Bajo el claro de luna llena

Ya no escucho de la misma manera que antes las palpitaciones de mi corazón desolado. Ahora siento dentro de mí los latidos de todos los hombres, de todos los animales que acechan y escarban sobre el erial inculto de la tierra. Ya no soy solo yo, ya soy también la voluntad de mi padre y el soplo, la aspersión del agua secular. José vendrá mañana a reclamar mi cuerpo y seré fugazmente descrucificado bajo los cristales de la luna llena. María ya sabe dónde ha de ir a mi encuentro. Mamá entiende que ya estoy repartido en la era de su esposo, que me he convertido en la vid sembrada en el viento. Mamá conoce bien lo mucho que me ocupan los negocios de mi padre. María sabe que a esta hora púrpura no debe humedecer con sus lágrimas mi blanca mortaja.

Church of the Holy Sepulchre, Jerusalem

Mis hermanos también distinguen que soy la luz predicada en los caminos. Mis hermanos presentes y futuros cubren desde ahora sus pies descalzos con mis sandalias y llevan en los labios la palabra de mi padre para cultivar en el desierto. Yo miro desde lo alto el reflejo de la luna tocar el cristal de la ventana en la habitación del César. Él se asoma, abre las persianas y deja que su mirada vague en la lontananza fría. Luego cierra y se aleja otra vez. Sus nervios yerran inquietos en el palacio. El César debe calmarse, porque ya tiene lo que es suyo de veras. Yo entro al reino de mi padre en el primer plenilunio de la primavera.