EL AMOR, EL NOVIAZGO , EL MATRIMONIO Y LA CONVIVENCIA.
En nombre de la verdad he de decirles que el Amor comienza con un destello de simpatía, se substancializa con la fuerza del cariño y se sintetiza en adoración. ¡Amar, cuán grande es amar, solamente las grandes almas pueden y saben amar! Para que haya Amor, se necesita que haya afinidad de pensamientos, afinidad de sentimientos, y preocupaciones y pensamientos idénticos.
El beso viene a ser la consagración mística de dos almas, ávidas de expresar lo que internamente viven; el acto sexual viene a ser la consubstancialización del Amor en el realismo psico-fisiológico de nuestra naturaleza.
Un matrimonio perfecto es la unión de dos seres: uno que ama más, y otro que ama mejor. El Amor es la mejor religión asequible.
Hermes Trismegisto, el tres veces grande Dios Ibis de Thot, dijo: "te doy Amor, en el cual está contenido todo el sumum de la sabiduría".
¡Cuán noble es el ser amado, cuán noble es la mujer, cuando en verdad están unidos por el vínculo del Amor! Una pareja de enamorados se torna mística, caritativa, servicial. Si todos los seres humanos viviesen enamorados, reinaría sobre la faz de la Tierra la felicidad, la paz, la armonía, la perfección.
Ciertamente, un pañuelito, una fotografía, un retrato, provocan en el enamorado, estados de éxtasis inefables; en tales momentos se siente comulgar con su amada, aunque se encuentre demasiado distante. Así es eso que se llama Amor.
En Estados Unidos, y también en Europa, existe una orden denominada la "orden del cisne". Los afiliados a esta orden estudian y analizan, en forma profunda, todos los procesos científicos relacionados con el Amor.
Cuando la pareja está en realidad enamorada, de verdad, se producen dentro del organismo transformaciones maravillosas. El Amor es una efusión o una emanación energética que brota desde lo más hondo de la Conciencia; esas radiaciones del Amor estimulan a las glándulas endocrinas de todo el organismo, y ellas producen millonadas de hormonas que invaden los canales sanguíneos, llenándolos de extraordinaria vitalidad. "Hormona" viene de una palabra griega que significa "ansia de ser", "fuerza de ser". ¡Cuán pequeña es una hormona, pero cuán grandes poderes tiene para revitalizar el organismo humano! En realidad de verdad, uno se asombra al ver a un anciano decrépito cuando se enamora; entonces sus glándulas endocrinas producen hormonas suficientes como para revitalizarlo y rejuvenecerlo totalmente.
¡Amar, cuán grande es amar; solamente las grandes almas pueden y saben amar...! El Amor, en sí mismo, es una fuerza cósmica, una fuerza universal que palpita en cada átomo, como palpita en cada Sol.
Las estrellas también saben amar. Observemos las noches deliciosas de plenilunio: ellas se acercan entre sí, y a veces se fusionan e integran totalmente. "¡Una colisión de mundos!" Exclaman los astrónomos; más en realidad de verdad lo que ha sucedido es que dos mundos se han integrado por los lazos del Amor.
Los planetas de nuestro Sistema Solar giran alrededor del Sol, atraídos incesantemente por esa fuerza maravillosa del Amor. Observemos el centelleo de los mundos en el firmamento estrellado; comulga, tal centelleo luminoso, las ondas de luz, las radiaciones, con el suspiro de la flor. Hay Amor entre las estrellas y la rosa, que lanza al aire su perfume delicioso. El Amor en sí mismo es profundamente divino, terriblemente divino.
En los tiempos antiguos, siempre se rendía culto al Amor, a la mujer; no hay duda de que la mujer es el pensamiento más bello del Creador, hecho carne, sangre y vida. Realmente, la mujer ha nacido para una sagrada misión, cual es la de traer hijos a este mundo, la de multiplicar la especie. La maternidad en sí misma es grandiosa; en el México antiguo hubo siempre una divinidad consagrada, precisamente, a aquellas mujeres que morían durante el parto; se decía que "ellas continuaban, en la región de los muertos, con sus criaturas en brazos"; se afirmaba, en forma enfática, que "después de cierto tiempo ingresaban al Tlalokan, el paraíso de Tlalok". Realmente, siempre en el México azteca se le rendía culto a la mujer, al Amor, a la maternidad; por eso las mujeres que morían de parto, eran consideradas entre las gentes de Anawak como unas verdaderas mártires que entregaban su vida en nombre de una gran causa.
