Juvino se secó la frente con la franela raída que cubría su famélico cuerpo. Arrugó los ojos y miró el sol brillante en el horizonte que le daba de frente: # _Si por lo menos lloviera un poco -dijo y tragó saliva para humedecer su boca sedienta- Los ríos volverían a ser caudalosos y sería buena la cosecha.

Pero no llovía y lo único que había en toda aquella zona era una nube de polvo que amenazaba con cubrirlo todo.

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Cuando Juvino llegó con las manos vacías y la carreta sin nada a la casa, María, quien tenía un muchacho pegado al pecho, lo miró con rabia:

_¿No encontraste nada, Juvino? ¿Ni siquiera un animal del monte?

_Nada, mujer. Solo sol y polvo -expresó Juvino como un niño.

_¿Entonces pa' qué viniste, Juvino? ¿A ver cómo morimos de hambre? -dijo María y se miró el pecho que también parecía un cuero tieso, como una tierra árida sin monte.

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Juvino se quedó callado y como pudo, se acomodó en un rincón. María tomó nuevamente la palabra:

_Voy a dejarte, Juvino. Si te quieres quedar a pasar hambre, hazlo tú. Yo no tengo por qué quedarme -dijo María y se pasó la mano por la frente- Don Vinicio me ofreció casa, comida y cama y voy a aceptar, Juvino. Ya estoy decidida: me voy mañana.

Entonces María se echó en un petate y cerró los ojos, como si tuviera dormida. Juvencio siguió en su rincón pensando:

_Si lloviera, tal vez, habría buena cosecha y María pensaría en no dejarme...

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS