Cristina

in #cervantes6 years ago

Desde muy joven Cristina siempre ha llevado consigo la curiosa creencia de que el universo es un lugar donde existe de todo menos los accidentes, ya sea desde su creación hasta el más mínimo detalle, para su creencia no existe nada al azar, todo confabula en una misteriosa sincronía donde cada acción en cada instante determinado fue concebido con un propósito único. A medida que fue creciendo, Cristina mantuvo su creencia con cada experiencia vivida asegurando que para cada cosa que le pasaba, así fuera la cosa más terrible, existía una razón justificada que permitía al mundo girar una vez más. Uno de los aspectos más importantes de su ideología era la de creer que cada acción o cada elemento que se relacionara directa o indirectamente con ella desembocaba en otro cuyo propósito tenía toda la intención de brindarle una mejora. Esta idea la obsesiono a tal punto, que podía ver en el desastre más grande la oportunidad más pequeña. Idea, que como era de esperarse, llego a su final un día de invierno.
Para ese entonces Cristina conoció a un joven, que en pocas palabras se convirtió en la transfiguración de todos sus ideales, sueños y gustos más grandes, fue para ella un numen entre todas las cosas y su aspiración más grande. Mientras este sentimiento apoteósico crecía no dejaba de concurrir en un sueño muy extraño. Su sueño trataba sobre un libro que leía muy de joven pero que no lograba recordar con claridad. Cada día sus sueños eran más confusos. Había noches que soñaba con peces color dorados nadando en círculos en una oscuridad tenue mientras piedras blancas y negras caían a una velocidad absurdamente lenta, otras noches soñaba con un auto negro lleno de piezas de artesanía oriental y prendas de ropa increíblemente parecidas entre ellas pero a la vez tan diferentes en sus detalles, que no lograba precisar de dónde venían o que hacían ahí. Orugas, pequeñas tazas de té y un enorme jardín con bambús y arboles importados eran parte de los elementos sin sentidos que invadían sus sueños mientras dormía. “El jardín de la señora Murakami” vocifero una mañana mientras despertaba de golpe, logrando al fin entender que tenían todos estos elementos en común. Esta novela corta escrita, según recordaba, por el autor Mario Bellatin pasaba a ser de todo menos usual para Cristina. En ella se relata la historia de Izu, una joven estudiante de historia del arte cuyas andanzas, en un Japón de la posguerra, van desentrañando los motivos de un terrible pesar que la atañe en la actualidad bajo el nuevo nombre que lleva, la Sra. Murakami.
Sin vacilar, se levantó de la cama para buscar su ejemplar escondido entre cuentos de Borges y sus novelas de Carlos Fuentes. Movida, por el impulso casi involuntario de entender los motivos de sus sueños, se hundió en las amarillas páginas de su pequeño libro. Inmediatamente, volvió a identificarse con Izu, una mujer inteligente e independiente que destacaba por tener una postura muy liberal ante las cosas, intentado hacer respetar su criterio y siempre actuando a conciencia propia frente a una sociedad muy conservadora y arraigada en sus tradiciones. Cristina, a pesar de vivir en un tiempo que consideraba moderno para la historia de la novela, podía ver en la protagonista el reflejo de esos agentes divergentes (músicos, artistas, escritores…) que buscan la transformación en una sociedad que no da su brazo a torcer tan fácilmente. Y es que esta sociedad, la sociedad a la que pertenecía Izu se encontraba entre el pasar de una página y otra soplada por corrientes viejas y nuevas. En cada personaje nuevo que revivía Cristina podía ver ambas vertientes coexistiendo en el invierno de sus días y los días de Izu. Por un lado la madre de izu, la profesora Takagashi y el sr. Murakami se presentaban como esa vertiente ortodoxa, construida en el pasado y que busca perdurar en el tiempo dominando la cultura gracia a las tradiciones. Por otro lado surgía una vertiente liberal guiada por el profesor Matsuei Kenzó y Mizoguchi Aori, quienes con la ayuda de Izu buscaban acabar con el legado histórico que no tenía sentido ya en un mundo cada vez más occidental. Sin embargo, para Cristina el contexto social de su libro no le decía nada acerca de sus sueños. Un ensayo, una colección de obras de artes ¿esculturas? Esto comenzaba a tener un sentido más familiar.
La decisión de Izu comenzó a formarse como el eje central de su curiosidad, como el motor para desembocar en algo más oscuro, más misterioso que llamaba su atención en medio de una cultura tan distinta y tan bien dibujada en esas páginas. Entre Izu y el Sr. Murakami existía una relación, eso era sencillo de percibir desde el principio de la historia, pero no, eso no sonaba como una novela de amor, mientras lees en la vida de Izu, no consigues amor en su mirada, no escuchas esa palabra de sus labios. Solo una decisión los unió y de esa manera. Por un segundo, un zumbido tras un silbido bastante artificial, hizo que despegara sus ojos del libro. Un mensaje de texto, era el, la persona que había robado todas sus intenciones y llenado su mente de fantasías e ilusiones. Eran amigos, sin embargo, nunca tomaba suficiente valor para decirle lo que sentía, esperaba, según sus creencias, ese llamado del destino perfecto que le dijera como actuar y cumplir lo que, para ella, era una profecía dictada por el universo al momento de ponerlo en su camino. Esto era una señal, ¿Qué decía el mensaje? ¿Debería contestar? La llave de todo esto debe estar en la historia, sus sueños tenían que deberse a eso.
Los pies de página, esos detalles debían significar algo, pero mientras más notas leía menos sentido tenían. Palabras en japonés, tradiciones, festividades, hechos culturales, de todo menos respuestas. A pesar de eso, no podía dejar de pensar que lo mejor de esos elementos era la credibilidad que le daban a esa atmosfera extranjera. Cultura japonesa que parecía escogida por el escritor como la mejor opción para crear y descrear elementos sociales y religiosos que le dieran sentido a su hilo argumental. No solo porque, al ser una cultura tan ajena y entrovertida para occidente, le permitía hasta inventar costumbres que pasaban desapercibidas y también le brindaba a las intenciones de cada personaje ese manto de incertidumbre que no permitía predecir lo que podía pasar.
Sin tener una noción del tiempo claro, cristina cayo dormida esa noche. Y si, como era de esperarse, sus sueños comenzaron a dar vueltas en su cabeza. Esta vez, se trataba del mismísimo Mario Bellatin. Su brazo falso, blanco y negro, en forma de pico de loro tocaba el hombro de Cristina, frio, metal, borroso. Una gran bata negra y una calva bastante blanca le brindaban una sonrisa tan cálida como velas en la Noche de las Linternas. Le contaba sobre cada objeto presente en su novela y en porque estaban allí. Eran recuerdos, etapas vividas, tristezas que a veces eran blancas y a veces eran negras y a veces eran las dos. O a veces solo pequeños juegos que escribía para divertirse imaginando la cara de sus lectores. Mientras hablaba comenzaban a nevar copos color naranja mientras derviches aparecían en la oscuridad girando y girando en su incansable Tanura. Despertó algo mareada, más por la confusión que por las mismas vueltas. Recordaba haber leído sobre este autor. Mexicano de padres peruanos, Bellatin es un escritor que sobresale por lo original y e inusual de sus obras. Misterioso, escurridizo, ácido y alma libre, crea historias extrañas pero divertidas, sin el mayor de los sentidos pero con muchas intenciones. Esto sin dejar a un lado el destino natural del artista de interferir en el medio para escribir y reescribir lo que ve, escucha y siente. Todo un personaje, Cristina no dejaba de pensar en la fotografía de Marilyn Manson con Bellatin y su prótesis en forma de pene.
17 llamadas perdidas, era él, pero no podía devolverle las llamadas, no sabría qué decir. Este era su número de la suerte, iba por buen camino. El estilo de Bellatin podía darle una respuesta a todo este acertijo. Al llegar al tercer y último capítulo, el péndulo de la historia se volvió vórtice para conectar todos los puntos de la periferia, puntos que convergían en un mismo centro, la unión de Izu con el Sr. Murakami. Desde el principio, Cristina percibía que algo no andaba bien en la historia de un matrimonio, la cual comenzaba relatando la muerte del esposo que imploraba ver lo senos de otra mujer ¿infidelidad? ¿Algo tan simple como otra mujer? No, el intelecto de Bellatin brindo el final perfecto, dando a la palabra jardín su propia traducción: Venganza. Su taza de Té favorita callo en el suelo, antes de darse cuenta de todo lo que había pasado, salió corriendo fuera de su habitación, llego a la calle, se montó en el primer auto negro con puertas amarillas y se dirigió a la casa de quien imaginamos iría. Lo único que recibió fue una carta. Amor, desgracia, destinos diferentes, todo lo que llenaba de temor su alma estaba escrito allí. Camino sin detenerse, nublada por sus pensamientos, matando toda convicción que quedaba dentro de ella hasta que al levantar la cabeza estaba ante un gran jardín (#). Sonrió, soltó la carta y caminó hasta la fuente. Se acercó a la orilla y en el reflejo del agua pudo ver una mujer anciana, vestía un iromuji vinotinto con un obi dorado. En sus pies, una roca bola chata bastante grande y pulida por el tiempo llevaba grabado “Un deseo no cambia nada, pero una decisión lo cambia todo”

(#) Cuenta una antigua leyenda, dentro de la historia de los jardines, que cada jardín que nace de la venganza y el dolor de otros debe cumplir con el destino de traer felicidad y paz a quienes puedan disfrutar de él. Otsomuru 1.

El cuento anterior fue un analisis literario realizado al libro “El jardín de la señora Murakami” de Mario Bellatin