Tolerancia cultural en Corea
Fotografía por Republic of Korea
Cuando visitamos o vivimos en diferentes países o regiones vemos como las costumbres y tradiciones, es decir, la cultura de los habitantes puede variar drásticamente. Lo que en un país es perfectamente aceptable puede parecer una conducta totalmente reprochable en otro. De ahí que exista la expresión en inglés culture shock que en las últimas décadas ha cobrado relevancia y en cuyo campo se han dado a conocer toda una serie de expertos y consejeros.
Ahora quisiera enfocarme en Corea del Sur, desde el punto de vista de una persona occidental, criada en su país de origen y que se mudó a Corea desde hace casi seis años, y desde entonces ha estado viviendo aquí de manera continua.
Continuamente escucho a otros extranjeros occidentales, entre ellos muchos españoles (no porque los de otras nacionalidades no lo hagan sino que por ser hablante de español me relaciono más con ellos), quejarse sobre los “aspectos retrasados” de la cultura coreana: un trato injusto hacia las mujeres (lo que ellos denominan machismo), un trato injusto hacia los jóvenes por parte de sus mayores (herencia de la ideología confuciana), un trato injusto hacia los extranjeros (xenofobia y discriminación) y una intolerancia hacia las diferentes preferencias sexuales.
Desde mi conjunto de valores no puedo decir que acepte ni justifique ninguna de esas conductas, pero tampoco las puedo considerar “atrasadas”, sino que las considero una manifestación cultural de otro pueblo que ha tenido un desarrollo social distinto al nuestro. He escuchado a extranjeros decir que los occidentales tenemos que ayudar a “modernizar” la cultura de Corea. Si bien ya dije que no puedo justificar el machismo, mucho menos la xenofobia (soy un extranjero) ni otras formas de intolerancia, tampoco me creo con la autoridad cultural para “modernizar” (entiéndase erradicar) dichas costumbres.
Al pensar en eso no puedo evitar recordar la turbia época de la conquista española en América. Los españoles llegaron a un continente donde ya existían grandes imperios y civilizaciones establecidos. Algunas de las más conocidas (pero no las únicas) eran la civilización azteca y la maya (en la parte norte del continente) y la inca (en la parte sur). Todas esas civilizaciones tenían sus manifestaciones culturales propias: ofrecían sacrificios humanos a los dioses (sus dioses eran entes de la naturaleza: el sol, la luna, un volcán, la lluvia, etc.), y practicaban el canibalismo ritual (es decir, se comía carne de humano en ciertas ceremonias religiosas) y la poligamia entre los líderes de las comunidades. Los españoles “civilizados” al ver semejantes “barbaridades” (ante su esquema de valores tales comportamientos eran inaceptables) decidieron que era su misión y su deber “modernizar” a esas almas. Se impuso la religión católica -una religión cuyo texto más sagrado, la Biblia, habla de amor al prójimo- a punta de espada. Aquellos aborígenes que rechazaban convertirse a la fe cristiana, debían morir de crueles formas, quizás más crueles que ser arrojados al cráter de un volcán.
También se les obligó a aprender el idioma español (en América el “castellano” se conoce como “español” puesto que desde la percepción local es el idioma que vino de España y no de Castilla), irrespetando el derecho que tenían los aborígenes de usar sus lenguas propias, las cuales ya estaban igual o más desarrolladas que los idiomas europeos en ese momento.
Ahora bien, ¿realmente todo el “progreso” que brindaron los europeos en América fue progreso?, ¿eran tales “modernizaciones” realmente necesarias? Evidentemente, si lo vemos desde la óptica europea sí. Desde esa óptica los actuales habitantes de América Latina deberían estar “agradecidos” con España y Europa por haber “modernizado” su cultura. Si lo vemos desde la óptica de los aborígenes, quienes eran por derecho divino los verdaderos dueños de esas tierras, la respuesta es un rotundo no. Para ellos no hubo modernización ni progreso, sino un atropello sistemático del derecho de autodeterminación de los pueblos y atropellos sistemáticos contra los derechos humanos (un término que para ese entonces aún no se había acuñado).
