Omertalia
Esto fue un julio de 2015, en un corto paseo Buenos Aires. Tomé la libertad de visitar el Archivo General de la Nación y la Biblioteca Mariano Moreno en búsqueda de lo que pudiera encontrar de mi autor favorito, Jorge Luis Borges. No me acuerdo bien en cuál de las dos instituciones fue, pero el hecho es que me deparé con una colección de las obras completas del autor, publicada el 2011[0a]. Busqué en ella alguna obra en prosa que todavía no había leído en esa época y encontré esto. El contenido, un manuscrito al parecer apócrifo y jamás publicado por el autor, fue insertado en la edición como imagen.
Según notas de los editores al respaldo de las páginas, el autor encontró su manuscrito casi una década después de escribirlo y se abstuvo de publicar la obra, bajo protestas de amigos y familiares, porque la consideró de calidad bajísima en comparación a sus obras ya publicadas. No quería defraudar a sus lectores. A continuación transcribo la obra en su totalidad, menos las notas de los editores (las notas del autor son parte integral de la obra):
En la Antigüedad, Omertalia fue una pequeña aldea ubicada en la costa de lo que hoy es Sicilia. En tiempos prerromanos, fue un importante asentamiento italiota con fuertes influencias arquitectónicas y lingüísticas cartaginesas. Se rumorea que sus primitivos guerreros paganos apoyaron a Cartago en las Guerras Púnicas, desarrollando un papel clave entre las tropas del mismísimo Aníbal Barca, algo que su extinta élite académica jamás pudo averiguar. Su proceso de romanización fue lento, debido a la naturaleza indómita de sus habitantes, pero ya estaba completo a finales del siglo III a.C. En cambio, su conversión al cristianismo fue casi contemporánea a la del mismo Constantino, aunque en esta región el paleocristianismo evolucionó de una manera muy diferente a la de las demás regiones de Europa, como veremos a continuación.
Su idioma, el omertaliano (omertàliu), pertenece al grupo sículo-calabro-salentino y compartió muchas similitudes con el dialecto siciliano. No fue estandarizado jamás. Casi toda su historia fue documentada en latín hasta bien entrado el siglo XVIII cuando entonces la prensa y el gobierno adoptaron el italiano. A lo largo de la Edad Media, aparte de su extraño sistema legal, fue un pueblo más como cualquier otro del Reino de Sicilia[1], viviendo de la pesca, la producción de vino y el eventual comercio de especias orientales. Con el tiempo también desarrolló una pequeña pero reconocida industria cuchillera.
El omertaliano es naturalmente reacio al cambio y al diálogo. Tolerancia y tabú son palabras sinónimas en su idioma. Esta peculiaridad de su hechura genética le impide la adhesión completa a cualquier ideario político o religioso más allá de las costumbres aprendidas en la de casa de la nanna (abuela). Ninguna secta hereje jamás se ha formado allí: tan pronto se planteaba una discusión, las herejías se fraccionaban en grupos menores hasta su completo desvanecimiento. Solamente una creencia, heredada de tiempos prehistóricos, permanece: la sacralidad de la venganza, cuyo soporte bíblico han obtenido tras múltiples reinterpretaciones y traducciones de calidad dudosa de la Vulgata, pese a la contundente oposición del clero y hasta la condenación papal de León III en su encíclica De malum vindictae[2]. El fulgor protestante jamás alcanzó estos paros sino por uno que otro viajero que ha predicado perezosamente a las audiencias desinteresadas de sus cantinas. La religión católica es absolutamente hegemónica en su sociedad. Nadie la practica. Su republicanismo pragmático y su ejercicio mecánico y automatista de la democracia se deben más a antiguas tradiciones heredadas de los antiguos helénicos que a alguna influencia de la Ilustración. No han contribuido a la revolución del 48 más que una docena de voluntarios, de los cuales dos murieron peleando entre sí por una pendencia superficial, no se sabe si por cigarrillos, por una mujer o alguna rivalidad familiar[3]. De hecho, la pelea es un rasgo muy particular de su cultura: el sistema jurídico tradicional omertaliano, abolido en teoría pero no en la práctica en el siglo VI por el código justiniano, prescribe el duelo y la venganza como prácticas estándares. Si queremos ser estrictamente académicos su sistema judicial ni siquiera reconoce un concepto de resolución de conflictos, sino que se encarga de registrar, como si de un libro de contabilidad se tratara, un historial interminable de rivalidades familiares y venganzas individuales que se perpetúan a lo largo de generaciones.
