Una brújula irredenta: Historias para las posibilidades del músculo de John Petrizzelli

in #cervantes6 years ago

Preguntado por el género del libro, John Petrizzelli se niega a las calificaciones. En vano mi juicio y el del poeta Armando Rojas Guardia vindican el lirismo del texto, escandilante hasta describir una luz rayana en la ceguera: menea la cabeza de lado a lado, y casi cabizbajo, como buscando una palabra en su léxico activo, permanece en silencio. Este libro heteróclito abre a los sentidos una puerta a un mundo incierto: un análisis y hasta una aproximación despreocupada, de pretensiones lúdicas más que de rigor, tendrá que enfrentarse a un lecto con una lógica propia, oscuro y sobredeterminado como un lenguaje onírico, casi un hieroglifo o un crucigrama rellenado en clave freudiana. Finalmente, Petrizzelli ya nos había demostrado en su anterior trabajo publicado, Negro lógico (reimpreso en el mismo volumen de Historias, en la edición de Dahbar), su adhesión ingenua o inconsciente al santo patrono de los surrealistas.

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Que el autor se niegue o encuentre dificultades para inscribir su obra en alguno de los géneros reconocidos por la tradición literaria de Occidente es un contenido que aparece rápidamente manifiesto a la consciencia: se trata de un conjunto de textos que huyen de la contaminación de los convencionalismos, y cuyo credo, si es que sigue alguno, es aquél que han profesado algunos marginales, raros y malditos de la literatura desde los tiempos de los simbolistas, y que no es sino la violación de las fronteras genéricas. Los escritores del grupo Tel Quel resolvieron el embrollo nominal llamando “texto” a cada unidad o macrounidad temática verbal, siguiendo las líneas que ya había avanzado la semiótica en el cartograma de la teoría literaria; al mismo tiempo que consideraban que la muerte de la retórica había diluido también los géneros establecidos: un texto podía tener algo de cuento, algo de poesía, drama, coloquio o novela, e incluso era ese el rasgo más sobresaliente de toda la literatura de vanguardia.

Historias para las posibilidades del músculo constituye un amasijo irreverente que puede ser leído como libro de viajes, cuento de hadas, literatura policial, poesía amorosa, biografía y canto espiritual: «En este lugar, lejano al calor de una lengua, la caricia de una mano o cualquier otro gesto, purifico mi soledad. Castidad prometida al paisaje. Dios absoluto de mi sacerdocio, Padre y Señor de mis instantes. Me desplazo sobre las colinas agitando las banderas de tantos rincones como pabellones de memorias». (p. 37).

Muchos de los textos están encabezados por el nombre de un lugar, a manera de una bitácora de viajes: de Nueva Delhi y Manila, el sur de la China, Montevideo, Marrakech y Nairobi a Berlín y Cairo. Algo de poema, relato o entrada de diario se presenta como una descripción alucinada o un delirio en algún lugar del África perdido para los etnógrafos y en los mapas. No es gratuito que la portada del libro exhiba un cuerpo atlético (el de un trotamundos), una caligrafía encadenada y una postal de Tanganika o el África Oriental Alemana con un elefante, símbolo de la memoria, en primer plano.

El tema del amor está asimismo tratado en el libro, aunque en sintonía con la originalidad e insubordinación a los cánones estéticos convencionales del conjunto de la obra, éste aparece renuente a clase alguna de patetismo: en Historias, el amor está lejos de mostrarse idealizado, como un imposible o como la coartada más manida para un suicidio, tal como en el romanticismo. Antes bien, se presenta como un epifenómeno no del azar (que sería un lugar común del romanticismo), sino del vicio y la compulsión; no acontece como un capricho o designio del destino, más que como una cuestión desacralizada, producto de la rutina o los gajes de determinado oficio, cuando no de la indecisión, el tedio y la errancia:

«El contrabando, la profesión de esta raza, trampa y espadas en el presente de cien loterías, las cien reinas aburridas de cada noche dando beneplácito al oficio, su santo.» (p. 57).

