Azul azul, episodio onírico II (relato erótico)
Soñé que estaba en una casa laberíntica de paredes blancas, muy pálidas pero de pronto se veía todo azul tal cual como cuando uno está encandilado.Era una casa de varios pisos que se comunicaban entre si por medio de escaleras cortas y larguísimas con puertas hacia pequeñas terrazas sin barandas. No habían esquinas, solo curvas y el mismo tono azul por todas partes.
En uno de los cuartos sonaba Cerati a lo lejos, y en otro algun rock and roll sesentoso muy tenuemente ambientaba algunos espacios, pero lo que reinaba en la casa era el silencio. Se sentía netamente un vacío. Caí en una sala luego de atravesar un comedor con una mesa negra y debajo una pequeña puerta por donde había un tobogán de cemento pulido.
La sala estaba vacía salvo por dos muebles desarmados. Salí al patio donde el azul se acentuaba, solo azul, el cielo, la grama alta, el monte y las enredaderas que cubrían una alta pared de piedra. Subí unas escaleras muy altas hasta una de las terrazas, habían dos piscinas, una vacía y la otra con mucho moho.
Me encontré una chica morena, delgada, de cabello corto y alborotado, bajita, no le distinguía el rostro pero vi que llevaba en sus manos una libreta donde anotaba algo y su vestido blanco combinaba con la silla de madera blanca. Me vi reflejada en sus lentes de sol de cristal azul, me miró sin decir nada, siguió escribiendo.
Caminé hasta una plataforma de cemento redonda y pude ver un anfiteatro abajo, era el patio trasero. Miré a la chica y la reconocí de inmediato. Ella me miro, camino hacia mi, me puso una mano en el hombro, luego caminó lentamente hacia el borde de la terraza y bajo por unas escaleras de caracol hacia el anfiteatro.
Miré atrás y había ahora solo una gran piscina llena de agua, un instructor gordo y pálido y muchos niños, no me gusto la escena aunque parecían alegres, no me gusto el ruido que producían, me agache con las manos en los oídos y cerré los ojos, acto continuo el agua helada me abrazaba el cuerpo entero y aguantaba la respiración sintiendo como los pulmones me hacían flotar hacia la superficie.
De nuevo el silencio. El suéter gris y los pantalones grises, pesadisimos por lo empapados no me impidieron caminar hacia otra puerta y entonces entré a una oficina con luces amarillas, habían libros por todas partes y papeles con bocetos. Una guitarra electrica estridente sonaba fuertemente, tome el papel hondo y embarre mis codos con carboncillos, luego mis manos, luego mis brazos enteros, luego mi pecho, mis piernas, mis rodillas y dibuje con todo mi cuerpo sobre ese papel inmenso.
Por la ventana la chica morena, flaca, de cabello corto y alborotado, bajita, con sus lentes azules, miraba con atención. La música fue bajando hasta que mi frenético movimiento contra el papel fue disminuyendo, disminuyendo conjuntamente con mis movimientos. Me quedé tendido sobre el escritorio de unos cinco metros, la puerta se abría lentamente dejando entrar todo el azul, se apagaron las luces.
Lentamente la mujer atravesó la puerta, no podía moverme, no respiraba, el azul se apoderaba de cada esquina de mi vista. La mujer me tocó el pecho, los hombros, se abalanzo sobre mi, se llenaba de todo el carboncillo, sus gemidos eran muy fuertes, sus piernas se empezaron a ligar con mis piernas, su vientre se empezaba a derretir sobre mi sexo como una masa hirviendo, sentía su cabello adherirse a mi frente, sus senos se perdieron en la negrura carbónica de mi pecho, una pasión incontenible se manifestó en el aire, una tristeza profunda, un placer sin igual, mi mano derecha clamaba por pintura; me abrazaba y el papel nos abrazaba, sus manos quedaron dentro de mis hombros, mientras la chica me hacia el amor me mordía los labios, arrancaba pedazos y la sangre bajaba por su barbilla lentamente, me masticaba, me comía el rostro, se fundía su cuerpo sobre el mio y yo aun sin aire gemia, grite, ella grito, agarre aire, mis brazos se metieron por sus costillas, mis piernas ya eran parte del escritorio, y el azul se volvía mas intenso hasta que una luz blanca, muy blanca entro por la ventana y alumbró el carboncillo regado por el suelo y se diluía con el agua que salia de mis oídos.