EL DOLOR DE LA DESPEDIDA
Cómo duele pensar en las despedidas. En imaginarse en una partida sin retorno. Duele mucho creer que esas personas a las que les estás diciendo adiós, quizás no les volverás a ver. Supongo que es parte del poder de supervivencia el aprender a manejar las separaciones. Esas que sirven de introducción para el comienzo de una nueva historia.
Pero a pesar de intentar darle el tono poético para calmar la tempestad, no deja de doler por su significado propio. Ese que hace ambigua nuestra aparente fuerza para hacer frente a la tristeza que deja un abrazo que podría, infelizmente, ser un abrazo final.
Como espectador de terceros, quizá solo robará un par de lágrimas al corazón, pero al ubicarnos en el mismo lugar, el miedo se apodera y nos hace pensar que podríamos ser nosotros dejando ir a un ser amado. Un ser que a veces no quiere irse, o no quiere quedar, quiere estar siempre contigo. A pesar de la diferencias, de los malos momentos, de las lluvias continuas, a pesar de eso, siempre quieren estar al lado de la persona que la vida puso alrededor.
Qué difíciles son. Esas despedidas asesinas de la felicidad. Pasar de ver siempre, a no ver más. Pasar de escuchar siempre a un ruidoso silencio. Pasar de un abrazo a no tener de dónde anclarse en momentos de amargura. Pasar de la sonrisa a la seriedad de los sentimientos.
Las despedidas deberían acabarse. Los reencuentros, cada vez, deberían ser más.