Las pulsiones, el pecado y la estética de la existencia
De vuelta mis queridos amigos stemeanos, aquí les postearé una escritura que surge de este estado emocional, o como suelen decir, en modo de angustia existencial, y que es parte de ese primer momento cuando nos iniciamos en algo que intuitivamente nos quiere conducir a algo o a alguien: freudianamente hablando, de pura pulsión.
Para serles sincero, intento intelectualizar esas pulsiones y las aprovecho para ver si con ellas puedo llenar un vació que creo surge en eso de la estética de existencia , de tanta ocupación en estos mis espacios.
Resulta que nos agotamos y se nos angosta la vida tanto, que ella se nos va de pedestre andar y lenguajear. Y tan por el suelo se va el pensar y hablar cuanto más nos tropezamos con quienes, cristianamente, deben ser nuestros semejantes. Razones para increparme: ¿Y donde está el ser, motivo de tus cavilaciones? ¿qué pasa con tu testimonio del "ocúpate de ti mismo"? ¿o solo es producto de una tesis para el cumplido académico? Yo mismo me respondo: Ah, es que estoy en mis prácticas de Sí, desde ellas soy el ser que soy , y existo con y desde mis pulsiones también.
Elizabeth Huaita, en un trabajo citando a Freud, dice que la pulsión es el impulso que vuelca al hombre a buscar satisfacer el reclamo interno de su estructura mental. Ya sabemos lo encabritadas e indomables que son esas estructuras de la mente, no hay software que las programen, ni máquinas que las formateen. Sin embargo, con ellas también se puede ser obra de arte. De tal manera que una estética de la existencia no tiene nada que ver con prácticas de santidad, no es para que nos beatifiquen, para nada, puesto que unas prácticas de sí hacen posible, también, que afloren pasiones instintivas y hasta mostrencas, que se pueden manifestar en la sexualidad o cualquier otra cosa que expele el cuerpo y sus sentidos, contenerlas, esconderlas por pura actitud de gazmoñería, te hace feo, yo diría que horrible. No quiero extremistas con esto, que también son horrorosos por su precario discernimiento.
Así que, mis tribulaciones, indignaciones, que devienen en soltar "sapos y culebras", gracias a Dios que forman parte de briznas verbales en soliloquio, y de ahí no pasan, así como desenfrenos del pensamiento, no me alejan de una estética existencial. Quizás, en el pecado esté el mayor arte de virvir, porque la humildad es parte consustancial de ese arte de vida, reconocerme pecador es, entonces, parte de él. Para Cristo los fariseos, escribas y sabios eran los seres más despreciables de su tiempo.
Ahora bien, ¿qué puede hacer que acciones o práctica sean pecados, y quienes lo califican como tal? Pues, sin dudas, que mi fe, y, entendiendo que a ella la alimenta mi relación con Dios, y si mis semejantes son imagen y semejanza de Él, entonces, entenderme y comprenderme a mi desde el otro y en mi ese otro, es que puedo reconocer que peco. Humildad, honestidad, coraje y templanza van ahí contenidas en ese cáliz de mi vida que va haciéndose, configurándose como una obra de arte, en tanto que lo lleno de otro, con otro y por otro. Con el otro de lienzo es que puedo reflejar que existo.
Las Meninas de Diego Velásquez: cuadro de cuadros, reflejo del pintor en el espejo del fondo; se pinta Velásques pintando a las meninas, a las enanas, al bufon, al perro y al rey. Buena alegoría pictórica para esto de las prácticas de sí y el arte de vivir en otros y con otros.
Hay también quienes, pensando en las categorías de autonomía y soberanía con la que Adorno y Derrida construyen la noción de arte, sienten que nada de lo que hagan puede ser pecado, puesto que en libertad el horizonte es su límite, y su autonomía les da para esto, para aquello y para todo. Pero resulta que esa soberanía y autonomía que piensan ambos autores viene dada en la relación sujeto cognoscente y objeto cognoscible, susceptible de aprehenderlo y hacerlo obra de arte. A ellos, que así toman su autonomía y soberanía, se les respeta y considera, pero en ese parecer hay mucho de soberbia y ésta los aleja de lo estético. Hay mucho de: "después de mi, nadie".
Testimonios del ser que soy: pulsiones, perturbaciones, veleidades, imaginarios, monstruosos o no, pero imaginarios al fin, sublimidades, liviandades, todos ellos nos van configurando éticamente; es decir como obra de arte.
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