Hey tu.

Hey tu, que alguna vez has sentido como una monstruosidad que vive dentro de ti, se alimenta de memorias, con sus largas garras tuerce la realidad, nubla tu visión, te hace ver cosas que no existen, te roba el ánimo y te lanza al suelo una y otra vez.

Alguna vez fue pequeño, un pequeño monstruo que no daba miedo, mas bien asco y provocaba una supina repugnancia. Ese que ahora se convertido en una depredador de piel gruesa, mortal, con patas arqueadas para correr mejor y grandes garras para rasgar el velo.

Que logra meterse en nuestra corteza frontal robandonos todo lo que apreciamos y consideramos hermoso. Quitando el olor y el sabor a lo que vivimos y sentimos, sustituyendolo por la miserable nada.

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Lo escuchamos acercarse, acechar en las sombras del subconsciente, paseando por una biblioteca de recuerdos y cada sus pasos son más pesados y sonoros. A veces, a veces desaparece, se esconde entre escaparates viejos llenos de memoria, otras solo ronda sigilosamente, haciéndonos sentir su presencia, obligandonos a mirar por el rabillo del ojo.

Sentimos cómo se desplaza por esos largos pasillos que algunos días están cubiertos por la penumbra y una fuerte y espesa neblina. Eso es lo que el quiere, hacernos sentir el terror de tenerlo cerca.

Lo tratamos de esconder con placebos, pero esa es otra de sus armas, fingir estar muerto para aparecer mas grande, mas fuerte. Casandonos, robandonos la vida, obligandonos a deambular, volviéndonos solitarios mientras envejecemos presos de este depredador que hemos alimentado.

Que nosotros como principal responsable de su cautiverio en nuestra mente, hemos criado, fortalecido y enseñado a cazar. Le hemos mostrado nuestras mas profundas heridas y temores, lo hemos alimentado con angustias y miedos, con rencores y deseos mezquinos.

Ese monstruo tiene más de nosotros de lo que podamos imaginar, nosotros somos quienes les hemos enseñado cómo cazar, como volverse letal, nosotros somos quienes hemos afilado sus garras y le hemos enseñado la puerta al velo de la realidad.

Somos nosotros los que escogemos no enfrentar la penumbra donde se esconde, los que escogemos cegarnos en la espesa neblina. Hemos sido nosotros quienes han construido su guarida e invitado a mudarse y somos nosotros quienes no lo han querido sacar.

Quienes siente cómoda su presencia, quienes se han acostumbrado a su pesadas pisadas que retumban en la solitaria biblioteca. No hay razón para no encender la luz, tampoco la hay para no cargar aquella piedra solo.

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Es doloroso enfrentarse a él. Nos hemos enfermado en la comodidad de su presencia, nos acostumbramos a sentir como nos entumece. Como nos oprime el pecho contra nuestra médula, como colapsa el diafragma, hemos sentido algo parecido a la muerte en vida, solo por miedo a aquel invitado.

Hemos pedido ayuda sin hablar, hemos pedido ayuda a quien no debemos, no hemos sabido identificar quienes alimentan el monstruo, hemos visto ejemplos asquerosos, de personas quienes se han mimetizado con el.

Quienes se han convertido en el asqueroso depredador que deambula por la vida, dejando oír sus pisadas en formas de lamentos, sus desgarros al velo en forma de maldiciones. Los hemos visto y lo hemos oído.

No hay que temer a el, hay que temer a convertirse en el, hay que temer a mimetizarse de tal forma con el monstruo, que no se pueda romper tal relación simbiótica.

Nosotros lo invitamos, somos quienes con la ayuda de las personas correctas podemos empezar su amable mudanza. Sus garras no son tan afiladas como se ven, su sombra no es sus tamaño, su pasos no son su peso.

Todo esta y siempre ha estado en como hemos decidido verlo.

No entres dócilmente a esa buena noche.

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