Amar es algo inefable, divino; amar es un fenómeno cósmico extraordinario, en el rincón del Amor solo reina la dicha. Cuando una pareja está unida en la cópula sexual, con lazos de verdadero Amor, las fuerzas más divinas de la naturaleza le rodean -esas fuerzas crearon el Cosmos, esas fuerzas han venido nuevamente, para volver a crear-, en esos momentos, el hombre y la mujer son verdaderos dioses, en el sentido más completo de la palabra, pueden crear como dioses, ¡he ahí lo grandioso que es el Amor! Son extraordinarias las fuerzas que rodean a la pareja durante el acto sexual, en la cámara nupcial. El ser humano podría retener esas fuerzas extraordinarias si no las malgastara en el holocausto del placer animal que a nada conduce, si en verdad respetara la fuerza maravillosa del Amor.
El hombre es la fuerza expansiva de toda Creación; la mujer es la fuerza receptiva y formal de cualquier Creación. El hombre es como el huracán; la mujer es como el nido delicioso de las palomas en los templos, o en las torres sagradas. El hombre, en sí mismo, tiene la capacidad para luchar; la mujer, en sí misma, tiene la capacidad para sacrificarse. El hombre, en sí mismo, tiene la inteligencia que se necesita para vivir; la mujer tiene la ternura que el hombre necesita cuando regresa diariamente de su trabajo.
Así que, entonces, hombre y mujer son las dos columnas del templo. Esas dos columnas no deben estar demasiado lejos ni demasiado cerca, debe haber un espacio para que la luz pase por medio de ellas.
El acto sexual es un sacramento; así lo comprendieron los pueblos antiguos. Hubo templos dedicados al Amor; recordemos al templo de Venus, en la Roma augusta de los césares; recordemos nosotros a los templos de la antigua Caldea, recordemos nosotros a los templos sagrados de la India, donde se rendía culto a eso que se llama "Amor".
En la Lemuria, otrora situada en el continente "Mú", en el océano Pacífico, también se le rendía culto al Amor. Hubo en realidad de verdad, en el continente "Mú", dos procesos sexuales o dos formas de reproducción. A mediados de la Lemuria, la raza humana era conducida por los Kumarats hasta ciertos templos donde se les instruía sobre el sacramento sagrado del sexo; entonces nadie se atrevía a realizar la cópula sagrada fuera del templo. Sólo en determinadas épocas, repito, la raza humana era conducida por los Kumarats hacia los templos sagrados. Se realizaban largos viajes, en determinadas fases de la Luna, todo con el propósito de reproducir la especie.
Aun todavía, como recuerdo de aquello, como una reminiscencia, han quedado los viajes de "luna de miel", allí tienen su origen, y es bastante antiquísimo. En los patios empedrados de los templos sagrados, en el continente Lemur, bajo la dirección de los sabios Kumarats, hombres y mujeres se unían para crear y volver nuevamente a crear; entonces el acto sexual era sacratísimo, no existía la morbosidad como en nuestros días, pues la gente no había entrado en el proceso involutivo, descendente, de la degeneración sexual.
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Brown Squard demostró que muchas enfermedades nerviosas y del cerebro, podrían desaparecer si se evitara, durante la cópula química, precisamente eso que se llama "orgasmo", en fisiología, o "espasmo". Naturalmente, Brown Squard fue muy criticado, se le consideró "inmoral", pero no hay duda de que se acercó a un gran secreto, al secreto lemúrico. Los lemures, debido precisamente a su formación religiosa y a su cópula química especial, gozaron de facultades que los seres humanos de esta época desconocen; los lemures podían ver perfectamente las dimensiones superiores de la Naturaleza y del Cosmos; hoy en día los seres humanos no ven la Tierra tal cual es, sino como aparentemente es.
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Así que en el Amor hay un secreto, y este me parece que ha sido muy bien estudiado por Sigmund Freud -la sublimación, digo, de la Energía Creadora, mirar el sexo con profundo respeto-. Obviamente, el hombre y la mujer son como dos partes de un mismo Ser, el hombre salió del Edén acompañado de su esposa, y debe regresar al Edén con su misma esposa. Con otras palabras diríamos: el hombre salió del Edén por las puertas del sexo, y solamente por esa puerta puede retornar al Edén -el Edén es el mismo Sexo-.
