Gladiador

in #castellano6 years ago



By José Moreno Carbonero - Colección, Museo del Prado., Public Domain, Link


Iba aumentando con el pasar de los días, mejor dicho, de los años. Fue acumulándose poco a poco, de manera imperceptible pero nunca dejó de estar allí. Empezó como una pequeña angustia, una pregunta sin contestar, una respuesta escueta, un silencio incomodo, un temor inconfesable.

Intentaba ignorarlo, intentó concentrarse en otras cosas y continuar su vida, aparentó una vida relativamente normal con mucho esfuerzo, pero era simple apariencia. En su interior sentía crecer al monstruo día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, segundo tras segundo, latido tras latido.

Encontró alivio en la práctica constante de acciones que lo ayudarían en el momento decisivo, uno, dos, tres, cientos, miles, millones de veces repitió movimientos, giros y fintas a través de los años. Su cuerpo aprendió a hacer cosas imposibles con la naturalidad con la que el resto de los mortales respira, su fama creció, miles, millones lo miraron con asombro hacer proezas que creían imposibles, pero él sabía que no era suficiente, debía ser mejor, debía alcanzar la perfección. Insistió.

Ser el más diestro no era suficiente. Los movimientos, las fintas y los engaños eran importantes pero no le garantizaban absolutamente nada frente a sus rivales. Para competir, necesitaba resistencia, necesitaba velocidad, necesitaba fuerza y solidez para resistir sus embates. Para competir contra los mejores debía ser capaz de igualarlos a pesar de su cuerpo menos apto. Entrenó entonces su físico, corrió, levantó pesos, construyó un cuerpo con columnas por piernas, potentes, musculosas pero no por eso, menos hábiles.

Pero con los años, su físico fue decayendo, mientras acumulaba experiencia perdía resistencia y velocidad. Seguía siendo hábil, fuerte y veloz pero no bastaba, conoció la amarga derrota. Se obsesionó con detalles que muy pocos conocían, aprendió a leer los rostros de sus rivales, aprendió a pensar antes que ellos, a anticipar sus movimientos, a esperar sus errores, a detectar sus debilidades. Adaptó su técnica a un cuerpo en decadencia y suplió juventud con experiencia. Aprendió a aprovechar sus virtudes y a esconder sus defectos.

En su tortuoso camino, su cara se hizo conocida, algunos adultos lo miraban con respeto, otros con admiración y muchos otros, con envidia y rencor. Los niños le sonreían sinceros, en sus ojos brillaban los mismos sentimientos que a él lo inspiraron en su camino. Supo que él, un hombre atormentado por el monstruo en su pecho inspiraba en otros el ardor para perseguir sus sueños.

Con todo el sacrificio y las derrotas, no se arrepentía, jamás lo haría. Disfrutó del camino, disfrutó cada momento, disfrutó del paisaje, disfrutó de las victorias, aprendió en las derrotas, acarició la gloria, probó la hiel de la derrota. Aprendió a amar ese monstruo que crecía en su pecho.

Una vida de dolor lo llevó tras vueltas y rodeos a ese instante. El monstruo no cabía en su pecho amenazando explotar, el corazón retumbaba tras el esfuerzo titánico de su última lucha, era ahora o nunca.

Horas antes, al entrar en la arena supo que jamás regresaría. Apenas escuchó la última ovación con que lo recibirían en el gran templo de los gladiadores, tan concentrado estaba. Luchó con denuedo, derrochó esfuerzo, aguantó embates, esquivó patadas de hombres más jóvenes y fuertes, levantó de sus asientos a la multitud, provocó gestos maravillados mientras el monstruo susurraba en su oído. Sin embargo, sus esfuerzos no lograron darle una ventaja definitiva.

Pero alguien debía ganar, al borde del desmayo, agotados tras la larga lucha, sacaron fuerza de la flaqueza para dar un último esfuerzo. Todo terminaría con lo primero que aprendió. Fuerza, velocidad, resistencia, todo eso lo llevó hasta el momento definitivo pero no le servirían para prevalecer, sonrió ante la ironía. El silencio se impuso entre la multitud, la certeza de estar viendo el final épico de una vida estoica cerró todas las bocas.

Respiró intentando calmar la tensión que aceleraba su corazón en salvaje cabalgata. Cerró los ojos un instante, volvió a su más tierna infancia, recordó a su padre enseñándole ese simple movimiento, recordó su alegre grito cuando al fin lo aprendió, se vio niño volando por los aires impulsado por fuertes brazos, gritando a dúo la palabra sagrada, recordó las palabras y la sonrisa orgullosa de su padre al tomarlo de la mano para llevarlo de vuelta a su mísero hogar.

El tiempo pareció detenerse, el aire se hizo espeso. Miró al hombre frente a él, mucho más alto, mucho más fuerte, mucho más joven. Se obligó a sonreír, mostrando una seguridad que no sentía. El silencio acompañó la trayectoria de su pierna izquierda, millones de ojos siguieron su trayectoria, millones de oídos escucharon el impacto de su pie, millones de bocas estallaron con él gritando la palabra sagrada, liberando al monstruo tanto tiempo oprimido, todos adoraron al Dios que los reunía allí, todos adoraron al héroe forjado a si mismo haciendo eco a su grito liberador, un grito tanto tiempo reprimido, millones de almas en una sola voz, todos gritaron:

GOOOOOOOOOOOL!



Este cuento fue escrito en el marco de la primera semana del concurso "Writting Prompts" organizado por @themarkymark, donde los concursantes escriben un cuento basado en el tema de la convocatoria.

En esta oportunidad el tema fue "Tensión". Intenté trasmitir al lector una pequeña parte del estrés que imagino sentirá un futbolista de elite al momento de pararse frente al portero en una tanda de penales en un partido decisivo. Y sí, estimado lector, me inspiré en el gran Lionel Messi y este es el final que yo, humilde aspirante a escritor, daría a su carrera, cobrando el penal decisivo en la final del próximo mundial. Ojalá la realidad se acerque aunque sea un poco a la ficción.



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