero no hubo respuesta. Entre a la quinta corriendo para pedirle ayuda a mi abuelita, ella y yo caminando con cuidado alrededor del pequeño Olimpo y de los verdes y vivos matorrales para ver si la escuchábamos. Al pasar un rato me asuste y entre corriendo sollozando a la quinta dirigiéndome a mi cuarto.
Poco después mi abuela entro a mi habitación, me dijo que no me preocupara que tal vez regresaba mañana. Sin embargo no fue así. En las noches siguientes yo iba a nuestro lugar habitual de encuentro con mi dulce regalo y, al pasar un rato me regresaba a mi cuarto sin una canción nueva que alumbrase mis sueños.
Después de varias noches mi abuela se acerco a mí mientras esperaba sentada en el pequeño Olimpo. Me conto que hace muchos años cuando ella compro la quinta en el jardín habían muchas ranitas, tanto así que hacían parecer las noches como si en la parte de atrás hubiese una orquesta que tocaba al apagarse las luces. Luego al crecer la ciudad la contaminación aumento y el clima empezó a cambiar, dejando de ser húmedo y frio para tornarse poco a poco más árido y caliente. A medida que esto sucedía empezó a disminuir la cantidad de ranitas que aparecían.
Por esta razón, mi abuela se había asombrado cuando escucho nuevamente una ranita en el jardín, y se alegro mucho que yo pude conocer una y que nos hayamos vuelto buenas amigas. A pesar de esto, a mi abuela siempre le había parecido raro que la ranita siempre estuviese sola, puesto que normalmente estos pequeños animalitos aparecían en grupo. Debido a esto, ella pensaba que tal vez la ranita había emprendido el viaje para encontrarse con sus familiares y seres querido. Asimismo me explico mi abuelita que ese es un viaje que todos teníamos que en algún momento hacer, solo que algunos se nos adelanta, y que lo bueno es que todos nos vamos a encontrar en ese maravilloso destino.
Al día siguiente decidí escribir esta historia, puesto que desde que tuve esta mascota tan particular me di cuenta que ese relato que un día le escuche a mi maestra estaba incompleto, porque me había dado cuenta con mi pequeña amiga que existen tantas maneras y formas de amar como personas y animales en el mundo. La belleza de un campo de flores no se debe a que todas las flores sean iguales, sino porque todas son hermosamente diferentes.
FIN
Hasta la próxima.
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