Desde que tengo uso de razón, quise ser ingeniero, inventar, reparar, descubrir, desafiarme cada día; cuando pasan los años, esa inocencia que teníamos de jóvenes va pasando y vemos que aquello con lo que soñábamos se desvanece, la vida se torna monótona y sin sentido alguna veces, sentado detrás de un escritorio haciendo estadísticas o analizando una cantidad de números abstractos para tratar de predecir algún evento.

¡Eso no es lo que quiero hacer toda la vida! Así que tome la decisión de abandonar la universidad y buscar aquello que aun no sabía que era, sabiendo que con esto destrozaría las expectativas que algunas personas tenían de mí.

Un día como cualquiera, escuche en la radio que promocionaban un evento gastronómico en la ciudad, el cual llamo poderosamente mi atención ya que el mismo era la evaluación que se le hacia a unos ¡estudiantes de cocina! ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¡Eso es! Así que fui a echar un vistazo.

Desde ese día decidí que seria cocinero, mientras más tiempo pasaba en la cocina mas me gustaba, jornadas de 12 o a veces 16 horas parecían minutos. Las cortadas, se sentían como rasguños y las quemadas eran trofeos dignos de exhibición.

¡Por fin! Había conseguido lo que buscaba, ahora aquellos que alguna vez se sintieron defraudados, están orgullosos y hasta ¡me piden recetas!

Pero no se trata solo de mi, ser cocinero implica muchas veces estar lejos de tu esposa e hijos, perderse algunas celebraciones o aniversarios, pero tengo la dicha de que mi familia me apoya, entiende y alienta. Además les cuento, mi esposa es ¡Pastelera! Y desde hace tiempo trabajamos juntos y hacemos un equipo genial.

De cocinero a panadero…