La maestra Rosa se sintió desorientada, no sabía qué pensar. La tarea consistía en realizar un dibujo que reflejara ternura, amor, compasión o cualquier otro sentimiento parecido, sin embargo, Maribel había presentado aquel extraño cuadro con un tigre que le había dado caza a un búfalo y parecía evidente que se disponía a comérselo. En ese momento no quiso preguntarle nada, decidió esperar a que terminara de copiar lo que estaba en la pizarra para luego llamarla aparte, antes de comenzar con los comentarios de los dibujos que todos habían hecho en casa.

Sabía que Maribel era una niña introvertida y que nunca se sumaba a los desórdenes que, de vez en cuando, formaban los alumnos en el patio del colegio a la hora del recreo. Solo tenía dos o tres amigas con quienes conversaba, jugaba y se reía sin mucha estridencia cuando la ocasión lo ameritaba. Pero aparte de esa recatada timidez, se comportaba de manera normal en todo momento. Todas sus labores las cumplía con impecable formalidad, por eso sus calificaciones eran excelentes.

Le encantaba escribir relatos en los que, en algunas ocasiones, los protagonistas eran animales humanizados, sin embargo, estos siempre reflejaban buenas virtudes; jamás vertió rasgos de marcada violencia en sus escritos. Sus personajes eran malvados porque decían mentiras, no hacían caso a los mayores o tomaban sin permiso lo que no era suyo… De repente la maestra Rosa recordó que dos días antes, cuando estaba explicando la lección de matemáticas, se dio cuenta de que Maribel se estaba quedando dormida en su pupitre. Al final de la clase le preguntó extrañada, por supuesto, por qué estaba tan cansada y la niña le había dicho que se había dormido muy tarde porque sus padres habían discutido mucho la noche anterior.

Tuvo un mal presentimiento. Quizás esta alumna se encontraba presenciando actos agresivos en su hogar y los estaba reflejando, como algo normal, en ese dibujo que había realizado. Se sintió muy preocupada ante esta presunción, pero prefirió no pensar mucho en ello hasta que no hablara con la pequeña Maribel. A la hora del recreo, le pidió que se quedara cinco minutos en el salón para hablar con ella. Después de la maestra asegurarse de que la niña había entendido perfectamente en qué consistía la tarea, le preguntó, con el dibujo en la mano, por qué había pintado entonces ese tigre atacando a un búfalo.

Maribel parpadeó sorprendida y contestó: Pero si no lo está atacando. ¿Usted no ve la frente del búfalo? Lo está acariciando más bien, dándole un consuelo. Mi papá dice que ese es el único alivio para el que lleva cachos.

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Invito a la amiga @lirvic a participar en esta edición de Arte y escritura.