Ahora bien, volviendo al tema de este artículo, algunas de las costumbres de la sociedad contemporánea coreana que son reprochadas por los occidentales son el machismo (en realidad visto aquí como una sujeción de la mujer al hombre), el trato discriminatorio a los jóvenes por parte de los mayores, la xenofobia y la homofobia.
Las dos primeras tienen su base en el confucionismo, una filosofía/religión que surgió en China y posteriormente fue importada a Corea, donde llegó incluso en algún momento a convertirse en la religión oficial del estado (para más información sobre el confucionismo en Corea, sírvase leer este artículo publicado anteriormente en el blog DesdeCorea). Según los preceptos confucionistas coreanos (se dice que existen unas ligeras variaciones con el confucionismo chino) todas las personas debían sujetarse a su padre. Y existían cuatro padres: en primer lugar el soberano (es decir, el rey, ya que en ese entonces lo que actualmente es las Coreas eran varios reinos que en diferentes ocasiones estuvieron unificados o no), el padre biológico (en caso de que no hubiera padre, porque este estaba muerto o por la razón que fuera, el rol era sustituido por el hermano mayor, un tío, un primo o cualquier otro familiar varón) y el maestro, es decir, la persona que era la responsable de la educación del alumno. El cuarto padre viene representado por el esposo para las mujeres que estuvieran casadas. Las esposas debían estar sujetas a sus esposos (una frase que puede sonar un poco trillada, pero incluso en la Biblia cristiana hay un pasaje que repite exactamente esta idea confucionista)
Sobre la xenofobia o rechazo a los extranjeros en Corea, cabe destacar que Corea sufrió mucho por parte de los extranjeros que rodeaban el territorio nacional durante toda su historia. Corea es un país diminuto, casi invisible, si se compara con sus grandes y poderosos vecinos: Mongolia, Rusia, China y Japón. Los mongoles invadieron Corea en varias ocasiones. Los chinos prácticamente gobernaban la antigua Corea mediante alianzas entre los soberanos (la hija o prima de tal emperador chino era la esposa de tal emperador coreano). Lo cual por cierto nos conduce a otro tema que es que históricamente la supuesta “homogeneidad étnica” del coreano no pasa de ser un mito, un cuento, tal como está probado por los mismos documentos históricos escritos por los cronistas e historiadores coreanos ya que la “etnia coreana” estuvo continuamente mezclándose con aquella de los chinos, los mongoles e incluso los invasores japoneses.
En España existen los “sudacas”, término peyorativo que se usa para referirse a los inmigrantes suramericanos. También los “moros” para referirse a los árabes musulmanes. En Estados Unidos existen los “bigotudos con sombrero”, el clásico estereotipo acerca de los mexicanos. La discriminación racial no debe ni puede ser aceptada aquí en Corea ni en ninguna parte del mundo, pero es a veces muy fácil ver la paja en el ojo ajeno y no ver el tronco incrustado en el propio. Muchos extranjeros se quejan de la discriminación en Corea, pero se les olvida que en sus países de origen muchísimas personas de otros países también sufren de discriminación.
Asimismo, el tema de la homofobia ha pasado por distintas fases de aceptación y repudio según sea el periodo de la historia coreana que se considere. A grandes rasgos, en la China y Corea antiguas ser homosexual no tenía nada de malo, mientras que ese mismo hombre homosexual a la vez pudiera procrear algunos hijos con una mujer, ya que ese era su deber. Cumplida la misión era libre de disfrutar su sexualidad de cualquier otro modo. Incluso existen crónicas sobre emperadores coreanos que (aunque estaban casados con mujeres) supuestamente eran homosexuales casi de manera pública y nadie tenía ningún problema con eso.
No obstante, cuando los primeros evangelizadores europeos llegaron de España, Holanda, Francia, el Reino Unido y otros países, fue cuando a través de las enseñanzas de sus religiones el homosexualismo empezó a ser visto como un pecado, algo inaceptable, algo intolerable. ¿Irónico no? Europeos que se quejan sobre la homofobia coreana actual, cuando en realidad fueron sus mismos antepasados europeos los que enseñaron a los coreanos de hace unos siglos que la homosexualidad era inaceptable. Y máxime que en el caso de España en particular, la legalización del matrimonio homosexual no se proclamó hasta hace apenas diez años. Y en los Estados Unidos (a nivel federal) apenas en junio de 2015.
