Claridad (Relato)

in #cervantes6 years ago (edited)


Limpiando mis archivos reencontré este relato, que tiene alrededor de dos años ya. Era una práctica que terminó siendo un reflejo de mis influencias y del modo en el cual empezaba a interpretar mis experiencias y emociones sin asociarlas totalmente a lo que iba sintiendo o pensando.

Quería compartirlo y registrarlo acá, y de algún modo no perderlo nuevamente entre mis archivos. Creo que puedo advertir algo de Horacio Quiroga, pues tal vez (sin poder recordarlo) buscaba eso, pero seguramente no esté en lo correcto.

Sin más,







Claridad



06:25am, 1989,
A un año de lo que a mi póstumo conocimiento vendría a ser un trágico accidente, una madre casi desorientada por el movimiento repetitivo de un día a día con poco brillo, como se manifestaba en mi pueblo natal cerca de las colinas, libera las cortinas que para mis cortos 6 años eran la protección más eficaz contra todo frío, duende, sombra, o la monstruosidad del recuerdo que se iba diluyendo en mi memoria de una hermana menor con la cual no volví a compartir el baño de la mañana o la reproducción de un viejo acetato de un tal Debussy, el cual se sentía tan cómodo como presumir en mi mente que un domingo en la iglesia duró muy poco y me regalaba más tiempo para explorar los alrededores.

¡Cecilia!  —emitía esa madre con una ligera voz, como de cuestión, por si quien había cumplido cuatro años permanentes dudaba en levantarse o no.

¡Cecilia!  —repetía mi débil voz aún desde la cama a la izquierda, la orillada a las sombras. Y no me cansaba de repetir el nombre hasta que un cuerpo mucho más pequeño que el mío se levantase en silencio volteando una mirada no tan entusiasmada, mientras la iluminación de la mañana solo la vestía a ella, solo a ella, y desde mi sombra yo valoraba el resplandor que ofrecía para mí mucho más de lo que valoraba esos domingos. Y no sabía que no era la luz lo que me regalaba ese momento.

Allí estaban las porciones de pan, allí estaban las porciones de queso; estaba la leche, estaba el vino de mamá, estaban tres lugares vacíos los cuales nunca llegué a cuestionar, y siguió reproduciéndose el acetato aunque tal vez ya siendo otro, pues nunca diferencié las piezas ni la calma que me brindaba cada mañana en conjunto con lo que me parecía muy resplandeciente, en conjunto con lo buena que era la comida de mamá. Orábamos mientras yo solo bailaba mi cara para ella, y al mismo tiempo mi madre recitaba algo que se acercaba a un canto, y comíamos apartando un plato para una estatuilla de un señor triste rodeado de una corona de piedras.

. . .


Mis pasos iban hacia afuera, donde estaba el perro amistoso que siembre visitaba, y le brindaba algo que tomaba de ese plato que no terminé de comer. Ella seguía esos pasos, y nos agotábamos, y nos acostábamos rodeados de nuestros juguetes y de ese animal que aparecía y desaparecía. Siempre ganaba retomando la consciencia luego de siestas vespertinas, y cuando despertó, mi dinosaurio aún estaba allí, junto al tirachinas. Habían coronas de flores en nuestras cabezas y el momento parecía una eternidad, pero el sol no se rendía, el sol solo hacía que su rostro brillase más frente al mío y yo solo veía sombras en mis manos, y pensé que podía utilizarlas para verla mucho mejor como lo hacía desde mi cama.



Sí, seguía resplandeciendo. Cada día. No como el dorado de las iglesias, ese dorado que no me interesaba y lo encontraba tétrico, sino como un dorado que estimulaba mis ganas de seguir corriendo, y jugando.

. . .


¡Cecilia!  —gritaba mamá, otra vez con un sonido de cuestión, de dejarnos pasar el rato hasta que alcance la luna y regresáramos a casa. Y fuimos, como si algo nos viniese consumiendo desde atrás, rápido, hasta pisar y rechinas los escalones de la entrada.



Anochecía con rapidez; olía a tabaco, olía a lo que fue una cena, y sonaba la hoja de un libro de dibujos que ella acostaba a la izquierda, como mi izquierda. Y todo se nubló en todos los ojos, y cuando me di cuenta ya estaba abriendo los míos otra vez por la luz de lo que ahora era un domingo. El resplandor de mi hermana me volvió a iluminar desde mi sombra que se oscurecía cada vez más, y yo lo agradecía, pues así la admiraba sin algún límite que me lo prohibiera.



Me gustaba el sonido de mis botas para ir a la iglesia, pues caminábamos por mucho barro, consecuencia de las frecuentes lluvias de la temporada. En ese barro por primera vez se mezclaba un rojo que pudo cautivarme; se mezclaba lo que creí era el pelo de algún ratón de los que robaban la comida que le ofrecía al perro amistoso que no vi ese domingo.

. . .


Le tomaba la pequeña y ligera mano que tenía, que no soltaba hasta llegar. Ese día no sonó ni una sola pieza musical en casa. Ese día no hubo plato para la estatuilla. Ese día no vi una abierta gama de colores en los cuerpos de los vecinos, solo pude ver una gigante sombra frente a una pálida iglesia de madera, pero no era del tipo a la cual estaba acostumbrado. Ese día se sentía diferente. Ella salió corriendo a donde estaba mi madre por alguna razón, separándose de mis dedos.


¡Cecilia, Cecilia!
 —aullé sin recibir respuesta, intentando que regresara a mí mientras se dirigía a un punto blanco entre esa multitud que construía esa sombra. Me acerqué y me sorprendí de lo blanca que podía a ser una caja. Y me sorprendí de que nadie me haya reprendido por haberme acercado tanto, como si la sombra fuese yo.
















Gracias por revisar esto y tomarte el tiempo,
@yggdrasilrot,
2018



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