¿ITINEARIO DE LA POESÍA O ITINERARIO DE UN VIAJE?
¿ITINEARIO DE LA POESÍA O ITINERARIO DE UN VIAJE?
¿Itinerario de la poesía o itinerario de un viaje? Es lo mismo en el
diario de Matsuo Basho “Sendas de Oku”. Cada lugar real
relatado se transforma en una profunda vivencia espiritual, poética. La leyenda se conjuga con una pincelada, un Haikú del que Basho
era un maestro. El Haikú breve arquitectura, línea de maravilla
que apenas roza las cosas, o traza una pincelada de ellas que nos
abre a un sentimiento eterno, inefable, y que el poeta expresa en
palabra que parecen flotar, adherirse a un horizonte único en cada
línea de un puñado de sílabas que encierran un universo: “Cascada-ermita | devoción de estío | por un instante” (Basho).
La obra poética es una iniciación a un viaje y esta parece ser la
filosofía que impregna las páginas de este clásico de la literatura
japonesa. En palabras de Basho: “Los meses y los días son
viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también
son viajeros”. El sentimiento por lo breve, más que una mera
motivación artista es un sentimiento de vida en el Japón de los
grandes clanes, y la poesía de Basho es heredera de este afecto.
El viaje nos impregna de lo nuevo, lo desafiante, como lo hace
cada brisa que nos roza cada mañana y viene de tan lejos. Y si
bien acudimos a selectos lugares emblemáticos a transformarnos, a llenarnos de energía y también de saudades; en Basho es su
poesía la que termina imantándonos más que un arce, un junco, la
nieve madre de lo blanco, una piedra mortal que te adormece, una
flor desconocida que se asoma: “Todavía erguidos | aunque de
juncos | sólo guarden el nombre| guardan el suyo | juncos del
recuerdo”. Sendas de Oku” es realmente una búsqueda de lo trascendente, un encuentro con la divinidad, con el demiurgo que está sobre
toda la belleza que irradia lo natural: “Dicen que este paisaje fue
creado en la época de los dioses impetuosos, la divinidad de las
montañas. Ni pincel de pintor ni pluma de poeta pueden copiar las
maravillas del demiurgo”.
Lo único que queda es la poesía, parece ser la intuición
final del gran poeta del haikú, al igual que los elementos
constitutivos de la naturaleza, muchas veces expresados en
suntuosidad y belleza, que germinan , florecen y se levantan sobre
la oquedad y miseria del hombre. Un libro de hoy y de siempre, de
aguas cambiantes. Todos los nombres pasan, sus espléndidos
linajes, sus obras magníficas derruidas por el tiempo. Sólo queda
el canto para expresar el silencio, la fijeza en un instante del
diálogo profundo de lo visible con lo inmóvil: “Quietud | los cantos
de la cigarra | te penetran”. Una estancia de la belleza en cada
contemplación, en cada escritura que recoge minuciosamente la
crónica de un Japón antiguo, sagrado en la pluma de uno de los
más eximios testigos de su historia.
¿Itinerario de la poesía o itinerario de un viaje? Es lo mismo en el diario de Matsuo Basho “Sendas de Oku”. Cada lugar real relatado se transforma en una profunda vivencia espiritual, poética. La leyenda se conjuga con una pincelada, un Haikú del que Basho era un maestro. El Haikú breve arquitectura, línea de maravilla que apenas roza las cosas, o traza una pincelada de ellas que nos abre a un sentimiento eterno, inefable, y que el poeta expresa en palabra que parecen flotar, adherirse a un horizonte único en cada línea de un puñado de sílabas que encierran un universo: “Cascada-ermita | devoción de estío | por un instante” (Basho). La obra poética es una iniciación a un viaje y esta parece ser la filosofía que impregna las páginas de este clásico de la literatura japonesa. En palabras de Basho: “Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros”. El sentimiento por lo breve, más que una mera motivación artista es un sentimiento de vida en el Japón de los grandes clanes, y la poesía de Basho es heredera de este afecto. El viaje nos impregna de lo nuevo, lo desafiante, como lo hace cada brisa que nos roza cada mañana y viene de tan lejos. Y si bien acudimos a selectos lugares emblemáticos a transformarnos, a llenarnos de energía y también de saudades; en Basho es su poesía la que termina imantándonos más que un arce, un junco, la nieve madre de lo blanco, una piedra mortal que te adormece, una flor desconocida que se asoma: “Todavía erguidos | aunque de juncos | sólo guarden el nombre| guardan el suyo | juncos del recuerdo”. Sendas de Oku” es realmente una búsqueda de lo trascendente, un encuentro con la divinidad, con el demiurgo que está sobre toda la belleza que irradia lo natural: “Dicen que este paisaje fue creado en la época de los dioses impetuosos, la divinidad de las montañas. Ni pincel de pintor ni pluma de poeta pueden copiar las maravillas del demiurgo”. Lo único que queda es la poesía, parece ser la intuición final del gran poeta del haikú, al igual que los elementos constitutivos de la naturaleza, muchas veces expresados en suntuosidad y belleza, que germinan , florecen y se levantan sobre la oquedad y miseria del hombre. Un libro de hoy y de siempre, de aguas cambiantes. Todos los nombres pasan, sus espléndidos linajes, sus obras magníficas derruidas por el tiempo. Sólo queda el canto para expresar el silencio, la fijeza en un instante del diálogo profundo de lo visible con lo inmóvil: “Quietud | los cantos de la cigarra | te penetran”. Una estancia de la belleza en cada contemplación, en cada escritura que recoge minuciosamente la crónica de un Japón antiguo, sagrado en la pluma de uno de los más eximios testigos de su historia.