No señora, el problema no es la cultura
"La cultura, el venezolano ha perdido la cultura y por eso estamos como estamos"
Aun recuerdo la estridencia de la voz de esa señora, que si bien no era de tan avanzada edad, su cabeza estaba salpicada de canas que aclaraban el tono castaño de su cabello. Ella repitió esa frase, una y otra vez, luego de que entramos, o mejor dicho, fuimos obligados a entrar en ese diminuto vagón con tanta violencia. Usualmente, me mantengo alejada de las discusiones ajenas del metro centrando mi atención en mis acompañantes, pero en nuestra entrada fuimos separados, y sin nadie que me distrajera le contesté.
"No señora, la cultura afecta pero no es la razón de este problema."
Desearía decirles que le respondí con un tono pausado y paciente, cargado con todo el respeto que merece una señora de su edad, pero, les estaría mintiendo. En ese momento, no pude amainar por completo la irritación que me causaba estar atrapada con esa enorme masa de personas en un espacio cerrado, sin aire acondicionado, compartiendo el aire viciado y con el codo de alguien presionándome dolorosamente un riñón; mis palabras salieron bruscas y apresuradas con un tono manchado en exasperación, como cuando eres adolescente y te impacientas con tus padres por no entender algo que crees simple de la tecnología actual.
Como era de esperar, la señora, afectada por el mismo ambiente que me tenía hostil y enardecida por mi irrespetuoso tono, insistió con aun más vehemencia. Yo le seguí el juego por un par de minutos, antes de darme cuenta de que era un esfuerzo inútil, mis palabras nunca la alcanzarían en este vagón, respiré un par de veces para bajar mi frustración, simplemente me callé y la dejé insistiendo sola el resto del viaje.
En retrospectiva, es un poco vergonzoso lo que les voy a confesar, pero, aunque esa señora hubiese sido más receptiva, yo no hubiera podido expresar mi punto de vista con claridad, para mi desgracia, soy una persona muy desordenada, por ende no muy apta para elaborar ideas claras de forma oral de un momento a otro, mucho peor cuando estoy enojada, que lanzo mi diccionario por la ventana y olvido todas estas palabras adornadas que uso ahora, y termino lanzando improperios simples, dignos de cualquier pelea de borrachos en un bar.
Por esa razón, me voy a aprovechar de la comodidad de mi casa, la versatilidad de este editor de texto y de este medio, para desarrollar las ideas que nunca pude expresar en ese vagón del metro.
En este caso no es la falta de cultura
Ojo, mi intención no es desestimar la decadencia en la cultura como la causante de muchos problemas de la sociedad actual a un nivel global, pero, en el caso local que les voy a presentar del Metro de Caracas no es la causa, es una consecuencia.
Para eso, voy a hacer uso de un ejemplo que es fácil de ilustrar y con el que todos pueden simpatizar.
Primero que todo, imaginemos que una persona adopta a una pareja de perros, pero, no cualquier par aleatorio de perros, sino madre e hijo, de una raza tranquila y amigable, digamos que goldens retrivers, esta pareja tienen cuatro y seis años respectivamente, ambos vivieron juntos desde que nació el hijo, están bien entrenados y son disciplinados.
Esta persona, al contrario de cualquier buen dueño, los aísla y les hace pasar hambre, al cabo de unos días los coloca a ambos en una habitación cerrada y en el medio pone un poquito de comida, apenas suficiente para alimentar a uno solo.
Como puedes imaginar, ambos perros lucharán por la comida, en ese momento no va a importar que sean de una raza amigable, que tengan parentesco, o que hayan pasado toda su vida juntos, en ese momento son dos animales famélicos y desesperados por sobrevivir. Ahora, ¿qué pasaría si repetimos este experimento muchas veces?, pues déjame darte la respuesta: les enseñas a estos adorables perritos a ser bestias agresivas.
¿Qué tiene que ver los perros con el caraqueño en el metro? Se preguntaran, solo déjenme darle un poco de perspectiva a la situación que empecé a describir al inicio del post y lo verán.
Eran las cinco de la tarde en un viernes en la estación Plaza Venezuela, desde el lunes de esa semana la línea 1 del metro había estado presentando problemas eléctricos fuente y por ser viernes no fue la excepción, la línea llevaba 45 minutos de retraso y la estación estaba a reventar, no solo por la cantidad de gente, si no por la tensión que impregnaba el aire viciado de la estación, que desde hace años tenía dañado el aire acondicionado.
fuente
Un año atrás hubiera optado por usar transporte superficial, sin embargo, con la situación actual del país disminuyeron significativamente las unidades de buses disponibles, fuente el panorama en la superficie, era igual o peor al que sucedía en la estación, a parte de eso, por la escasez de efectivo no tenía para pagar el pasaje, cuyo costo era 2000bs, quinientas veces más caro que el ticket de metro cuyo costo se mantiene en 4bs desde hace años.
Mis compañeros y yo decidimos hacer transferencia a la línea 4 que, en teoría, debería albergar menos pasajeros, por desgracia no fue así, el lugar estaba tan repleto que era imposible ver por dónde iban a salir los pasajeros cuando llegara el nuevo metro, pasaron al menos quince minutos para que llegara el metro y el resto ya lo describí.
Como expuse en los dos casos, la similitud del caraqueño usuario de transporte público y ese par de perros del ejemplo se puede resumir en una sola palabra, desesperación, en ambos casos "las víctimas" son expuestas a circunstancias adversas y luego se ven forzadas a luchar por un recurso escaso. Lo peor es que esto no es una ocurrencia casual, es una situación que se viene agravando con los años, al punto de considerar una fortuna cuando nada malo sucede.
Esto trae como consecuencia la degradación de nuestra cultura, dando paso a escenarios donde el caraqueño ya no porta una sonrisa, donde los ancianos, minusválidos, embarazadas o padres con hijos pequeños son obligados a tomar la decisión de esperar a bien entrada la noche, cuando se alivia el flujo, para aumentar sus posibilidades de ser víctimas del hampa, o luchar a costa de su salud, o la de sus seres queridos, para llegar a sus hogares mientras haya luz; donde se considera aceptable, incluso necesario, luchar con uñas y dientes para abrirte paso cuando las palabras ya no funcionan, donde los débiles de salud caen y deben ser sacados con dificultad, porque ya no sentimos empatía con nuestros hermanos, en fin, situaciones en las que nos podríamos considerar más bestias que personas.
Sin embargo, este panorama me trae algo de esperanza, ya que, al ser una consecuencia, desaparecerá cuando resolvamos la causa, puede que en un futuro, cuando recompongamos nuestro país y la calidad de vida, nuestra cultura se verá purgada de estos males, no voy a ser demasiado optimista puesto que no es tarea fácil, reconstruir un país puede llevar décadas, incluso un siglo siendo demasiado pesimistas, pero al final, volveremos a recuperar esa calidez, por la cual en el pasado fuimos conocidos.
fuente
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