Es un concepto fundamental de sus leyes el de muerte voluntaria (morti voluntaria), es decir, la muerte oriunda de circunstancias conocidas y aceptadas voluntariamente de forma previa por el muerto. Por ejemplo: si una víctima de un robo reacciona y termina matando al ladrón, la morti voluntaria del rufián implica que su familia no tiene derecho a demandar el supuesto asesino exigiendo al Estado su punición, o alguna compensación del Estado. Esta medida ha resultado muy económica para el poder público y las familias en general, si comparamos con los morosos y costosos sistemas judiciales del resto de Occidente, y ha contribuido significativamente para reducir la criminalidad entre las capas bajas de la sociedad.
Además del uso de fuerza letal en la legítima defensa también está, por consecuencia lógica, la legalidad del duelo (duellu)**. En un principio los duelos se realizaban exclusivamente a cuchillo, dando origen a un arte marcial llamado scherma nativa, algo así como una esgrima criolla a la omertaliana. El duelista lleva en su mano derecha su arma de elección, que puede ser un estilete (stilettu), un puñal (pugnali) o una ‘caballera’ (cavaliere). Esta última se compara en tamaño al facón caronero del gaucho. En la mano izquierda lleva parcialmente enrollada la bufanda (sciarpa) que sirve como instrumento defensivo o para hacer alguna tramoya. Conviene recordar que entre más corto el cuchillo más valiente se considera el cuchillero y el uso de cualquier lámina de más de 40 cm de largo se considera una vergüenza. La scherma nativa se practicaba desde una edad temprana: a los 7 años el omertaliano recibe de su padre (si lo conoce) un cuchillo de acero o plata que lo acompañará por el resto de su vida. El cuchillo en general trae alguna marca de identificación familiar y algún refrán retador como “chi la mia firita sia mortale”[4]. Esta posesión personal se considera parte de la identidad del omertaliano, quien la lleva en la cinta por doquiera que vaya: el trabajo, la cantina, la misa, un partido de fútbol. No la vende y no la presta bajo ninguna circunstancia. A los niños y jóvenes se les enseña la scherma nativa a través de la práctica de un juego llamado agilidad (listizza), que consiste de lo siguiente: dos contrincantes se visten con camisas blancas, untan su dedo índice con carbón y empiezan a batirse en duelo como si su dedo fuera el cuchillo, intentando marcar la camisa del adversario. El primero a marcar el oponente gana el juego. Marcar la cara del oponente se considera un acto de bravura y superioridad técnica, considerando que en un duelo real es un golpe que exige gran habilidad y no implica una herida mortal. Los adultos, sin embargo, arreglan sus pendencias en duelos con láminas de verdad, lo que es considerado legal y no implica consecuencias legales para los involucrados. Por el contrario, los contrincantes podían elegir un árbitro privado o público para el duelo, quien se encargaba de asegurar la igualdad de condiciones y registrar oficialmente el resultado. Negarse a un duelo era considerado un acto de cobardes y afeminados. A lo largo del siglo XIX se popularizó también el duelo a pistola. A finales del XX ya esta modalidad había suplantado por completo el duelo a cuchillo, siendo el instrumento favorito para su ejecución el revólver Bodeo Modelo 1889. La práctica del duelo se extinguió por completo en 1925 por Cesare Mori, bajo directrices expresas de Mussolini[5].
Paralelo al duelo están los conceptos de venganza (vinnitta) y pendencia familiar (pendenza famigghiare), que son muy parecidos. La vinnitta es la venganza individual, privada, de un individuo hacia otro. No habiendo el concepto de perdón y a modo de comparación con los sistemas judiciales que conocemos, la venganza sirve de reparación o indemnización a una ofensa. Para el omertaliano las ofensas se pagan con sangre, es decir, con una paliza o la muerte. Sin embargo, una vez ejercida la venganza, esta puede desencadenar una pendenza famigghiare, es decir una pendencia o rivalidad entre familias. Una pendencia se “paga” ejerciendo la venganza en contra de un varón cualquiera de la familia. Ocurre de la siguiente manera:
1. A ofende B
2. B se venga de A
3. La venganza de B ofende a la familia de A.
4. La familia de A se venga en otro miembro de la familia de B.
Una pendenzia famigghiare, por lo tanto, crea una cadena de venganzas interfamiliares. Las pendencias y sus venganzas correspondientes se registran en extensos libros notariales, aunque existen los “contadores” (cuntasturi) que funcionan a manera de historiadores familiares, capaces de recitar de memoria “venganzas pagadas y por pagar” de hasta cuatro o cinco generaciones enteras. Como el cobro de una venganza es cuestión de honor para los varones de una familia, ellos mismos se encargan de hacerlo, individual o colectivamente, y en el caso excepcional de no poder hacerlo ellos mismos, recurren a terceros. Al que ejecuta las venganzas de terceros lo llaman “empresario” (industriali) . Los empresarios son matones o asesinos profesionales quienes además de “cobrar venganzas” también ofrecen su trabajo como guardaespaldas, porteros de prostíbulos, cobradores de deudas o interrogadores. Como el lector puede imaginar, este mercado floreció muchísimo en Omertalia por muchos años, sobretodo con el advenimiento de la prensa, donde los empresarios anunciaban sus servicios y presumían de su historial de cobros y de sus habilidades con el cuchillo o el revólver. De hecho, el gran número de venganzas por cobrar en Omertalia ha conllevado a prácticas económicas tan extrañas como el trueque, la reventa o incluso la especulación sobre ellas, lo que ha generado repetidas condenaciones del clero católico a lo que llamaron el “dinero de sangre” (dinaru di sangu)[6].
El interés académico sobre el idioma omertaliano y sobretodo su particular sistema de justicia brilla por su ausencia. El hecho de que no haya dejado cualquier corpus escrito contribuye aún más para su olvido. Los pocos estudios publicados por la Universidad de Palermo entre los años 1880 y 1910, y que se usaron para escribir esta breve relación, llegaron hasta mis manos a través de un amigo americano, coleccionista particular de objetos contrabandeados durante la Segunda Guerra.
NOTAS:
[1] Quizá haya contribuido con algún héroe para la batalla de Lepanto, como lo defendieron ardentemente sus historiadores de la escuela nacionalista, pero toda documentación respecto a eso es cuestionable y secundaria. La imaginación local se ha inventado un sinfín de héroes inmateriales y efímeros: un capitán cartaginés, un Papa, un automovilista, un pintor futurista, el inventor del radio, etc.
[2] El original nunca ha sido encontrado. Una edición facsimilar se encuentra actualmente custodiada en el Archivum Secretum Apostolicum Vaticanum.
[3] A modo de chiste, decía Giuseppe Garibaldi que es más fácil atravesar 60 kilómetros de tierra en un barco que poner a dos omertalianos de acuerdo.
[4] En castellano, “que mi herida sea mortal”.
[5] La campaña de Mussolini contra la mafia, sumada a sus esfuerzos de “italianización” de las regiones, fue un duro golpe contra la cultura omertaliana, ya moribunda en el primer cuartil del siglo XX. Como el gobierno fascista prohibiera el uso de dialectos locales, lo que quedaba del idioma omertaliano murió con su último hablante nativo, Giuseppi Tintori, en 1927.
[6] Napoleone Colajanni ha llegado a criticar estas prácticas en un artículo publicado en el periódico L’Ora de 1898, indicando a manera de sátira que pronto el dinero de sangre sería reemplazado por acciones de sangre negociadas directamente en la Bolsa de Italia.”
De regreso a Bogotá, adquirí las obras completas del autor en una edición publicada el 2014[0b], pero no encontré en ellas cualquier mención a Omertalia, ni siquiera en las notas y comentarios de sus editores, lo que refuerza mi creencia de que no pasa de una falsificación barata.
NOTAS DEL EDITOR:
[0a] Editorial Sudamericana.
[0b] Editorial Emecé.
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