El estilo críptico no disminuye, al contrario, amplifica la musicalidad de cada pieza. La preocupación por la eufonía parece sacrificar o contrarrestar el interés por que las secuencias verbales construyan un sentido, o más bien, los textos deconstruyen el consenso social de significaciones, para explotar (muy dichosamente) potencialidades semánticas ilícitas para la legislación de los gramáticos de la lengua. La creatividad abierta por irrespeto al concierto expresivo produce un discurso policromático y sonoro cuya prueba de trascendencia es su permanencia en los ecos incondicionales de la memoria en forma de quasi-enunciados y breves viñetas, generalmente al comienzo de los textos: «(…) La brevedad hará al niño en los partos de estos arbustos huecos (…)» (p. 38), «Adiós dice el coral de tantas ventanas, (…)» (p. 43), «(…) Manos con pulso de loterías administran los sacramentos. (…)» (p. 79). Audacias que ya eran una de las notas distintivas de Negro lógico: «Hoy me siento alga azul, húmeda y salitrosa. (…)» (p. 109) o «¿Quién conoce las tierras del amanecer, llenas de tristes flautas? –(sin voz).» (p. 131).

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Arte naïf de Guillermo Bello

Más allá de la posible lectura como un libro de viajes que ya vislumbrábamos en uno de los párrafos anteriores, Historias es a veces una crónica personal de la historia universal. Nos hallamos frente a un libro que se mueve en dos dimensiones dispersas y aparentemente segmentarias en el decurso de la impresión; las entradas no hacen sólo describir o alucinar lugares cursados o revisitados por una mente que no reprime los afanes o los exotismos de la imaginación, pero recrear las visiones en las que quedaron petrificadas por la violencia del dilatado y convulso siglo XX. Así luce por ejemplo, la Berlín inmediata a la reunificación alemana:

«El silencio del suelo anfibio de todos los domingos. No hay pan ni para las palomas. Nada parece haber cambiado en el paisaje luego de expiar tantas culpas. Solo el muro, ahora roto, pero siempre ausente entre las nieblas de la memoria.» (p. 25).

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Si el siglo al que nos referimos consolidó la secularización de todos los horizontes de la vida, despojando a los modernos del crédito que podían dar a los medios por los que el ser humano obtuvo, desde la protohistoria, remedio psíquico, Historias no rehuye la fascinación que ejercen el misticismo y los sistemas adivinatorios, sobre todo hacia aquellos que escrutan o prevén a través del fuego: «(…) El fuego se ha hecho suspenso y todos leemos los argumentos de la llama.» (p. 43). También es legible la arena y una energía vital se apodera del barro, como en Faro, que reza: «(…) Los perros duermen la brisa con el hambre en las entrañas mientras el barro de los portugueses vence todas las noches a la tiniebla hecha vientos cuando los restos del costillar en las parrillas se pudren en caudales de gusanos» (p. 61).

En el más narrativo que experimental (como se lo reputa en el prólogo) Negro lógico, que sirve de epílogo a esta primera edición de Historias, se despliegan las cuitas de un escurridizo y acontecido heterónimo, cuyo anonimato está garantizado por el escueto apelativo de la forma. Se trata de una figura indefinida paciente de todas las voluntades del azar, y que el narrador, como un demiurgo lingüístico, hace aparecer intermitentemente en el momento preciso para ser apaleado por las circunstancias.

Profusa estampida de metáforas, Historias para las posibilidades del músculo representa un desafío para los nervios, un ejercicio aeróbico para nuestras capacidades interpretativas; una tentación a la resistencia de una masa cenicienta de células y arterias, de un cierto miembro y de determinados músculos; un movimiento de alta peligrosidad susceptible de comprometer la motricidad de la musculatura no menos que la firmeza de los huesos.

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