Historias asombrosas de la vida real: El fastuoso Palacio sumergido de Jal Mahal EN 31 MAYO, 2017 POR GABRIEL ROMERO DE ÁVILAEN HISTORIAS ASOMBROSAS DE LA VIDA REAL
Por si alguien todavía se lo pregunta, admitiré públicamente que el tema de este blog es: “aventuras en lugares exóticos”. Me fascina como concepto, de hecho me parece una descripción bastante más explícita que “novela de aventuras” o “novela histórica”. No tiene nada que ver una trama de aventuras en el centro comercial que hay debajo de mi casa (por apasionante que parezca, que os juro que no lo es) a esa misma aventura situada en una ancestral caverna en el subsuelo de Italia (como la de Matera) o en una remota isla del Atlántico habitada por desertores de una guerra (como la de Anatahan). El exotismo (igual que épocas determinadas) aporta un valor extra a cualquier historia.
Hubo una vez, durante el siglo XVIII, en que el Maharajá Madho Singh I quiso que erigieran un impresionante palacio que le recordara a su niñez. Él gobernaba con mano firme el estado de Jaipur (lo que hoy es Rajasthan, al oeste de la India), pero su memoria volaba como un pájaro a sus tiempos jóvenes, cuando recorría entusiasmado los enormes pasillos lujosamente adornados del Palacio del Lago de Udaipur (urbe conocida popularmente como “La ciudad de los lagos” o “La Venecia del este”, y cuya belleza ha llegado hasta nuestros días). De forma que Madho Singh buscó el mejor emplazamiento para su proyecto soñado, y éste no fue otro que el lago Man Sagar, situado a unos ocho kilómetros al norte de la ciudad de Jaipur. Este lago, de origen artificial, había sido construido por el Rajá Man Singh I en el siglo XVI como respuesta a una de las peores épocas de sequía que había conocido la región, y así la presa levantada en su nombre en el río Dharbawati salvó la vida de muchos agricultores locales, por lo que decidieron que el lago fuese bautizado en su honor. El lago Man Sagar aumentaba tremendamente su nivel durante la temporada de lluvias, por lo que el Maharajá Madho Singh decidió poner en marcha un proyecto muy ambicioso (y quizás algo demente): un maravilloso palacio sumergido.
El Palacio de Jal Mahal fue construido en el siglo XVIII y aumentado posteriormente por el heredero del Maharajá, Madho Singh II. Lo más curioso de su diseño es que fue pensado para encontrarse bajo el agua, incluso cuatro de sus cinco pisos, y tan firmes son sus paredes que en estos doscientos años aún no han permitido pasar al interior de las salas ni una gota de las impetuosas aguas del lago. Sin embargo, no fue habilitado para pasar allí las noches, y únicamente se empleaba, de manera ocasional, como pabellón de caza para patos. Salvo los lujosos corredores del piso superior y la magnífica terraza, poco más hay en Jal Mahal, que rápidamente fue abandonado, tras la época de Madho Singh II.
Escaso uso recibieron sus altos muros de piedra roja arenosa, su terraza superior en forma de corredores abovedados y colosales arcadas, su chhatri o dosel de estilo bengalí, sus torres de planta octogonal con cúpula y su confusa mezcla de estilos arquitectónicos, acá Rajput (tradicional hindú), allá Mughal (de influencia persa). Las sobrecogedoras pinturas que adornaban los salones de la primera planta apenas fueron apreciadas por ningún ojo humano, y pronto todo aquello quedó vacío, durante siglos. Es más, las aguas del lago sirvieron para acumular vertidos tóxicos provenientes de numerosas industrias de la zona durante el siglo XX, y sólo con la llegada del nuevo milenio aparecieron empresas interesadas en restaurar el viejo palacio.
Se dice que tal vez algún día podría servir de exclusivo restaurante para los más ricos del lugar, pero de momento las obras de restauración han tenido poco éxito. Sí que han servido en el lago, que poco a poco recupera su flora y su fauna naturales, habiendo limpiado la contaminación que albergaba el fondo y repoblado la vegetación y aves de los primeros tiempos. Sin embargo, el palacio no avanza. Tras mucho dinero invertido y diversas empresas implicadas, todavía no se han visto muchos resultados. Quién sabe por qué.
Y claro, yo, que tengo bastante entrenada la “visión de lo exótico”, no puedo evitar imaginar una trama alrededor de este sugerente palacio. ¿Y si un agotado y vencido Maharajá lo hubiera escogido como lugar de reposo de sus huesos, y ningún esfuerzo humano fuese capaz de hollarlo? ¿Y si, para dominar las perdidas riquezas de Jal Mahal, hubiera que vender el alma a algún espíritu primigenio que habita sus salas? ¿O quizá sólo es una estratagema de algún especulador, que se ha inventado la maldición del palacio sumergido para evitar miradas curiosas y devaluar su precio?
¿Cuántas historias serían posibles entre las cúpulas abandonadas de este lugar mágico, cuánto exotismo destila su imagen, brillantemente rojiza sobre el hermoso azul del lago?
Sin duda las posibilidades son infinitas, tanto como nuestra imaginación desee volar lejos de nuestro día a día gris de urbanitas rutinarios y asomarse a los insondables abismos de la eternidad, que quizá, sólo quizá, se encuentra en los temibles corredores de Jal Mahal, donde cualquier sueño es posible.
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