¡Qué ingentes poderes se despertarían si la humanidad aceptara el sistema de la "Comunidad Oneida", o el de Brown Squard, o el de Krumm Heller, sistemas fundamentados en las viejas tradiciones de la Lemuria! Esto es algo que los médicos, los hombres de ciencia podrían investigar. Yo me limito, sencillamente, a pensar que de la transmutación y sublimación de la Energía Creadora, deviene una transformación psicológica-fisiológica-biológica radical. El Super-Hombre de Nietzche podría lograrse mediante la transmutación de la libido sexual, empero lo principal es saber Amar; sin Amor no es posible realizar todos estos prodigios.
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Observen ustedes que siempre al lado de los grandes hombres, aparecen las grandes mujeres: frente al Buddha Gautama, está Yodishava, su bella esposa y discípula; junto al divino Rabí de Galilea, aparece María Magdalena. Obviamente, no sería posible para los grandes hombres, realizar gigantescas labores como aquellas que han permitido cambiar el curso de la historia, si no estuviesen acompañados a su vez por alguna mujer.
El hombre y la mujer, en realidad de verdad, repito, son dos aspectos de un mismo ser, eso es claro. El Amor, en sí mismo, deviene de lo ignoto de nuestro Ser; quiero decir en forma enfática, que dentro de nosotros mismos, allá en las profundidades más íntimas, poseemos nuestro Ser; éste reviste características trascendentales de eternidad, éste es lo Divinal en nosotros. El Amor, digo, es la fuerza que emana de ese prototipo divinal, existente en lo hondo de nuestra Conciencia, es un tipo de energía capaz de realizar verdaderos prodigios.
Valentín y los "valentinianos", tuvieron su escuela. Fue una escuela gnóstica donde se estudiaron los Misterios del Sexo, donde se analizaron cuidadosamente. Valentín y los "valentinianos" conocieron, en realidad de verdad, el secreto lemúrico: sublimaron la Energía Creadora y lograron el desarrollo de ciertas posibilidades psíquicas que se hallan latentes en la raza humana. Se nos ha dicho que Valentín fue un gran Iluminado, un gran Maestro en el sentido más completo de la palabra.
El Amor, en sí mismo, es algo divino. Miremos nosotros al cisne; el cisne Kala Hamsa es el símbolo del Amor: él vuela sobre las aguas del lago de la vida; un par de cisnes, en algún lago, ¡cuán bello es! Cuando uno de la pareja muere, el otro sucumbe de tristeza, y es que el Amor se alimenta con Amor. Pero hay que saber amar, desgraciadamente, el ser humano no sabe amar.
Muchas veces, el hombre trata muy mal a la mujer en su primera noche de bodas. No quiere él comprender que la virginidad es sagrada, y que hay que saberla respetar; podría decirse que viola a su propia mujer, no quiere entender que hay que saber tratar a la mujer con sabiduría, que hay que saber llevarla por el camino del Amor.
En la vida cotidiana, riñen muchas veces hombre y mujer, riñen por cuestiones insignificantes; el hombre dice una cosa, la mujer otra. A veces sucede que una palabrita es suficiente para que uno de la pareja reaccione: no quiere controlarse a sí mismo, no quiere comprender que el gimnasio psicológico de la vida en el hogar, es la mejor oportunidad para descubrirnos, para auto-descubrirnos. Es en el hogar donde venimos a descubrir nuestros defectos de tipo psicológico. Si nos hieren, ¿por qué nos hieren? ¿Será que tenemos celos, será que nos han herido el amor propio, será que nos han herido el orgullo, o la vanidad, o qué? Cuando uno descubre que tiene un defecto psicológico, tiene también la oportunidad de desintegrarlo, de reducirlo a polvareda cósmica. Eliminando nuestros, errores nuestros defectos, un día de esos tantos podremos lograr el despertar de la Conciencia.
Desgraciadamente, las gentes no quieren eliminar sus defectos, dicen: "yo soy iracundo, ese es mi modo de ser". Otro dice: "Bueno, yo soy celoso, así soy, ¿y qué?" El de más allá exclama: "yo soy lujurioso, me gustan las mujeres; así soy, así nací, ¿y qué?" Con ese modo de pensar, con ese modo de sentir, no es posible lograr una transformación verdadera.
