Momentos trascendentales / Me mudé a un lugar donde a las caraotas les ponen azúcar
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Para las personas que ya tenemos un calendario significativo sobre la espalda, los momentos trascendentales, tanto buenos como malos, puede que sean numerosos. Para una persona joven tal vez algunos momentos importantes de su vida sean, por ejemplo, el día en que comenzó a estudiar en la escuela, el día en que entró al liceo o los días en que comenzó a meterle el pecho a la universidad, entre otros acontecimientos que marcaron un antes y un después.
En vista de esto, voy a remontarme a algunos hechos importantes de mi existencia. Para comenzar, recuerdo que llegué a estudiar primer grado todo confundido, ya que no sé por qué razón me llevaron a la escuela cuando ya habían pasado varios días desde que arrancaron las clases. Para entonces yo era un niño asustadizo que para todo lo que hacía era agacharme mirando hacia el piso. Lo peor del caso es que en aquellos días las maestras le pegaban a uno y lo gritaban como si fuera sordo.
La pasé mal en la escuela primaria, debido a que yo era un chico bastante distraído, pero que me encantaba andar de maldades con algunos compinches. En consecuencia, recibí miles de pellizcos, coscorronazos y jalones de orejas y de mechas. Creo que, a la larga, cuando uno se hace adulto, los maltratos de cuando niño le impulsan a ser algo tosco de carácter o, a la vez, a ser un tanto intolerante con las personas malvivientes.
Yo nací en un pueblo humilde de los Andes venezolanos y, afortunadamente, tuve la oportunidad de estudiar en la Universidad de los Andes, una de las mejores del país, y a lo largo de todo ese proceso hubo toda una serie de momentos que marcaron cambios sustanciales en mi existencia, pero una de las etapas más elementales estaba por llegar. Fue cuando, después de haberme graduado, tuve que mudarme hacia el otro extremo del país en busca de empleo.
En Guayana me tocó enfrentarme a otra cultura, a otra idiosincrasia, a otras costumbres y, sobre todo, a tenerle paciencia al calor hereje de Puerto Ordaz y Ciudad Bolívar. En esa zona conocí el hecho insólito de que a las caraotas les echan azúcar en vez de sal y que a los sancochos no les echan papas. Me sorprendí también que en esta región las mujeres hablan indiferentemente como hombres, utilizando en su jerga las palabras más gruesas habidas y por haber.
En fin, como dijo el poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Si uno quiere sobrevivir y crecer como persona, lo que le queda es adaptarse a las nuevas circunstancias y listo.
Cabe destacar que, además, uno de los momentos más estelares de mi existencia fue cuando nació mi primera hija, porque desde allí en adelante comencé a ver la vida con otros ojos y me volví un ser más flexible y un mejor ciudadano.
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Muchas gracias por leer mi post, mi estimado amigo.
Saludos amigo,sin duda en nuestra existencia vamos viviendo estos momentos que consideramos trascendentales,pues marcan nuestra vida, usted todavía tiene esos recuerdos de niño y es maravilloso , además ese cambio que lo llevo a conocer las caritas sin azucar debio ser impresionante, pero el más hermoso sin duda seguro fue el de ser padre.
Muchas gracias por tu amable comentario. Cierto, después de que eres padre o madre tu vida pasa a otro nivel. Abrazos.
En efecto @enrisanti, cuando yo estudié la primaria la cosa era algo ruda, con mucho de eso que comenta, pellizcos, halones de pelo, castigos en las esquinas, asumo que vivió cosas peores de las que pude haber vivido.
Mudarse de ciudad o del país es una experiencia dura, me costa, pero tal como dice, lo que corresponde es adaptarse para pode superar lo que la vida nos pone en el camino.
Muchas gracias por participar. Por cierto, lo de azúcar en las caraotas, no, eso no es para mí, no me agradó cuando lo probé, así que no je je je
Muchas gracias por comentar, mi estimado doc. Saludos cordiales.