Hola mis estimados amigos digitales de la plataforma.
De nuevo quiero felicitar y agradecer a la amiga @solperez por dejarnos este concurso abierto, que nos motiva a jugar con la imaginación a partir de una imagen del pintor danés Hans Ole Brasen.
Quiero extender la invitación a @erika08 @lunasilver y @almacaridad6 para que participen en esta dinámica. Tratemos de sacar nuestra vena escritora en este interesante ejercicio.

Abuelo cuéntanos esa historia

La tarde estaba cayendo y la brisa que llegaba a la parte trasera del silo presagiaba una noche fresca y tranquila.
El viejo se sentó en la rústica carretilla y preparó su pipa con un poco del tabaco que había comprado una semana atrás en el pueblo. Revisó su tabaquera y mentalmente calculó que le quedaba como para cuatro días más. Igual al día siguiente tendría que bajar al pueblo a dejar un par de conejos que le habían encargado en la tienda y traer un poco de la mantequilla que tanto le gustaba a su esposa.
Encendió un fósforo como si se tratara de una ceremonia religiosa y atizó el tabaco con dos bocanadas profundas que imprimieron un aroma de madera húmeda en el ambiente.
Respiró y saboreó el humo por un momento. Era un ritual que hacía luego de una jornada de trabajo en el campo. Luego de regar los frutales, desmalezar las hortalizas y darle de comer a los conejos, gallinas y cerdos.
Se podría decir que la carretilla era un diván y su pipa, un psiquiatra con el que conversaba para mantener la paz interior.

Abuelo cuéntanos esa historia

A la tercera bocanada llegaron Rafael y Romaira, sus nietos, quienes no se cansaban de explorar el campo buscando bichitos nuevos y piedras con formas de cabezas de animales.
Se sentaron en el tronco que se había salvado de ser leña, y miraron al abuelo como si se tratara de la pantalla de un cine.
-Abuelo cuéntanos esa historia -pidió Rafael con entusiasmo.
-¿Cuál historia? -preguntó el viejo como si no supiera de cuál se trataba.
-Esa de los barcos de guerra.
-Ah, esa historia... -dijo el viejo con una sonrisa de lado, mientras sostenía la boquilla de la pipa con la comisura izquierda de los labios.
Los ojos de Romaira se abrieron de par en par. Sería la ocasión dos mil en la que escuchaba la misma historia, pero siempre habían nuevos detalles en la narración que le atrapaban la atención.
El viejo se tomó una pausa para comenzar. Más bien era un suspenso teatral con el que iniciaba su narración. Luego de exhalar un poco de humo, comenzó.
Los emocionados muchachos adoraban escuchar las aventuras juveniles del hombre, sobre todo esa de los barcos de guerra. De todas sus anécdotas con tintes de leyenda, esa era por lejos, su favorita.