Sv-Escritura || Las sombras del hogar.

Muchos años habían pasado desde aquel infortunado accidente que Martin y sus hermanos jamás olvidarán. Siempre solía recordar con cariño, el antes y después que significó aquel hombre en su vida, la de sus hermanos y la de su madre.

Martin, ya era un hombre de treinta años, que había formado su propio hogar y siempre cuidaba de su familia. Este hombre en una tarde lluviosa, mientras se encontraba de visita en casa de su madre, ingresó a lo que fue su habitación durante la infancia. Las paredes de aquella habitación aún conservaban algunos de aquellos dibujos que hizo junto a sus hermanos con la ayuda de aquel hombre, y que a pesar del paso del tiempo y lo desgastados que ya se miraban, aún conservaban consigo la esencia de aquella época lejana.

Pensativo dentro de aquel cuarto, mientras observaba esos dibujos y escuchaba el sonido de la lluvia cayendo sobre el techo de zinc de la casa, muchas imágenes de recuerdos específicos llegaron a su mente procedentes de los lugares más escondidos de su memoria, tan claros y precisos, como si se tratarán de una película que apenas había visto ayer.

Martin, recordó las tantas veces que junto a Luis y Clara, jugaron al escondite bajo sábanas viejas, haciendo tiempo hasta su madre regresará de trabajar con algo para comer y así distraer su mente y la de sus hermanos.

—¿Martin, crees que mamá encontrará algo para comer hoy? —era una pregunta habitual que siempre solía hacer Clara a su hermano mayor, cada vez que jugaban y el hambre ya empezaba a hacer acto de presencia.

—Claro que si Clara, ya verás que hoy comeremos algo sabroso. —respondió Martín, sin desanimar a su pequeña hermana, a pesar de saber que la respuesta podía ser un rotundo no. La imagen de su mamá, buscando comida en una nevera vacía, también acompañó ese recuerdo.

Recordó, los esfuerzos que hacía su madre por mantenerlos siempre unidos y sanos, luego del abandono de su padre. En ese entonces, el rostro de su madre era muy delgado y con ojeras pronunciadas, marcados por la tristeza y el trasnocho de ese trabajo nocturno que obligada por la situación debió tomar. Nunca supo cual era aquel trabajo y aunque hoy en día lo imaginaba, jamás se atrevió a preguntar.

—No se preocupen, mis amores, ya verán que mañana será mejor. —solía decir ella con una sonrisa forzada, antes de dejarlos e irse a trabajar. Luis y Clara, eran muy pequeños en ese entonces para recordarlo, pero él jamás lo había olvidado.

Martin, igualmente recordó como en aquellos días que muchas veces deseó no haber vivido, los momentos de risas y felicidad, fácilmente podían ser sustituidos por tristeza y lágrimas, hasta que él llegó a sus vidas y todo cambió, todo mejoró.

Aquello ocurrió en una noche de esas, en la que su mamá no fue a trabajar y todos compartían como de costumbre, la poca comida que solía haber en aquel hogar. Su nombre era Roberto, alguien robusto, de barba poblada y una sonrisa que trajo alegría a ese hogar. Su aparición fue inesperada, pero llegó para iluminar la constante oscuridad de los días que siempre vivían.

—¡Hola, pequeños! —saludo Roberto, con una sonrisa genuina y un tono de voz amigable.

Él y sus hermanos le miraron, pero Clara, que siempre era la más cautelosa, desconfiada y al mismo tiempo curiosa, no dudo en preguntar.

—¿Quién es usted y porqué ha venido? —Fueron algunas de las preguntas que hizo la pequeña Clara, al mismo tiempo que abrazaba a su mamá en señal de proteccion, y miraba a Roberto de un lado a otro.

—Soy un amigo de tu mamá y estoy aquí para ayudar. —respondió Roberto, riendo un poco, mientras miraba a su mamá con ternura.

—¿Te quedarás para siempre? —preguntó Luis, con sus grandes ojos abiertos de par en par, mientras interrogaba a Roberto.

—Si tu mamá me deja quedar, y tú y tus hermanos quieren que me quede, de seguro que así será. —afirmó Roberto, con una mezcla de cariño y respeto.

Ese fue el día en que conocieron a Roberto, quien poco a poco se convirtió en una constante en sus vidas, ganándose el cariño de todos. Les enseño tantas cosas y les ayudó a encontrar nuevamente la alegría, que a veces se les iba con las dificultades con que habían sobrellevado la vida. Él no fue un hombre cualquiera en la vida de su madre; representó la figura paterna que nunca habían conocido. Sus enseñanzas eran sencillas, pero profundas.

Solo unos pocos años estuvo Roberto en sus vidas, y Martín recordaba la última tarde que pasaron juntos en familia. Esa vez estaban en el jardín, y Roberto hacía reír a los niños mientras les enseñaba a construir papagayos y su madre los observaba con una sonrisa de felicidad. Muchas veces deseó que Roberto ese día no hubiera tenido que ir a trabajar, porque esa infortunada noche, fue cuando ocurrió el fatal accidente de motocicleta que se llevó la vida de Roberto, gracias a la imprudencia de un conductor ebrio.

Esa tragedia fue muy repentina, dolorosa e inesperada para ellos, y aunque aquel hombre no era su verdadero padre, nunca lo olvidaron porque fue él quien les enseñó, que aunque la vida sea difícil, siempre llegarán momentos de esperanza en que todo puede cambiar.

Las dificultades siempre estuvieron cercanas en la vida de Martin, sus hermanos y su madre, pero Roberto fue una luz en sus vidas, y el padre que nunca tuvieron, aquel que le enseñó tanto en tan poco tiempo, hasta ver en la oscuridad de los días más negros, en los que crees que ya nadie puede traer felicidad.

Martin, siempre recordaba a aquel hombre con mucho cariño… nunca lo olvidó.

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• Imagen ilustrativa generada con Bing.com y editada con InCollage App.

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