Algunos europeos pueden renegar de este hecho histórico (que los coreanos y chinos de antes no veían mal la homosexualidad), pero los invito a que investiguen en internet o en libros acerca de esto, hay disponibles muchas crónicas escritas por misioneros españoles e italianos (entre otros) que se dedicaron a luchar a capa y espada contra la homosexualidad cuando recién llegaron a la antigua Corea, afirmando que para aquel entonces estaba extendida y no era mal vista por los habitantes de estas tierras.
El asunto en cuestión es hasta qué punto nos compete a los otros, las personas de afuera, arrogarse el derecho (o peor aún el “deber”) de querer cambiar o “mejorar” los aspectos de otra cultura que nos pueden desagradar. Si nos gusta una cultura tenemos que respetarla como tal. Sucede lo mismo con las personas. Sería ilógico decir: “A mí me gusta María, pero solo si se vuelve más amable, menos habladora y más flaca”… Entonces ¿me gusta en realidad María o me gusta el ideal imaginario de cómo María debería ser?
Aunque la intención pueda ser buena, no deja de haber en alguna medida cierta prepotencia, cierto sentido de “superioridad cultural” por parte del extranjero, que quiere imponer su ahora “moderno” estilo de vida al asiático que aún vive en el “siglo pasado”, de acuerdo a sus parámetros perfectos e inequívocos, los cuales siempre han sido así de “modernos”.
Si algunas costumbres confucionistas coreanas pueden ser llamadas “machismo” de acuerdo a nuestros “modernos” parámetros occidentales, ¿con qué derecho o deber debemos nosotros llamar a un cambio? ¿Lo hacemos por el bienestar de los coreanos o por nuestro propio bienestar? Todas las sociedades evolucionan y cambian a través de los siglos, pero dichos cambios deben ser forjados desde adentro y no desde afuera.
En Europa hace unos siglos el machismo también fue la regla. Hasta que se dio un lentísimo proceso de evolución social que logró que las condiciones de la mujer fueran mejorando poco a poco, proceso que aún en la Europa del siglo XXI (y en muchas otras sociedades también) está lejos de haberse completado.
Pongamos otro ejemplo reciente. Hasta no hace mucho tiempo la esclavitud de las personas con piel de color negro era legal y común en muchos estados de Estados Unidos (y en otras partes del mundo también, incluida Costa Rica). A muchas personas no se les pasaba por la cabeza la idea de que tal práctica pudiera ser injusta o inhumana. Por eso, la sociedad estadounidense de aquel entonces llegó a un gran debate que incluso originó una guerra civil. El cambio llegó por la convicción de los mismos ciudadanos, no porque alguien de afuera llegara a decirles “A ver, muchachos, es hora de que se modernicen”.
Siempre que juzguemos con nuestros ojos a otras culturas, será inevitable que encontremos cosas que no logremos entender o compartir. Un cristiano podría preguntarse por qué habría que creer o seguir a Buda, un “gordito” que ya está muerto, mientras que un budista podría pensar por qué debería él o ella de creer o seguir a Jesús, un judío que fue asesinado por sus mismos compatriotas, que luego resucitó y se fue al cielo pidiéndonos que esperemos por su segunda venida.
El asunto religioso es el principal tema de intolerancia alrededor del mundo; sin embargo, no debemos olvidar que las sociedades asiáticas como la antigua China o la antigua Corea ya existían y estaban bien formadas varios siglos antes de que Cristo naciera y el cristianismo se impusiera por Europa y el norte de África.
Cada pueblo ha tenido una evolución social diferente; ligada a su historia, su situación geográfica, su situación económica y propiamente sus costumbres y tradiciones. Por eso, me gustaría terminar con tres preguntas: ¿Qué tan tolerantes somos? ¿Qué tan tolerantes debemos ser? ¿Hay situaciones que no debiéramos tolerar? ¿Poseemos la apertura de mente necesaria para embarcarnos a vivir en el extranjero o queremos ir con la idea sesgada de que nuestra cultura y nuestros valores son mejores y deben ser impuestos a los habitantes de otras naciones?
Cada cultura es diferente, y no se debe jugar, si hay algo que no te agrade se debe poner su grano de arena si puedes ayudar..peor nunca criticar.
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