Muchos se quejan de sus mujeres: que son irascibles, que son celosas. Desean conseguirse otra mujer que sea un paraíso, que sea un ángel bajado de las estrellas, etc. No quieren entender que el hogar es un gimnasio psicológico extraordinario, y que es allí donde podemos auto-descubrir todos nuestros errores, y que si lo logramos, conseguiremos el despertar de la Conciencia.
Hay que saber amar, digo; en la casa debe reinar siempre la comprensión entre hombre y mujer, no debe esperar el hombre que la mujer sea perfecta; tampoco la mujer debe esperar que el hombre sea un "príncipe azul". Hay que aceptar las cosas como son, y tener la casa como una escuela donde podemos auto-descubrirnos. A medida que nosotros vayamos eliminando tantos y tantos defectos psicológicos que tenemos, la felicidad del hogar irá aumentando, y si un día nos tocó sufrir mucho, después ese hogar se convertirá en un paraíso.
Los celos, por ejemplo, es algo que daña el hogar; el celoso "hace de una pulga un caballo". Si una mujer mira por allí a alguien, ya está sufriendo, ya le parece que tiene relaciones con otro hombre, etc. -errores de su mente, pero que él los toma como realidad-. La mujer celosa es lo mismo: hace sufrir al varón, no puede este mirar a ninguna mujer, porque ya está sufriendo y formando terribles escándalos dentro de la casa. Por ese camino de los celos, se sufre demasiado.
Si uno en verdad investigara cuidadosamente el origen de los celos, descubriría que ellos se deben precisamente al temor. Se teme perder lo que más se ama: la mujer teme perder al hombre, el hombre teme perder a la mujer. Cree la mujer que el hombre se va con otra, teme el hombre que la mujer se va con otro, y claro, vienen los sufrimientos y los dolores; mas si nosotros eliminamos el temor, los celos desaparecen. ¿Cómo podríamos nosotros eliminar el temor de perder al ser amado? Unicamente mediante la reflexión, mediante la meditación. Pensemos que en realidad de verdad, nosotros no venimos a este mundo acompañados del ser humano, que solamente nos recibió el doctor partero o la partera, que tampoco trajimos al mundo dinero ni bienes materiales, y es claro que a la hora de la muerte, tampoco nos vamos a ir acompañados. La mujer o el hombre, alguno habrá de quedarse aquí, mientras el otro parte para la Eternidad. Así que, la muerte nos separa desde el punto de vista físico, por eso dicen los sacerdotes: "os declaro marido y mujer, hasta que la muerte los separe".
En realidad de verdad, tarde o temprano llega la muerte, así es que, si nosotros al morir no nos llevamos para la Eternidad ni un alfiler, ni una moneda, nada de lo que tenemos, tampoco nos podríamos llevar al ser amado con cuerpo y todo. Entonces, ¿por qué tememos? Debemos aceptar las cosas como son, no debemos tener apegos materiales ni personales, porque el momento del desapego suele ser terrible. Uno sufre porque se apega a algo, ya sea una persona, ya sea alguna cosa; siempre se sufre, y por eso no debemos tener apegos de ninguna especie, ni temer porque tengamos que perder algo.
Lo más grave que podría suceder a un hombre es que lo llevaran al paredón de fusilamiento, ¿y qué? Para morir nacimos, ¿entonces qué? Tarde o temprano tenemos que morir, y aquellos que quieren mucho a su dinero, que están apegados a su fortuna, tarde o temprano habrán de perderla. ¿Por qué entonces habrían de temer, si eso es lo más natural? Así también, ¿por qué habríamos de temer la pérdida del ser amado? Cuando uno comprende que todo en la vida tiene un principio y un fin, el temor desaparece -hasta el temor de perder al ser amado-, y cuando tal temor desaparece, entonces los celos desaparecen para siempre, ya no existen, no pueden, no deben existir, puesto que no hay temor.
