Nunca los abandone

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Desde pequeños, habían compartido risas y sueños en su barrio. Jugaban en la calle, corriendo tras una pelota, riendo bajo el sol. Eran inseparables, una pandilla unida por la amistad y la inocencia de la infancia.

Con el paso del tiempo, la vida los llevó por caminos diferentes, pero su lealtad permaneció intacta. Cuando la guerra llegó, decidieron enlistarse juntos, buscando una forma de enfrentar el destino que los aguardaba. Creían que luchar codo a codo les daría fuerza, que su amistad sería el escudo contra el horror del conflicto. Pero la realidad de la guerra es cruel, y no tardaron en descubrirlo.

El sonido de las explosiones y el eco de los disparos transformaron su alegría infantil en una pesadilla. Uno a uno, sus amigos cayeron, dejando un vacío que no se podía llenar. El soldado sobreviviente, el que quedó, se vio obligado a seguir adelante, cargando no solo su equipo, sino también el peso de la pérdida. Cada paso que daba en el campo de batalla era una traición a la memoria de aquellos que ya no estaban.

En sus noches solitarias, el soldado recordaba sus risas y las promesas que se hicieron de no dejarse nunca atrás. Pero ahora, esos ecos eran un recordatorio constante de la fragilidad de la vida. La felicidad que alguna vez compartieron se desvaneció con cada amigo que caía. En su corazón, llevaba la culpa y la tristeza, una carga que se hacía más pesada con el tiempo.

No había moraleja en su historia, ni lecciones que aprender. La guerra no se interesa por la justicia ni por la amistad. Lo único que quedaba era el soldado, caminando entre los recuerdos de su infancia y el dolor de su realidad. A veces se sentaba en un rincón oscuro, murmurando nombres, buscando consuelo en el eco de sus voces, pero la verdad era que la felicidad murió con ellos.

El mundo seguía girando, ajeno a su sufrimiento. Y mientras los demás continuaban con sus vidas, el soldado permanecía atrapado en un instante, en un pasado que nunca volvería. Sus amigos estaban allí, siempre presentes en su mente, pero físicamente ausentes. Así, la guerra le enseñó lo que es perderlo todo, sin que haya nada que aprender en esa pérdida. Solo un soldado, un hombre marcado por la memoria de aquellos que nunca volverán.