La ciencia. Entre la costumbre y el asombro
Hay una anécdota atribuida a Louis Pasteur que habla sobre un encuentro sostenido con un joven en uno de sus viajes en tren . Ambos están sentados, uno al lado del otro, concentrados en sus respectivas lecturas. El joven con apariencia de universitario lee un libro de ciencias. De pronto, el joven le espeta una pregunta en un tono un tanto irrespetuoso al doctor Pasteur. Le dice: ¿usted todavía cree en esas historias de fantasía? El libro que ocupara toda la atención de aquél ilustre personaje era la Biblia.
Probablemente el joven de marras, solo reproducía una creencia muy arraigada en la cultura de ese tiempo y que se extendió por lo menos hacia la primera mitad del siglo XX. Ver en la ciencia el camino para alcanzar fines trascendentales al ser humano, el camino hacia la verdadera felicidad, el camino que aproximaba a la verdad y nos separaba de la fantasía. Las apuestas por las bondades de la ciencia se mantuvieron bien altas, por lo menos hasta la segunda mitad del siglo pasado. Hoy hay un poco más de prudencia al respecto.
El joven compañero de viaje de Pasteur, en su fe ciega hacia el conocimiento científico, cerró la posibilidad de entender cómo un hombre de ciencia, al que la humanidad le debe tantos logros, recordemos que Pasteur fue pionero en los estudios que permitieron el conocimiento de las infecciones, pudiese regocijarse y encontrar en un texto sagrado las respuestas que su otro conocimiento no estaba en capacidad de dar.
Vivimos en un mundo científicamente constituido, esto es innegable. Pero a diferencia de nuestros antepasados, sobre todo los de la antigua Grecia, la pregunta por el fin, la función y el sentido de la ciencia, nos es extraña.
La ciencia, devenida en tecno ciencia, ha tendido un manto de semioscuridad al papel humanizante que tenía este conocimiento en la mentalidad de los primeros pensadores.
En su largo recorrido hacia la modernidad, el conocimiento científico ha ido soltando las preocupaciones por lograr alguna idea de la trascendencia para centrarse solamente en lo concreto del hombre, en la aplicación directa del conocimiento.
Una mirada al pasado nos puede conectar con otra manera de entender la ciencia. En los antiguos griegos encontramos una idea que pudiéramos llamar ciencia pura; el cultivo del conocimiento por el mero placer de saber y sin miras a ninguna aplicación.
Pitágoras y Euclides desarrollaron todo su conocimiento en medio del placer lúdico. Para ellos sus descubrimientos eran simples pasatiempos para probar el ingenio. No podían albergar en su mente lo fecundo que iban a resultar sus cavilaciones para las generaciones futuras.
En Aristóteles, la ciencia es primordialmente una gran vivencia humana; está contenida en ella el asombro y el deseo de saber, el ejercicio apasionado de encontrar lo extraordinario en lo ordinario, el conocimiento como un arte para vivir más intensamente y con menos aburrimiento.
La ciencia ha recorrido un largo camino de humanización, ha convertido el asombro y el deseo de saber en posibilidad de certeza, en capacidad de conocer lo que es, lo que aparece y lo que perece.
A partir de esa primigenia ciencia pura el hombre occidental ha tenido una creciente intelectualización. En la edad media, las ideas aristotélicas produjeron una teología intelectualizada en Santo Tomás de Aquino. En la modernidad se desarrollaron audaces filosofías para interpretar la realidad humana: fenomenología, humanismo, hermenéutica. En nuestro tiempo, la técnica ha alcanzado niveles de desarrollo que la convierten en admirable y temible.
Hoy la ciencia se ha hecho poderosa; se ciernen sobre ella unas cuantas amenazas. La principal, ser controlada por los tecnócratas que la usen para fines ajenos al hombre. Por eso es importante enfatizar la esencia humana del quehacer científico. Insistir en que la producción científica debe ser repensada. No es la técnica el punto de partida para el quehacer científico, sino la toma de conciencia de que lo primordial es el ser humano.
Nos leemos.
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Muy buena entrada, Perseo. Una invitación a la reflexión. Si bien tiendo a pensar en la religión como un camino equivocado, que más bien aleja que acerca al hombre de la posibilidad de lograr una mejor comprensión respecto de las preguntas fundamentales, también creo que hay que ser suficientemente críticos con el proceder y el conocimiento científico para poder reconocer también allí un cierto dogmatismo que acaso atente muchas veces contra la posibilidad de una mejor comprensión.
Saludos. Gracias por la visita y el comentario. La ciencia tiene muchos méritos pero creo que hay verdades que siempre le van a ser esquivas. Por mi parte, he decidido aceptar que hay conocimientos que están más allá de nuestro entendimiento. Un abrazo.
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