Otro factor de discordia entre las parejas, en los hogares, es la ira. El hombre dice una frase iracunda, la mujer responde "con dos piedras en la mano", y al fin terminan en una batalla de platos y vasos rotos, etc. ¡Esa es la cruda realidad de los hechos! Si se eliminara el demonio de la ira, reinaría la paz en los hogares, no habría dolor; pero me digo y les digo a ustedes: ¿por qué tiene que haber ira dentro de nosotros, por qué somos así? ¿De manera que no es posible que cambiemos? ¡Sí es posible! Yo me propuse cambiar y cambié; yo fui iracundo, también conocí el proceso de la ira, pero me propuse eliminarla y la eliminé, claro, hube de pasar por ciertos sacrificios.
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Así pues, eso de que "yo soy así", no tiene ningún valor: si "uno es así", puede cambiar, y si uno cambia, se beneficia a sí mismo y beneficia a los demás, a sus semejantes. Hay que aprender a cambiar, a eliminar nuestros errores, esto es posible reflexionando un poco.
¡Qué dichosas serían las parejas si supieran amar de verdad! Si el hombre nunca tuviera ira, si la mujer jamás tuviera ira, entiendo que la "luna de miel" se puede conservar. Desgraciadamente, los seres humanos, aquellos que se casan, están empeñados en acabar con lo más bello que hay en la "luna de miel". Si se quiere conservar la "luna de miel", hay que eliminar la ira, hay que eliminar los celos, hay que eliminar el egoísmo. Debemos volvernos comprensivos, aprender a dispensar al ser amado en todos sus errores. Nadie nace perfecto; el hombre debe saber que la mujer tiene sus defectos, la mujer debe comprender que el hombre tiene los suyos. Mutuamente deben dispensarse sus defectos de tipo psicológico. Si así proceden, conservarían la "luna de miel".
Entre los antiguos pueblos de Anawak, fue Xochipilli el dios del canto, del Amor y de la belleza; Xochipilli nos enseña a conservar las delicias indiscutibles de la "luna de miel". ¡Es lástima que la gente no comprenda la doctrina de Xochipilli!
Es posible conservar la "luna de miel" cuando se aprende a dispensar los errores del ser amado, más si no se saben dispensar los errores la "luna de miel" se pierde.
Cuando una pareja se casa, debería entender mejor la psicología. Por lo común, uno de la pareja comienza por herir al otro; el otro reacciona y se forma un conflicto, al fin ese conflicto pasa, los dos se reconcilian, todo continúa aparentemente igual, en paz, más no hay tal: el resentimiento queda. Otro día hay otro conflicto, se disputan marido y mujer por cualquier tontería -tal vez por los celos, o en fin, por cualquier cosa-. Resultado: pasa el conflicto y el resentimiento va aumentando, la "luna de miel" se va acabando, y por último no hay tal "luna de miel", se acabó, lo que hay es resentimiento de lado y lado, y si no se divorcian, si continúan unidos, ya lo hacen por un deber, o simplemente por pasión animal, y eso es todo.
Muchos matrimonios ya no tienen nada que ver con el Amor. El Amor de hoy en día huele a gasolina, a celuloide, a cuentas de banco y a resentimiento.
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Hay que empezar por el hogar, hay que empezar por ser buen dueño de casa. El hombre que no sabe ser buen dueño de casa, que no sabe vivir en su casa con su mujer y con sus hijos, tampoco sabe vivir con la sociedad. Desgraciadamente, muchos quieren ser ciudadanos perfectos, y aparecen como tales ante el veredicto solemne de la conciencia pública, más en su casa no saben vivir.
He podido observar algunas organizaciones; conozco un señor que malbarata mucho sus dineros, los derrocha. Total que siempre está debiendo la renta, y esto es muy grave. Cuando llega a tener, malgasta los dineros, su mujer pasa mucha hambre muchas necesidades, sus hijos sufren lo indecible; alguna vez se les ha puesto "de patitas en la calle" -por falta de pago, claro está-. Se le nombró, en alguna ocasión, director de una escuela filosófica; al poco tiempo sucedió que en esa escuela no había quien pagara la renta. Se debían varios meses de renta del edificio -¿teléfono? Nadie pagaba el teléfono-. Conclusión: iba tal organización por el camino del fracaso, ¿por qué? Porque aquel buen señor no sabía vivir en su casa, mucho menos podía dirigir una organización.
