Provengo de cuna gitana, soy cantaora y guitarrista. Voy descalza, llevo conmigo pocas cosas, solo las que me permiten seguir tras la caravana por el camino. Mi guitarra, fiel acompañante, que me da alegrías y calma mis tristezas, se acuesta conmigo en noches calladas, tibias, frías o estrelladas como esta de hoy. Mi jarrón de arcilla en la que vierto el agua fresca para mi garganta, aliada de mi canto y de mi voz. Un bastón en el que me apoyo si el cansancio abruma mis pies morenos y fuertes como la tierra que piso día a día en mi constante trajinar.

_{La gitana durmiente (1897) Henri Rousseau (1844-1910)}
Fuente

Mis largos cabellos ensortijados dan cuenta de la mujer gitana que soy. Ellos enmarcan mi rostro y le dan la prestancia y la belleza de nuestra gente. Un traje colorido alegra mi cuerpo alumbrado por la luna llena que cuelga del cielo, mientras un macizo león sigue mis pasos discretamente y se acerca a mí, en mi sueño, y percibe sin despertarme, mi olor.

Dicen de mi pueblo gitano que es sobresaliente, emocional, alegre y, sobre todo, como caballo cimarrón, amante de la libertad. Por esa libertad nuestra hemos andado y desandado los senderos más insospechados en busca del lugar perfecto para vivir junto a nuestros padres, esposos e hijos y así poder difundir la cultura y la lengua ancestrales que nos han hecho la estirpe que somos. No desdeñamos de los nuevos países que tienen a bien abrirnos sus puertas. Nos incorporamos a ellos y les rendimos con cariño el cariño que también nos dan.

Oigan ustedes el vibrar de mis cuerdas, con sonidos improvisados, en tonos distintos, a veces destemplados, que marchan al ritmo de otros tiempos, de otros lugares, de los que provenimos, y se extienden por el mundo español, dejando la impronta en el flamenco, hasta llegar a las tierras francesas con la música convertida en melodías manouches: así se desplazan mis compases, mis acordes.