Cuentos de Carrasco: La Maldición de Miranda

in #cervantes6 years ago

carrasco.jpg“Estoy tendiendo la inmaculada sábana de doña Carrasco”, gritó por tercera vez al cielo con su voz de soprano. Elevando el tono que acompañaban los gatos del vecindario las mañanas que amanecía cantando coplas de siembra cafetalera, el mismo que aprobaban con gestos las madres, que sacaban sonrisas reprimidas de las hermanas mayores y el mismo que tenía aterrados a los muchachos del edificio.
La voz de Miranda era como ella, grande, poderosa, irreverente, autoritaria, esa era la imagen que “la negra” se había ganado ante los vecinos desde la vez que altaneramente decidió refrenar la mala conducta de los chicos de la cuadra, quienes no tenían compasión a la hora de desbaratar todo el trabajo doméstico realizado con esmero por las mujeres del edificio.
Los pisos abrillantados con cera, paño y brazos, se convertían en las más veloces pistas de carrera y la ropa tendida al sol resultaba un divertido laberinto con pasajes secretos para jugar a las escondidas. Miranda no lo soportó, la enfurecían las marcas de dedos negros sobre la tela húmeda y en su segunda aparición al patio central los muchachos entendieron su contundente advertencia.
El patio era un área aprovechada por todos en la vecindad para reunir a las familias en sus diversas faenas hogareñas, quedaba entre dos edificios que se encontraban de frente. Allí se hacía cada año una gran cena de navidad, los cumpleaños de chamos y adultos, las bodas, las comuniones, se jugaba a la guerra de agua en Carnavales y hasta se velaban a los muertos. A un extremo de esta especie de cobertizo las mujeres dispusieron cuerdas de alambre amarradas entre las ventanas de ambos edificios para colgar la ropa recién lavada.
XXRopa+tendida.jpg“Al que me ensucie la ropa le echo un conjuro, ah vaina”, exclamaba con un tabaco encendido en la boca, agitando las manos como para espantar los mosquitos y recitando entre dientes palabras indescifrables que parecían estrofas de una especie de oración vudú.
Otro día, que para entonces no hubo alma que se asomara siquiera al patio, esputó muy alterada la siguiente amenaza. “Al que me manche la ropa le haré un trabajo de mil demonios, lo convertiré en sapo y lo meteré en una lata sellada hasta que se seque”.
Desde ese sermón no hubo vecino en Calle Pánamo que se atreviera al menos a mirar de reojo a alguno de los miembros de la familia Carrasco. Todos los trajes se mandaban a zurcir con doña Carrasco; los primeros invitados a las fiestas eran sus hijos, el vendedor de pescado y el platanero reservaban las piezas más grandes y frescas para la familia y hasta Manolo, el de la miniteca colectiva daba prioridad a las solicitudes de los Carrasco en su lista de complacencia musicales para la vecindad.
El tiempo pasó y Miranda se enamoró en sus breves salidas al abasto, del carpintero que arreglaba las camas de todas las casas de citas de la comunidad, eran tres cuadras de puros burdeles, por eso siempre fue un hombre próspero y visto desde el comienzo con buenos ojos por la familia.
Jacinto era opuesto en raza a Miranda, pero igual de robusto y alto, tan alto que pocas veces al año entraba a la sala de los Carrascos por temor a topar con los ventiladores de techo, a veces gateaba para llegar al baño o al cuarto de su amada. De tanto amor, surgió un embarazo del que Jacinto prefirió no hacerse cargo, lo que causó la despedida apresurada de Miranda de la vecindad, para felicidad de los muchachos claro.
Así fue que sentado todas las tardes en la acera frente a su casa, el carpintero fue disecándose. Con asombro y espanto todos los que conocían la historia sabían que Jacinto tenía el pellejo pegado a los huesos porque “la negra” le había echado una maldición. A poco tiempo el hombre murió y las putas del barrio hicieron esa noche su clientela en los pisos para guardarle luto.
Un par de años siguientes, Miranda regresó a Calle Pánamo no tan negra y con los cabellos pintados de amarillo, a su espalda colgaba siempre una niña hermosa y redonda por donde se le viera, posiblemente a consecuencia de los dos litros de leche que recibía cada mañana para que creciera no tan oscura como su madre.
Por supuesto que nunca más hubo niño o adulto que tocaran las sábanas tendidas en el patio o en su cama, tampoco nadie que se lo preguntara.
“Miranda –le dijo la señora Carrasco con una enorme sonrisa de complicidad- vas a tener que rezarle a todos los santos para que te manden un marido, dicen las vecinas”

A lo que respondió con un dejo de tristeza e incredulidad en sus ojos, “Va si es, señora Carmen, todavía creen en eso? Si es que a mi no se me derriten las velas por no saber cómo prenderlas!
Serie Cuentos de Carrasco
Toño Carrasco es un hombre que tuvo una niñez y una pubertad feliz, vivió en una enorme vecindad donde todos sus habitantes compartían como una gran familia. Asegura que vivió su propio Macondo, con situaciones y personajes tan reales y mágicos como los descritos con todo respeto y distancia por el maestro Gabriel García Márquez. Los relatos de Carrasco que escucho con gustosa atención, que me divierten por horas y que estoy segura, le complace rememorar, son como la canción "Sasha, Sissí y el círculo de baba" de Fito Páez, como las melodías de Fiona Apple, como el escaparate de la casa de mi madre, como las letras de la "Cándida Eréndira y su Abuela Desalmada", se perciben sepia, huelen a lluvia, avena y polvo. A partir de hoy comparto estos aromas con ustedes.

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