Quien quiera ser en realidad de verdad un buen jefe de alguna organización, sea ésta una empresa, sea ésta una escuela, debe empezar por aprender a ser buen dueño de casa. Hay muchos que dicen: "Bueno, a mí lo que me interesa es la ciencia, el arte, la filosofía, etc. Eso de la casa y de las rentas, no tiene para mí la menor importancia", y trata a su pobre mujer "a patadas". Conclusión: resultan un fracaso en las diversas organizaciones donde trabajan, ya sean maestros de escuela, etc. Quien no sabe ser buen dueño de casa, tampoco puede ser ciudadano útil a la sociedad y a sus semejantes. Hay que aprender a vivir, a saber vivir con verdadera inteligencia y gran comprensión.
Unos se afanan por casarse, y eso es muy grave, sobre todo las pobres mujeres. Las he conocido, ya llegando a la madurez, en vísperas de perder la floreciente juventud, cuando "ya el tren está para dejarlas". ¡Cuánto sufren, viendo a ver a quien cazan; de ninguna manera están dispuestas a "quedarse para vestir santos"! Ellos dicen: "entre quedarse una para vestir santos, o resolverse a desnudar borrachos, será preferible lo segundo", y hasta cierto punto tienen razón las pobrecitas. Pero se afanan demasiado, y al fin tratan de conquistar por ahí al que puedan; "como puedan", "hacen la luchita" para lograrlo. Y logran casarse algunas veces, pero el fracaso es inevitable, porque hay un viejo dicho que reza: "matrimonio y mortaja, del cielo baja".
Hay una ley que muchos aceptarán y otros no. Yo sí la acepto, y los que quieran aceptarla, que la acepten. Es la ley del destino. Pienso que para cada mujer hay un varón, pienso que para cada hombre hay una mujer; entonces será mejor que ellas aguarden al hombre que les habrá de tocar. Si no les toca un hombre, pues "ni modo", a conformarse, a resignarse y resolverse a "vestir santos". Más si le toca, pues maravilloso, no tendrán que resolverse a "desnudar borrachos".
En realidad de verdad, sería preferible para una mujer quedarse soltera, que fracasar. Cuando se quiere forzar el paso, cuando quieren casarse "a la brava", "a la malagueña" -como reza el dicho-, el resultado es el fracaso; esa es la cruda realidad de nuestros días. Hay algunas mujeres que intentan agarrar al hombre por su lado sexual; dicen: "Bueno, me entrego a este hombre, y tal vez así logre que él se case conmigo". El hombre le trae el firmamento, las estrellas, los palacios de oro de "las mil y una noche", se los pone a sus pies, y ella se entrega. ¿Qué sucede? ¡Queda embarazada! ¿Y el hombre qué? Jamás vuelve a saber de tal hombre. Vean ustedes en cuantos errores caen algunas mujeres, que quieren precipitar el matrimonio "a la brava". Eso es falta de fe en el destino, en Dios, o como ustedes quieran denominarlo, más vale que las mujeres sepan aguardar un poco.
Algunos hombres también cometen el error de querer precipitar su matrimonio, y el resultado suele ser bastante grave. Casarse uno con una mujer que no le corresponde, de acuerdo con la ley del destino implica fracaso, eso es obvio.
(...)
Hay que ser pues, mesurados. El matrimonio lo considero yo como algo muy serio, muy grave. En realidad, de verdad, hay tres acontecimientos muy grandes en la vida: primero, el nacimiento; segundo, el matrimonio y tercero, la muerte. Son los tres acontecimientos más importantes de la existencia, así pues, piensen ustedes en lo que significa el matrimonio.
No debemos casarnos con una mujer que no nos pertenezca en Espíritu, nuestra amada debe ser espiritual en el fondo. ¿Qué haría el varón casándose con una mujer calculadora, interesada, celosa? Pues fracasaría lamentablemente. ¿O qué haría la mujer, casándose con un varón enamorador, con un varón de mala conducta, con un varón que en su casa siempre fue mal hijo, mal hermano y que en la calle ha demostrado siempre ser mal amigo? El que es mal hijo, el que es mal hermano, el que es mal amigo, no puede en modo alguno ser buen esposo, ¡eso es obvio!
Miradas todas estas cosas desde diversos ángulos, comprenderemos lo delicado que es, precisamente, el matrimonio y el Amor. Lo interesante es entenderlo, y actuar de acuerdo con nuestra comprensión creadora.
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