¿Morirá mi universidad? Reflexiones en un salón vacío
Escribo estas líneas a manera de reflexión ante la crítica situación que vivimos los profesores en las universidades del país.
Decidí ser docente motivada por una familia de maestras: mi abuela materna, mis tías, mi madre y primas mayores asumieron la docencia como un apostolado y fueron mi ejemplo.
Mi abuela fue maestra en Los Altos de Santa María de Cariaco, un pueblo escondidito del estado Sucre. Tenía la escuela en su propia casa, allí atendió y enseñó, con pocos recursos, a muchos niños que, años después cuando se mudó a Cumaná, volvió a ver ya formados como médicos, abogados, profesores e ingenieros. El deseo de estudiar y convertirse en un profesional era lo que prevalecía en aquellos tiempos. De ella heredé la pasión por enseñar con amor, la cultivó con aquellas historias que me contaba de sus días como la maestra Josefina. Yo las escuchaba y luego las imitaba en los juegos con mis hermanos.
Recuerdo, claramente, mi primer día en la universidad para comenzar mi carrera profesional. La Universidad de Oriente (UDO) me recibía con un día radiante y caluroso. Había tanta gente como la que solía ver en el mercado de la ciudad todos los domingos. La dinámica universitaria era maravillosa; tenía clases hasta las ocho de la noche, disfrutábamos de servicios decentes, podíamos hacer vida en “La Casa más alta” sin mayores preocupaciones que los trabajos por hacer y los exámenes por presentar. De ese día, casi se cumplen 30 años.
Hoy, esperando a mis estudiantes en el salón, recordé los primeros grupos que tuve en mis inicios como profesora en la universidad. Llegué a tener secciones con 50 estudiantes. “La Casa más alta” estaba repleta. Hoy, solo tengo dos secciones: una con cinco alumnas y otra con once, gracias a Dios encontré a la mayoría después de las vacaciones. La tristeza me embarga cuando observo la soledad reinante en mi universidad. La mayoría ha huido en busca de oportunidades y calidad de vida a otros países: profesores, estudiantes, obreros… En estos últimos quince años mi universidad ha venido sufriendo por un mal sangriento que la va matando lentamente, ahora agoniza, y parece que ya no hay remedio o voluntad para salvarla.
¿Dónde está la gente que quiere prepararse? ¿Dónde está la juventud de este país? ¿Por qué no vuelven sus ojos a la academia? ¿Dónde quedaron nuestros derechos laborales y nuestras reivindicaciones salariales? Las políticas educativas y sociales nos están dejando las manos vacías. Ya no hay quien quiera ser docente, ni matemático, ¡ni nada! Cuánto daño se ha hecho transfiriendo regalías que promueven el conformismo y que acaban con las aspiraciones de muchos.
Absorta en estos pensamientos comencé a escribir un poema; no lo terminé porque llegaron tres estudiantes… tarde, pero llegaron. Sus argumentos: la falta de transporte. Otra cuenta del rosario de problemas que vivimos los profesores venezolanos.
Cuando complete los versos del poema, se los comparto.
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Yo he dejado de dar clases porque ir a la universidad se me hizo demasiado complicado. Gracias al transporte llegaba muy tarde. Y si iba muy temprano a la parada, era demasiado probable sufrir de un robo. Eso aunado a los gastos y que la vía ha sufrido un incremento exponencial en los atracos. Los piratas de carretera ahora te roban la ropa que cargas puesta.
De verdad que es una lástima. Los cuentos de salones y aulas universitarias son los mismos que de pueblos fantasmas.
Es muy triste, @aurodivys. Qué te puedo decir, dos de mis tres secciones tienen un solo estudiante. Es lamentable ver cómo se destruye un país, dándole por donde más daño le hacen: en la posibilidad de un futuro.
Comparto contigo la misma incertidumbre, las mismas preguntas, el mismo miedo, tal vez hasta los mismos tres estudiantes, @aurodivys!! Ver que alguien o algo muere frente a nuestros ojos sin poder hacer nada, es una experiencia terrible!! La inutilidad de cualquier argumento ante tanta realidad junta. Te abrazo, amiga!
Ese mal sangriento tiene nombre, apellido y descendencia: Hugo Chavez, Nicolas Maduro, PSUV, revoluciòn bolivariana, todos los que han sido funcionarios delrègimen y todos los que siguen apoyándolo.
La universidad venezolana murió hace tiempo. Algunas se sostienen tambaleantes como los pacientes terminales que con un poquito más de recursos, con parientes un poco más dedicados o contactos para conseguir medicinas y servicios, alargan su penosa existencia.
Mientras haya revolución no habrá universidades en Venezuela.
Una realidad que golpea a muchos (me incluyo) en Venezuela. Hace un par de semanas estuve decidido a abandonar totalmente la universidad, ¡La Casa más alta!, por diversos factores entre ellos ese proceso tan duro de independencia -un arduo proceso en estos tiempos de crisis-; pero, gracias sea, en el camino académico me he topado con grandes personas que con palabras adecuadas en los momentos más deprimentes me cobijan de ánimos y ganas de seguir en la lucha. No es fácil ser estudiante universitario hoy en día, peor tampoco un imposible. Mantengo la esperanza en que volveré a ver algún día los pasillos de la UDO repletos como un mercadeo municipal. ¡Saludos, mi estimada @aurodivys!
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¡Me emociona mucho su visita! Muy agradecida por el apoyo. Gracias, @inteligentzia.
Estado de abandono total igual que la Udo de Anzoátegui, totalmente abandonada, la casa más alta.