"El enemigo", un filme venezolano para este tiempo
El cine venezolano ha sido estigmatizado –a veces desde la crítica especializada, otras por gran parte de la opinión común– como una producción centrada en la violencia política (la llamada "guerrilla" de izquierda) o delictiva, la predominancia de una visión simplista o edulcorada de la realidad, la imposición de un uso masivo de las expresiones groseras, etc. Mucho de eso, efectivamente, ha existido pero también, paralelamente a ello, pueden encontrarse obras de un gran nivel de calidad, tanto en el tratamiento de los problemas sociales, el lenguaje presente en él, y, sobre todo, una conciencia muy lúcida frente a la realidad.
Es el caso del filme El enemigo del cineasta venezolano Luis Alberto Lamata. Aun no siendo un filme muy reciente (su realización es del 2008), encontramos en él rasgos de gran valor cinematográfico, y, más todavía, una representación de lo que pudiéramos concebir como un modo de tratar la realidad venezolana con un talante y perspectiva diferentes.
Apreciamos que eso es lo que logra Lamata (no soy un incondicional de sus realizaciones fílmicas; valoro particularmente Jericó y Desnudo con naranjas) en este filme, disposición que sentimos continuada en cineastas venezolanos como Alejandro Bellame y Miguel Ferrari, por citar dos de los más importantes.
A propósito de la dramática situación que vivimos en Venezuela, en América y en el planeta (por decirlo de un modo rápido), pareciera cobrar pertinencia una reflexión ilustrada por este filme que, sin limitarse a circunstancias históricas muy restringidas, pudiera encaminarnos a una visión abierta, menos sectaria y discriminatoria, más tolerante y comprensiva.
Veamos primero una síntesis argumentativa del filme El enemigo. La historia se centra en el encuentro, aparentemente casual, en un hospital de Caracas de dos personajes –mujer y hombre– habitantes de esa ciudad, cuyas vidas diferentes y separadas confluyen por un hecho trágico: la lesión por disparo(s) de los hijos de ambos. Antonieta Sánchez es una madre soltera pobre, que vive en un barrio marginal, y cuyo hijo de 17 años, inmerso en el mundo de la delincuencia y, particularmente, del sicariato, es herido de muerte en un intento de ejecución por sus pares. Benigno Robles es un abogado que ejerce como fiscal del Ministerio Público (Fiscalía), de clase media, y cuya hija, estudiante universitaria de Derecho, es herida gravemente en un enfrentamiento violento ocasionado por un acto de sicariato protagonizado por el joven delincuente, quien la había tomado como rehén.
Muchos son los aspectos a destacar de este filme. En primer lugar, nos muestra una visión de la realidad urbana venezolana contemporánea nada maniquea ni simplista, con una aguda y compleja conciencia del destino humano, condicionado socialmente, pero, a la vez, como resultado de hechos voluntarios. Confluyen dos vidas –individuales, familiares, sociales, morales– distintas, pero asociadas por varios aspectos en su doble manifestación: azar - destino, justicia - iniquidad, culpa - inocencia, dolor - compasión, soledad - solidaridad, y más allá, en definitiva, vida y muerte.
Alberto Lamata, quien además de director del filme, y participante en la producción, es guionista, adaptó la obra teatral Un corrido muy mentado, de Javier Moreno, escrita en 1999. Lamata asume con gran entereza y sensibilidad una difícil cuestión, componente de una dura realidad que afrontan las sociedades contemporáneas, en especial las latinoamericanas: la violencia social y sus consecuencias. Pero lo hace no como una simple presentación descriptiva y realista, ni en una manipulación de intereses políticos subalternos, ni mucho menos desde un regodeo espectacular en ella. No. Hurgando en los componentes visibles y concretos de esa realidad y del contexto en el que tiene lugar (barrio, calle, hospital, etc.), se introduce en otros menos obvios, y que, en definitiva, conforman su esencia: ¿cómo llegamos a ser víctimas o victimarios de ella, y cómo la asumimos desde el dolor y la solidaridad?
El filme no presenta soluciones ni posiciones determinantes. A lo sumo, se interroga sobre el sentido de las acciones, lo que estaría recogido en la frase que la hija de Benigno le recuerda: "En una guerra moral, si actúas como el enemigo, eres el enemigo"; frase de indudables implicaciones sociales, políticas, éticas y morales.
Otros aspectos deben resaltarse en la calidad conceptual y artística de esta obra cinematográfica venezolana. La caracterización de los personajes principales está muy bien lograda en las interpretaciones hechas por tres destacados actores venezolanos: Lourdes Valera (excelente actriz, lamentablemente fallecida), como la madre pobre, quien aporta un realismo lindando entre la ironía y la poesía; Carlos Cruz, haciendo del fiscal, problematizado y solidario; Daniela Alvarado, la hija herida, que confronta el sentido de la justicia y la ética.
La estructura narrativa del discurso fílmico resulta eficaz en la presentación de la historia, y en ella de las correlaciones de los tres espacios temporales fundamentales: la historia de la madre y Odulio, el joven delincuente; la del fiscal, su esposa y, sobre todo, su hija; la del encuentro entre la madre del delincuente y el fiscal. La simultaneidad simulada mediante montaje alternado, así como los pasos de un tiempo a otro mediante el uso del flashback (analepsis) o flashfoward (prolepsis), están bien resueltos. En esos logros de edición (y fotografía) entran la combinación de fragmentos documentales "reales", fingidas entrevistas a personajes en el hospital, entre otros. El montaje, indudablemente, logra el cometido de mantener la atención del espectador.
Acostumbrados a sólo apreciar lo temático (el "qué"), como si este pudiera desligarse de la forma (el "cómo"), hay que reparar en la fotografía y cámara, que juegan, como en todo filme, un rol imprescindible (sin ellas no existe el producto fílmico). Dirigida por Alejandro Wiedemann (otro de los valores a reconocer), su propiedad y calidad es indiscutible: usos al estilo cámara de seguridad o de la panorámica ("paneo") lateral, formas sobreexpuestas de escenas o secuencias (donde destaca la corrupción y el desorden delincuencial), entre otros aspectos.
El enemigo es un filme que nos puede colocar ante una visón problematizadora de nuestra realidad (más allá de la posición del autor). ¿Cómo nos ubicamos frente a lo que podríamos llamar "el enemigo"? ¿Cuál es nuestro "enemigo" hoy, y si puede llamarse así? ¿Habrá la posibilidad de "acordar" entre las fuerzas "enemigas"? Mucho de lo que Lamata y el autor del texto original exponen (lejos de relación personal o partidaria alguna), a mi modo de ver, tiene mucho sentido. Tengo mi posición, pero no quiero imponerla a cuenta de autor de este post.
El enemigo merece ser visto no sólo por los amantes del cine venezolano y latinoamericano, sino, más allá, de todas las personas con cierta preocupación ante la realidad social de violencia que afrontamos y nuestra actitud ética frente a ella.
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