CAFÉ.
Me levanto.
La mañana está clara,
El sol difuso entre luces
Se muestra augusto.
Perfecto para un café…
Jamás lo bebo pero,
He visto –en apariencia-
Cómo alguien toma alguno
Y, divagando entre sí
Y entre seis o siete sorbos
Pareciera sanar sus penas,
Redimir sus culpas
Y remediar los problemas,
Los agobios y las cargas
Que le hacen chico, a sus hombros.
Así que lo preparo y me siento
–aún no he desayunado
Y tengo el aliento común
del mañanero-
Junto a la ventana -cuarto piso-;
Lo observo, y me habla,
En señales de hogueras rojas,
En lengua occidental primitiva.
Tomo el primer sorbo
y entro
en su juego…
De pronto el cielo se turba,
El aire se cristaliza,
Las nubes se encorvan y sangran,
Y ya malditas se mofan de mi porvenir.
…Se abre un agujero.
Estoy en mi segundo sorbo,
Apenas si me percato
De alguna sombra o
Algún fortuito haz de luz
Que envía un mensaje de precaución.
Pero no le entiendo.
…Bebo cada vez más despacio.
Continúo con el tercer sorbo,
Más profundo y sincero esta vez…
Suspiro lentamente…
Aparecen bestias.
Las personas gritan,
y corren.
Las banderas se unen.
Los idiomas confusos se aclaran.
Los espíritus se enlazan.
La verdad es revelada.
Absorbo una cuarta vez…
Las voces callan,
Los gritos se apagan
en ecos.
Alguien toca a mi puerta,
Más con orden de abrirla
Que pidiendo permiso…
Sólo intuyo un mal presagio.
Además de todo,
Estamos el café y yo.
Siguen golpeando,
Cada vez más estruendoso.
Estiro mi cuello
y prosigo.
Un tercer estruendo
Y la puerta cae.
Luego de derribarla
Entra.
Su apariencia es
simplemente inhóspita,
Inesperada, impensable;
Si daba miedo no lo sé,
Pues yo estaba
bajo el hechizo y el confort
de esta ambrosia bebida.
Aquel sempiterno Apocalypto
-A quien no encuentro
cómo más llamar-
Me mira a los ojos,
Yo, presto a los reflejos
Que aún me quedan
Lo observo;
Sus séquitos entran voraces
Y él los hace a un lado.
Estamos los dos en esto,
O algo así les dice.
…Huele a sangre,
y a miedo,
Y más levemente
a sudor y a llanto.
Sus manos, sus armas,
Revisten y aroman
Con almas
De mujeres,
De niños
Y de ancianos
Los cuartos de mi estancia;
Sus escudos, o protectores,
Fragancian valientes y míseros hombres caídos,
Encubiertos en la historia futura,
Si alguna vez la habrá;
Sus cuerpos
Perfuman
A tumba,
A cementerio,
A Inframundo;
Él, a muerte;
Yo, a café…
Paso saliva
-Puede verse en primer plano-
Por mi apenas húmeda
y reseca garganta.
Los observo,
Volteo
Y sigo
Con mi quinto sorbo.
Él, en su afán
Por desprenderme la razón,
Por encender mi locura
Y abstraerme la atención,
Abstracta ya en el café,
Vocifera
-en una lengua burda,
reseca y desentonada-
el fin de mi raza,
Y se nombra ántrax de causas,
Volumen incólume
Y masa indómita,
Rey de lo incógnito
Y lo abrasivo,
Levanta su arma
Y desprende la testa
De una de sus bestias.
No consigue acobardarme.
Si apenas le presto atención,
Suspiro y acato el viento helado
Huyendo envuelto en ánimas.
Sigo con mi sexto sorbo,
Él, mórbido y astuto,
Se entera de mi situación
-Ya sabe que no le temo-
Y sonríe;
Al tiempo alista su arma
-Una lanza con aspa de hacha-
Y la pone sobre mi cuello.
…Apenas si diviso
Una corriente de almas
Y de bestias
En una marejada de cuerpos,
Esperándome
Para destilarnos a otro mundo
O sueño,
O invitarnos a tomar un café en su Reino.
Ya no es alba,
Ni es ocaso,
Un complejo de nubes
Rasgan el horizonte;
Ni el sol,
Ni la luna,
Ni las tretas de otros astros
Involucran en sus planes
Una luz de esperanza.
Dios cae desde lo alto
Asistiendo a la derrota.
Lanzo un suspiro,
Al parecer soy el último
Hombre con vida.
Volteo y lo observo,
Un segundo se arquea
Y doblega al tiempo,
Que se consume
En la estela que deja
Su arma
Mientras tomo la taza
Y empuñándola
La llevo a mis labios
Y bebo mi séptimo y último trago,
Y muero.