El papagayo
Un momento dejó eso a un lado, yo venía observando desde la ventana como siempre lo hago, buscando algo interesante que ver y mi amigo empieza a hablar de que las personas en este país no están dispuesta a cumplir sus sueños, no son capaces de sacrificarlo todo por poner los pies sobre la tierra y cumplir sus verdaderos deseos... Yo me extrañé, de verdad me parece insólito que diga eso de un país que exporta tanto talento, como los 212 títulos de belleza que tiene Venezuela en total (Esto lo saqué de un post titulado "15 curiosidades de Venezuela que probablemente no sabías").
Bueno, justo en ese momento en el que la conversación empezó a tornarse tediosa vamos llegando a mi calle y nos topamos a unos niños divirtiéndose en la mitad de la calle... Mi amigo no paraba de decir "la gente de aquí no sirve, sólo quieren el dinero fácil" y un niño se atravesó en la mitad de la calle y mi amigo dio un frenazo increíblemente brusco, todos rebotamos dentro del auto y la cara de susto que tenía el niño nos alarmó... El chico sólo estaba jugando con un papagayo e iba por la calle a la inercia en la que su juguete lo llevaba, sin quitarle la vista al cielo, terminó justo en la mitad de la calle frente a nosotros provocandonos un susto grandísimo... Yo bajé del auto para ver si el niño estaba bien y me llevé una sorpresa mucho mayor.
Los ojos del niño esparcían una inocencia para nada frívola que me empapó en una dulzura parapléjica en la que sólo pude emitir un par de palabras para preguntarle si estaba bien... El niño, de unos ocho años o menos no paraba de decir "Señor disculpe, no quise hacer mal, disculpe señor, disculpe, yo sólo estaba jugando con mi papagayo"... Estiré mi brazo hacia el menor para hacerle una inocente caricia en su cabello mientras le decía que no había problema, que sólo fue un susto y justo allí vi cómo su papagayo estaba más adelante en la calle, me dirigí hacia allá, me incliné a recogerlo y las sorpresas continuaron.
Yo esperaba encontrarme con un estructura de un buen par de centímetros, una elaborada combinación de papel de seda con una cola echa de buenos trapos y buenas varas de madera y me encontré lo siguiente: Un largo hilo de pabilo que sostenía no más que una bandeja de anime, de esas donde te sirven la comida para llevar, ¿saben? Eso era todo lo que componía la grandiosa diversión de un pequeño tan ilusionado en su juguete que no quitó los ojos del cielo yendo a la inercia del viento (literalmente).
Les cuento que me quedé observando todo el panorama porque, mientras segundos antes una persona no paraba de decir que somos un fracaso, que no tenemos la madurez para sacrificar cosas para cumplir nuestros sueños, en ese preciso instante un niño me enseñó que para ser feliz no hay que sacrificarlo todo, que la creatividad puede darte más de lo que buscas porque, si él no tenía nada para comer, mucho menos para ir a una tienda y comprar un papagayo, no era dinero lo que le hacía falta. Para nada.
A ese niño sólo le hizo falta tener las ganas de volar su juguete, sólo las ganas lo llevaron a buscar cosas usuales para elaborar su papagayo y cumplir su sueño. De verdad que me enseñó mucho esa anécdota. Sobre todo me enseñó a no cuestionar nuestra voluntad ni mucho menos nuestra capacidad de hacer lo que queramos, tengas la edad que tengas, seas rico o pobre, vivas en un país caótico como Venezuela o una potencia como Japón, sólo hace falta tener las ganas y confiar en ti y lo más importante es:
Me encantó, amo las anécdotas que dejan enseñanzas increíbles.
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