La magistrada llegó con las manos vacías y perfectamente vestida con traje de lino. Los presentes se levantaron ante su presencia. En ese instante comenzó el juicion de corrupción contra uno de los diputados. Testigos declararon la malversación de fondos públicos y el jurado anotó toda la corruptela. El diputado se mantuvo tranquilo y hasta en un momento, a razón de qué, le sonrió a la audiencia.

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Números maquillados, cheques en blanco, facturas trampeadas y otras cosas que solo se ven en los ladrones de cuello blanco. Luego de escuchar las partes, el jurado se fue a deliberar en la soledad de un cuarto. Cuando ya estaban seguros de la sentencia, la magistrada pidió encontrarse con ellos. Hasta el cuarto fue y habló de mil cosas, tantas que el jurado dudó del veredicto y con anuencia de la juez, cambiaron el dictamen.

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Cuando la juez leyó ante todos la decisión del jurado, el único que aplaudió fue el diputado. Entre murmullos, la gente se fue retirando y nadie hizo silencio cuando la magistrada, con su mazo, golpeó el estrado:

_Silencio en la sala, silencio en la sala -pidió con autoriadad, mientras se le ponía el rostro rojo.

Más tarde, cuando ya todos se habían ido, cuentan que la magistrada salió con un malentín de cuero fino italiano y que más tarde, se le vio comer langostas, trufas blancas y caviar, acompañados de una botella de champagne de Dom Pérignon 1959.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS