Hipergrifo el taxista y su leal can Cannabis (9)

in #cervantes6 years ago (edited)



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Entramos a la casa directos al centro de operaciones. Tomaríamos el día de asueto. Armé algunos cigarros y Cannabis cargó la pipa. Nos dispusimos a darle mantenimiento a la cueva en tanto sacábamos conclusiones de la misión recién cumplida. Chequeé la sección de hidropónicas mientras le comentaba a Cannabis lo contento que me sentía con la unidad asignada; “no te encariñes mucho”, me recomendó. Regaba las macetas cuando mi compañero se puso retórico. “Hemos restablecido un orden quebrantado en virtud del mandamiento superior, nuestra labor ha sido pacífica y de mediano riesgo, logramos el objetivo; felicitémonos. Ahora nuestro deber es estar preparados para desempeñar con mayor industria el siguiente encargo que se nos presente”, concluyó. Estuve de acuerdo en que el tema estaba agotado, sin embargo me daban vuelta en la cabeza un par de cuestiones que no alcanzaba a resolver; Cannabis de alguna forma se percató y de manera sutil me llevó a donde disipar mis dudas.

-No me sorprende que te desplaces con facilidad dentro de tu parte del laberinto, tu sentido de orientación es elevado- dijo y se echó a andar. Nos internamos por una cueva que pronto tuvo sus bifurcaciones. –Sin embargo, no es recomendable que te adentres solo en la parte que me corresponde, nuestras diferentes necesidades requieren de distintas arquitecturas. Espero a estas fechas estés consciente de que caminar por nuestra casa es, un poco, conocernos a nosotros mismos. Hay una cueva para satisfacer cada una de nuestras necesidades, y más, si buscas bien encontrarás las que satisfacen tus deseos personales. Desde luego también en algunas habitan miedos y debilidades, hay que evitar entrar a ellas por error. No es raro que nuevas cuevas emerjan, así como tampoco que otras se cierren para siempre. Nuestra casa todo el tiempo se está reconfigurando; con excepción de las áreas comunes, por mutuo acuerdo inamovibles. Todo está escrito.

Se detuvo para cederme el paso a una reducida entrada, tuve que reclinarme para pasar. La cueva, bastante oscura, a diferencia de las demás no tenía más salidas que su entrada. Pasé a una larga mesa iluminada por un par de candeleros en sendas cabeceras.  

-Esta es la biblioteca, un tanto exigua pues sólo consta de los dos ejemplares que tienes en la mesa. Uno es un compendio dedicado a ti, del otro yo soy su destinatario. Podemos leerlos, casi perfectamente, ambos-. Los libros a que hacía referencia estaban al centro de la mesa, de gruesos lomos parecían antediluvianos. Acerqué los tomos y me senté en una de las dos sillas, Cannabis se retiró para no ser distractor, aseguró; se despidió sonriente. Los libros no tenían a la vista ningún título, en sendas pastas se veían figuras que los identificaban. Una con la silueta alargada de un perro de extensas orejas, la otra parecía más un manchón. Hice a un lado el volumen de Cannabis para concentrarme en el mío.  Al abrirlo, a simple vista estaba en blanco, tuve que esforzarme para observar pequeños puntos; con un poco más mi visión dio con los trazos de las grafías y cuando parecía que alcanzaba a descifrarlas, empequeñecieron aún más. Agucé el sentido y alcance a atrapar la primera palabra: “Hipergrifo”. En seguida las imágenes emergieron a borbotones. Una toma de agua en forma de gancho se agigantó para insertarse en una muralla vuelta un torreón que hacía esquina de una fortaleza. En el puesto de guardia sobresalía una piedra tallada en forma de cabeza de águila. Por su pico caía una pequeña cascada que remojaba de forma caprichosa el semicírculo de la construcción dibujando en la piedra el cuerpo de un felino. El manchón cobró volumen y el animal águila felino desplegó sus alas y se elevó volando rumbo al sol. Vi entonces imágenes de desiertos y montañas, y a otros tantos como yo volando, internándose entre las nubes, siguiendo los rayos del sol.

Si bien no era lo que acostumbraba por lectura, el libro en cada imagen me transmitía información estimulante hasta en lo anímico. Volví a afinar la mirada al punto en que las imágenes se presentaron. Fueron menos agradables. De entre las arenas del desierto emergieron decenas de culebras, la repulsión que me despertaron se convirtió en pavor cuando surgió la serpiente gigante; mi enemigo natural. Me concentré en la imagen en busca información, pero mi libro no decía cómo matar un basilisco. Seguí la lectura; observé vapor de agua replegarse sobre sí formando múltiples figurillas que representaron combinaciones de los cuatro elementos. Algunas, para mí, más favorables que otras. Fui reconociendo fortalezas y debilidades, para terminar reafirmando mis conceptos en materia de justicia. Resplandeció un diminuto sol candente, un punto final. Supe entonces que aunque me esforzase no vería más imágenes. Un vínculo entre el libro y yo quedó establecido, supo que mi calidad de compresión mermaba y dio por terminada la sesión. Lo cerré, estaba cansado. Cuando intenté salir de la cueva la entrada había desaparecido. Intuí que sería inútil buscar otra salida por lo que me tumbé al suelo, a descansar. Mientras cavilaba sobre lo leído, observé un pequeño punto negro ajeno a la oscuridad de la cueva; en la pared, a ras de piso. Me acerqué sin levantarme. Al intentar tocarlo mi mano se hundió, pasé ambos brazos y enseguida todo el cuerpo. Entré a un sitio de oscuridad total, imposible de dimensionar. Me eché a andar sin saber si avanzaba. Concentré mis percepciones y encontré un hilillo de luz, me dirigí a él; se engrosó al grado de alimentar la penumbra. Supe dónde me encontraba. Pasos adelante observé desde lo alto el centro de operaciones, me hallaba al borde del oscuro nicho que antes calificara de enigmático. Vi la equilibrada disposición de las áreas de cultivo en sus diferentes tonalidades de verde y resoplé satisfecho del esfuerzo invertido en su mantenimiento. Me miré a mí mismo, cualquier atisbo de duda se disipó al abrir las alas y emprender el vuelo. Gracias a la sesión en la biblioteca pude entender y aceptar con naturalidad mi condición. Después de varios círculos concéntricos, en un paseo de reconocimiento al centro de operaciones, volví a la boca oscura para internarme en su cueva, a reposar entre la más profunda de las tinieblas.

Después de la experiencia de Arnoldo volvimos a la rutina. Nuestra costumbre consistía en trabajar desde la salida del sol hasta el recogimiento del mismo, el complemento del día lo pasábamos mayormente en casa. Añadí algunas actividades a mi tiempo libre. Solía caminar más lo que Cannabis llamaba laberinto y en definitiva mudé mi cuarto al nicho del centro de operaciones. Regresamos al ritmo de la vuelta de los días, y una mañana a mí me pareció distinta. Intuí que sería clara con sol pleno y aire fresco. Decidí deambular por el rumbo del Agua Azul. Arranqué pensando que si tenía buena suerte encontraría el paseo y el lago. Después de darle vueltas a la zona no encontré otra cosa que un parque enrejado y una charca artificial; pero también, a un par de extraños sujetos de rara figura que me hicieron el alto por la Roberto Michel.

Existe una pequeña discusión entre Cannabis y yo con respecto a lo que fue la siguiente misión. Mientras yo aseguro que aquella noche fuimos un importante factor, quizá determinante, para un suceso trascendental. Cannabis afirma que ni siquiera fue una misión y que mis ánimos exacerbados nublaron mis percepciones.

-Todo fue actuado- afirma categórico siempre que tocamos el tema.