A Luciana solo le quedaba correr. Correr, correr, lo más lejos que pudiera. Casi se estaba haciendo noche, y la playa a esa hora solía estar desierta. Mejor aún. Así podría dormir sin que nadie la fastidiara. Y sin que la descubriesen. Pues Luciana solo tenía ropa de gitana. Pero, en relidad, era una chica de alcurnia. Había agarrado esa ropa que solo había llevado, cuando adolescente, participó en un recital de su colegio. Ahora, había huido de su casa, llevándose a su amado instrumento, un querido viejo ukelele, el cayado de su fallecido abuelo y una jarra para el agua. Su familia la había prometido en matrimonio a un hombre que Luciana no conocía, entonces lo único que se le ocurrió fue huir disfrazada de gitana. Seguramente, querían casarla con un viejo sexagenario, o incluso de más edad que sesenta, bien adinerado, pues últimamente los negocios de sus padres no estaban yendo como debido y la familia de Luciana estaba perdiendo dinero. Cansada de tanto correr, se puso a dormir entre colinas de arena, reteniendo el cayado por si acaso.

Un gruñido la despertó. Pero no, más que un gruñido, era el rugido de un león. Estoy muerta, pensó Luciana. Este cayado no va a poder con un león. Pues, vale, mejor muerta que casada con un vejestorio baboso.
-No te muevas-, dijo una voz de hombre a sus espaldas. Luciana dio media vuelta y miró con asombro al joven más guapo que jamás había visto en su vida. Alto, rubio, de grandes ojos negros. Tenía una antorcha de fuego en las manos y un arco enorme con flechas le quedaba colgado en su espalda, por si acaso. Sin embargo, la antorcha fue suficiente para espantar al león, que se alejó de la playa, volviéndose a los bosques.
-Me llamo Marcelo-, le dijo el joven. -Ahora podés contarme que hacés aquí sola a estas horas de la noche. Por cierto, no sos una verdadera gitana, se te ve a leguas.
A Luciana le incomodó que su disfraz no había logrado cumplir con su comedido. Y menuda coincidencia: el bomboncito tenía el mismo nombre del viejo baboso ese. Pero ese tal de Marcelo era tan guapo que pronto no le hizo más caso al incómodo.
-Está bien. Me salvaste. Entonces, tenés derecho a que te cuente.
-Si no estuviera comprometido, me casaría yo contigo-, le dijo Marcelo a Luciana, después de escuchar su historia.
Vaya, la mala suerte que tengo, pensó la mina. Menudo lío.
-Deje que te cuente ahora la mía. Años atrás-, siguió Marcelo, -me encontraba en el Teatro Municipal para asistir a una representación de los alumnos del último año de la Secundaria Orientada en Arte.
Vaya, esa fue mi secundaria, reflexionó Luciana, pero sin decir nada.
-Se representaba una obra cuyos protagonistas eran gitanos.
Vaya, che.
-Una de las alumnas llamó mi atención. Bellísima y, además, muy inteligente, como vine a saber. Pero en ese entonces no podía declarármele, pues ella aún era menor de edad y no había terminado la secundaria. Yo soy profesor de educación física en la Secundaria Orientada en Deportes y tengo una ética a resguardar. Infelizmente, cuando la alumna terminó con el colegio, a mí me enviaron a trabajar a otra ciudad y la perdí de vista. Pero me topé con sus padres, que tenían negocios cerca de mi nueva escuela. Ellos estaban muy preocupados por el futuro de su hija, como los negocios se les estaban desmoronando. Nos brindamos mutua amistad. Y por esa amistad que tenemos, les propuse casarme con su hija, si solo ella estuviera de acuerdo.
¿Cómo no estar de acuerdo? ¿Con un hombre como este? Por cierto, la afortunada debe de ser Verónica, la reina de belleza de mi secundaria, la que nos miraba con altivez a todas, que en la obra de teatro que representamos tenía el papel de mi rival. Entonces, rivales en el arte y también en la vida real. Pero tengo que ser honesta y no voy a quitarle a su prometido. Aunque me duela en el alma. Voy a seguir por mi camino, huyendo lo más lejos posible.
Todo eso le pasó por la cabeza a Luciana. Pero no dijo una palabra. Solo le deseó a Marcelo que estuviera feliz con su prometida y se levantó para seguir en su camino.
-Por lo visto, no vas a querer casarte conmigo. Está bien, respeto tu decisión.
¿Qué me decís? Vos estás comprometido con Verónica y yo soy honesta.
¿Verónica? Disculpa, pero mi prometida debería llamarse Luciana, no Verónica. En este momento tiene que ser mayor de edad y haberse recibido en la Universidad Nacional de las Artes.
-¿Cómo decís?
Vaya, che.
Luciana se preguntó de por qué sus padres no le habían dicho quién de veras fuera el Marcelo que la pretendía. Más tarde, a punto de casarse con él, supo que solo fue un olvido debido a las muchas preocupaciones por su futuro. Además de los negocios desmoronándose, estaban preocupados de que Luciana, habiendo estudiado artes, no encontrase empleo a ningún lado y terminara en la calle. Aunque, al final, logró un puesto de profesora de educación artística.
Una vez casada, llegó a saber que su suegro, un hombre muy rico, les había salvado los negocios a sus padres a petición de Marcelo. Pero ni él ni el suegro le dijeron nada a propósito para que no se sintiese obligada en nada. Luciana lo descubrió por pura casualidad. Siempre la sorprendía lo mucho que Marcelo y su suegro la querían y siempre la sorprendía el gran sentido del humor de su marido, desde aquella primera vez cuando le dijo que no podía casarse con ella porque ya estaba comprometido...

Invito a participar a nuestra amiga @mofmaria. Saludos y abrazos desde Mercosur.