Su cabello azabache (Historia corta)
Su cabello azabache
El atardecer apenas comenzaba, podía sentir los cálidos rayos besar mi delicado y dulce rostro. El parque Houston era el lugar perfecto para verlo; al atardecer y a él. Él posee una altura sencillamente espectacular, su cabello negro rizado que tanto me hace suspirar. Suelo verlo desde la lejanía, incluso a veces me siento como una acosadora. Siempre está con su mejor amigo que también resulta cautivador, la forma en la que ambos caminan, parecen estar sincronizados. Aunque sé sus nombres no los diré. Dejaré que haya un poco de suspenso.
La ciudad comienza a oscurecerse, los rayos del sol se desvanecen. Las casas sin luces, encienden sus bombillos. Y como por arte de magia puedo empezar a distinguir su silueta que cada vez está más cerca, yo sigo mirándolo... detallando su andar, la forma en la que su cabello baila con el viento. El árbol de curarire me protege de su vista, aunque yo puedo apreciarlo completamente, mi vestido largo ondea por el vaivén del viento, mis cabellos castaños se desatan y me rosan la cara. Ahora soy la escena maravillosa de una película donde mis cabellos están revueltos, mi vestido lila embellece el suelo cubierto de flores amarillas, el viento atrevido ha dejado al descubierto mi muslo, se puede apreciar un lindo tatuaje en acuarela, mis labios congelados se han vuelto más rosados. Puedo observarlo, cada vez se acerca más a donde yo estoy. Hoy mi chico de cabello azabache se encuentra solo, sin nadie de su séquito. Sigo mirándolo, cada vez está más cerca, de repente su mirada ahora se encuentra con la mía, mis labios entre abiertos dejan escapar un jadeo, mis manos tiemblan y puedo escuchar el retumbar de ese órgano palpitante en mi pecho. Me siento un poco mareada la visión es borrosa, levanto la mirada... él está frente a mí. Veo que sus labios se mueven pero no puedo escuchar. Lo observo sentarse justo a mi lado. Nuestras rodillas se tocan. Mi vellos se erizan. Respiro. Ya lo escucho; acaba de mencionar mi tatuaje, trato de bajar mi falda, pero mi nerviosismo me lo impide. Por fin hablo; de mis labios sale un hola. Me sonríe. Una sonrisa encantadora. Dirijo mi mirada a mi muslo descubierto de nuevo con una margarita pintada en acuarela que sobresale, durante algunos minutos fue nuestro tema de conversación.
Ahora con veintidós años puedo recordar a la perfección el día en que por primera vez fue mi piel trazada con tinta. Siendo una chiquilla con solo 17 años, me escape de casa una tarde para hacerlo, estuve meses ahorrando para pagar 14.000 Bolívares. 300 cada día hasta completarlos, más o menos estuve ahorrando por tres meses, incluyendo las veces en que me lo gaste para comprar cualquier otra cosa. Escape de casa entre las tres y las cuatro para ir a la calle 72 a la tienda que un amigo me había recomendado después correr un poco desde la parada del bus me encontraba sudada, acalorada y temblorosa. Llegue, el chamo muy amable me atendió me dijo que por favor esperara un poco, nerviosa me senté en una silla roja alta con las manos temblorosas entre las piernas. Detrás de una puerta apareció un chico rubio lleno de tatuajes y un túnel en la oreja, bastante simpático a decir verdad. Hablé con él hicimos el diseño. Recuerdo que me tuve que quitar los pantalones, porque a mí no se me había ocurrido llevar short, le conté lo nerviosa que me encontraba y tuvo un buen ánimo, me hizo sentir relajada. Lo peor fue cuando escuche el sonido vibrante del aparato que me volvía loca, luego en mi piel el cosquilleo y el dolor que a pesar de que no era tan fuerte terminé llorando como una niña tonta. Y luego riendo.
Al terminar mi pequeña anécdota, ninguno de los dos podíamos aguantar la risa. Le dije que si quería ir por un café al pasar la esquina, acepto. Mientras caminábamos el cosquilleo en mi estómago se hacía más fuerte, nuestros dedos comenzaron a rosarse hasta que no lo soporte y termine por agarrar su mano, a él no le importo. Me miró y la sostuvo, caminamos con los dedos entrelazados hasta el pequeño café anaranjado desgastado. Con caballerosidad movió mi asiento para que me sentará y me trajo el latte vainilla que había pedido, al tratar de sostener la taza nuestras manos se rozaron enviando una corriente hasta mi pecho, podía sentir mis mejillas arder y mis ojos brillar. Había soñado tanto tiempo con este momento; cuando por fin habláramos.
Luego del café me acompaño hasta la parada del autobús; compre mi boleto, y voltee a mirarlo, de repente estábamos tan cerca que nuestras narices podían tocarse, su mano seguía tomando la mía y yo cada vez me encontraba más nerviosa. Me acerque un poco más y roce sus labios entre abiertos, hasta que me beso. Fue el beso más encantador que alguna vez me hayan dado, mis labios temblorosos estaban muy rojos y los de él también.
Cerré mis ojos, los abrí... yo volvía a estar sentada en la banca del parque con mi falda levantada con la mirada perdida entre los árboles, chico azabache había pasado justo enfrente de mí, pero lo había dejado ir.
Se fue.
No tenía nada que hacer solo levantarme de allí y volver a casa. Seguiría viniendo hasta que mis ojos se cansaran de verlo.