Fue en un mes de 2014, en la charla introductoria a la Escuela de Comunicación Social, cuando conocí a Carlos Daniel. Me tocó sentarme a su lado en el auditorio y, a solo segundos de haberlo hecho, ya éramos como los mejores amigos del mundo. Él no paraba de hablar. Confieso que en un momento quería irme de su lado, sentía que todos nos miraban y que en algún momento nos iban a regañar. En esa charla de tan solo una hora -quizás menos- ya sabíamos nuestros gustos en común. Al finalizar, intercambiamos nuestros números telefónicos y ese fue el inicio de una divertida amistad.
Con el pasar de un par de meses, comenzamos clases. Aunque lo intentamos, no nos tocó ver ninguna materia juntos. Dos semestres pasaron, él por su lado, yo por el mío. A pesar de la distancia, al toparnos en los pasillos siempre me recibía con su radiante sonrisa, la de costumbre.
En julio de 2015, comenzamos el 3er semestre y ¡sorpresa! la mayoría de nuestras materias coincidieron, no dudamos en instantáneamente ponernos juntos en los grupos para las evaluaciones. Debido a que Valeria, su novia (que también estudiaba con nosotros y lo ayudaba en todo), se había ido por un tiempo a los Estados Unidos, él buscó esa ayuda en mí. Carlos Daniel comenzó el semestre totalmente en las nubes. Recuerdo que en la primera semana de haber comenzado las clases él ni siquiera sabía que tenía que modificar una materia para poder verla, yo lo ayudé. Ese día me dijo “gracias Mafer” como 10 mil veces. Esa era una de sus virtudes más bonitas, nunca dejaba de expresar lo que sentía, era una persona muy agradecida y sentimental.
Usualmente, en cualquier hora de cada uno de mis días, llegaba a mi teléfono un mensaje de Carlos: «Hey, Mafer, ¿qué hay para mañana?». Realmente me resultaba divertido y ya hasta se había convertido en una costumbre. Ayudarlo, aconsejarlo, prestarle dinero, regañarlo y recordarle todo como si fuera su mamá fue una de las cosas que más nos unió en esa corta amistad que Dios nos estaba regalando.
Una mañana, muy feliz para ambos, fue cuando culminamos la materia Metodología de la Investigación y tendríamos los miércoles libres. Aunque ese hecho fue algo realmente regocijante y digno de recordar, en mis oídos solo retumban las canciones “Photograph” de Ed Sheeran y “Sorry” de Justin Bieber, que Carlos cantó durante toda la clase, era un pésimo cantante pero a él no le importaba, me dijo «No me importa si no canto bien pero me encanta hacerlo».
Llenó de alegría todos mis martes, miércoles y jueves en la universidad. En solo 3 meses nuestra amistad creció a un nivel incomparable. En cada clase nos sentábamos juntos y era inevitable no hablar como unos loros. Cada materia era para demostrar un rasgo de su personalidad distinto: en metodología puedo recordarlo como el perezoso “no quiero hacer nada, qué pereza” –como cualquier persona a las 7:00 a.m en clases-; en Taller de Redacción era el curioso, el participativo, el que siempre tenía una pregunta y que mantenía su mano levantada para leer y en Teoría de la Comunicación era el hiperactivo, le encantaba dicha materia y no paraba de participar.
En su vida terrenal, Carlos Daniel me enseñó muchas cosas. La más importante fue que nunca debo dejar para mañana lo que hoy puedo hacer. En ningún momento dejó de recordarme lo mucho que me quería, lo mucho que me apreciaba y lo muy agradecido que conmigo estaba. Yo nunca se lo dije, por pena y es algo que lamento.
Un chico de corazón noble, sincero y alegre. Un chico que cumplió su misión en la tierra: amó a su novia, familia y amigos con intensidad; demostró que todo lo que se proponía podía lograrlo; alegró el día de más de una persona; nos enseñó lo bonito que es amar sin importar nada.
Carlos lo único que no me enseñó fue a estar en clases sin su presencia, a no esperar un mensaje de él cada día, a no extrañar su sonrisa matutina. Duele, duele saber que ya no está. Tengo la certeza de que en el cielo, hay un salón de clases, donde necesitaban a un estudiante de periodismo, guapo, inteligente, divertido y con ganas de ser periodista deportivo para completar la matrícula; esas características solo las poseía Carlos Daniel. El cielo está de fiesta porque ya tienen quien anime cada partido de fútbol como solo él lo podría hacer y quien eche un chiste malo a cada minuto.
Te extraño, Carlos. Más que el vacío que dejaste en el corazón de quienes te queremos, dejaste las inmensas ganas de seguir por ti, para cumplir los sueños y metas que no lograste terminar. El legado que dejaste en la tierra, seguirá en marcha. Gracias por haber sido mi primer y mejor amigo universitario.
We’ll keep the blue flag flying high for you.
Este post fue elegido para ser votado por THEUNION.
¡Muchísimas gracias!
Posted using Partiko Android