Poemas | Acto de Fe
Hola gente.
Este poema fue creado a partir del cuadro Acto de Fe de Armando Belmontes.
La imagen del post fue tomada del libro Mística y Magia: Búsqueda y Reencuentro(1996), de Eudoro Fonseca Yerena y cuya publicación fue auspiciada por el Fondo estatal para la Cultura y las Artes (F.E.C.A.).
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Acto de Fe
(1995)
Tengo hambre. Mucha hambre. Parado en la fila del abasto, siento debilidad y cansancio. Finalmente estoy frente al cajero y hago mi orden. El vendedor me dice el monto y tengo que tomar una decisión. Ya no puedo elegir entre lo malo y lo no tan malo; ahora debo decidirme entre una lata de sardinas, la más barata que pueda adquirir y un pedazo de queso el de más bajo peso, para poder cenar con el pan que tengo en casa.
Me decido por la sardina y, al llegar a casa, descubro que el pan está minado por las hormigas. Para salvarlo, tendría que encender el fogón, colocar la sartén sobre el fuego, rebanar el pan y tostarlo para matar a esas desgraciadas y así tener algo en el estómago para poder dormir.
Me ensucio las manos con tizne y consigo encender la llama. Abro la lata con un cuchillo multiusos que me ha acompañado en las últimas dos décadas de mi vida mientras espero a que el fuego acabe con la vida de aquellas que osaron robar mi hogaza de pan.
Termino de comer, relamiendo el plato y, con cuidado, también lamo el cuchillo para untar que usé para cubrir el interior del pan con la sardina y la salsa en la que estaba embebida. Apago el fuego, lavo los utensilios y me voy a dormir antes de que me dé hambre otra vez.
Mi insomnio terminal me hace levantarme antes de que el cielo claree y me aseo y desayuno lo que quedó de mi cena de anoche y salgo a trabajar.
Mis compañeros y yo realizamos nuestras actividades del día e internamente aguantamos la tentación de hablar de cómo nos sentimos, de lo que vivimos en lo personal y en conjunto.
La jornada cierra. El jefe no dijo ni una sola palabra sobre nuestro pago atrasado. Dejamos el lugar con la cabeza baja.
Horas más tarde, en mi casa, con el estómago adolorido y la dignidad por el piso, me lamento en mi colchón y, entre las penumbras, miro la de imitación del cuadro La Sagrada Familia que cuelga de una de las paredes de la cocina. Los personajes que lo componen siguen con su charada eterna, ajenos a mi desventura.
Maldice a Dios y muere, dijo la esposa de Job.
Yo no voy a maldecir al Señor, pero sí voy a hacer una cosa que tal vez me salve de mi suerte por siempre y para siempre.
En ropa interior, cuelgo de la ventana de mi rancho. No he recibido azotes ni he sido penetrado por hojas de espada o cuchillos, pero mi salud no es la mejor.
Ya no creo en promesas ni en ninguna clase de alivio. Jesús de Nazareth se fue de este mundo de la peor forma posible y no creo que vaya a regresar.
Espero contar con esa misma suerte.
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