Quiero comenzar una serie de relatos de esos que vuelan a mi mente sin querer o que aparecen mientras voy caminando por la calle, los provocados por esas escenas de películas en las que nadie ve nada y yo observo tanto, como esas miradas electrificadas por la conexión que puede verse entre dos personas, como dos rayos invisibles que los enlazan en momentos que no pueden relatarse, desencadenados en situaciones desconocidas por muchos, tardes despeinadas por alocadas salidas a cualquier lugar, esos truenos y relámpagos que se suscitan por el choque de dos almas que esparcen auténticas charlas lumínicas que se sincronizan entre sus existencias. Aquí inicio con la primera historia que he redactado para esta serie de escritos.

Se me dificulta recordar que era lo último que estaba haciendo antes de entrar en esta situación, solo veo a mis dos pies, flotando sobre un banco, tomando turnos para este vaivén que me hace sentir como un niño.

–¿Por qué estoy haciendo esto?

Me siento infantilmente seguro en este ornamentado parque con la cantidad de gente límite con la que no me siento incomodo( muy poca gente), la brisa es lo convenientemente débil para no despeinarla pero bastante impetuosa como para traer aromas de otras primaveras, otras estaciones y hasta otras vidas que no se parecen a los martes de series por la noche, ni las típicas recaídas de animo, cuerpo y vida mía, como cuando el universo asemeja disfrazarse de tu rival, en esta suerte de juego de ajedrez, que me sugiere en algunas circunstancias, la fluctuante experiencia, impera con su fuerza sobre el tablero cuadriculado de mis días, hasta el punto que padezco furia por esas jugadas del destino tan desenfocadas de mi rango de expectativas, tan fuera de libreto, explotan en mi rostro que siento como si derribara todas mis piezas obligándome a empezar de nuevo. Este patrón de pensamiento lo aprecio tan fuera de lugar que me doy cuenta, que el silencio cristalizado entre ella y yo puede empezar a teñirse de esa sucia, mundana corriente de ideas altamente contrastantes hasta con la ausencia de sus palabras, su mirada punzante hacia el horizonte por primera vez no me parece perdida como en todo el mundo, cuelga de ella una tranquilidad, no, de hecho es como una certeza de no estar buscando esas cosas que no sabemos que escudriñamos en la lejanía, pero que intuimos que irremediablemente nunca hallaremos.

–¿Buscas las respuestas de la vida en el horizonte? –le comento–

–No,–replica ella– admiro las preguntas que ella hace. – sonríe tiernamente al final de la frase–

–¿La vida te hace preguntas sobre un atardecer borroso y desdibujado?. –pregunto con un toque de frialdad–

–Sí, ya me hizo dos, y les di respuesta también.

–Para ti todo carece de complejidad, rebosan de simplicidad tus observaciones. –le dije–

–¿De tanta complejidad sufre tu mundo?

–No es mi mundo el que esta enmarañado.

Me mira unos segundos esperando que dibuje mejor mi idea entre las palabras, sin pronunciar sonido.

–Es el paradigma común que solemos llamar mundo cotidiano que esta sumamente desfasado...

–Ella me interrumpe, como si escarbara entre mis pensamientos– Te contienes tanto al hablarme, que puedo intuir que esta debe ser una de las conversaciones mas largas que has tenido en persona con alguien. Si hace rato te sentías tan cómodo que tus pies jugaban a ir y venir en silencio, ¿ Por qué no te liberas del peso de todos esos pensamientos que quieren salir sin acumularse más en tu mente?.

No hay lluvia de estrellas hoy, pero sus palabras entran a la atmósfera de mi consciencia como un verdadero meteorito incendiando y traspasando las capas subconscientes, hasta llegar al lugar exacto en que logro hacer un espacio, por el que ahora salen expulsadas las atrapadas y envejecidas percepciones que solo yo escucho, debido a que nada había fuera que las enganchara, hasta que llegaron, como un arpón, sus palabras, dándole caza para sentirse vivas, acercándose a la expiración de su silencio despegan hacia la atmósfera en el sonido de mi voz...