Encuentro.

Realmente no sé que pasaba por mi mente a la hora de decidir hacer esta publicación, y es que pone en tela de juicio mi cordura y la seriedad que me caracteriza. No podía seguir así.
Paso hace un mes, era temporada de lluvia pero el clima no dejaba de ser caluroso, casi insoportable. Me hallaba acostado sucumbiendo por el cansancio, los días se venían con saña titánica y sádica sobre mis hombros hundiéndome pesadamente en mis sabanas. Algo parecido a una pequeña detonación me despierta a eso de las dos y media de las mañana. Cuando ya me encontraba integrado a mi lucidez pude percibir vagamente un extraño olor, entre húmedo y amargo, algo fétido, muy fétido. Un silbido de papel llama mi atención hacia la ventana al mismo tiempo que activó la ira de los inútiles perros de mi vecina de planta baja, me acerco a la ventana cruzando, de rodillas, la cama contigua a la mía, ubicada bajo esta, antes de llegar escucho vidrios quebrarse, lo que me hace acelerar mi paso para intentar ver que pasa afuera...

Me encontré tirado sobre la puerta derribada de mi cuarto, con un dolor palpitante de cabeza y varios vidrios incrustados en mi pecho a través de mi camisa, no sin algo de sangre entre medio de mi piel y la tela. Al levantarme, todo el trabajo que me costó hacerlo no fué nada comparado con el horror y la confusión de hallar mi cuarto totalmente deshecho. Ahora de pié, sobre la puerta donde antes estaba tendido, observaba helado el interior de mi cuarto, temiendo que lo que sea que me arrojó fuera de el aún este ahí. Mis pasos no eran nada firmes. Parado bajo el marco de la puerta, casi temblando. La cama bajo la ventana estaba partida a la mitad, parecía que algo muy pesado se hubiera posado sobre ella, el colchón estaba empapado de una especie de baba medio púrpura, medio verdosa, sustancia que se hallaba por todo el cuarto pero no en tal cantidad como en la cama, incluso en mi camisa había un poco del mismo olor que antes percibí. Tanto mi cama, como mi ropa, escritorio, inclusive mis libros estaban destrozados, todo a jirones, perfectamente utilizables como cola de papagayo. Las paredes estaban llenas de largas y delgadas grietas, semejantes a cortadas hechas sobre el concreto con una hoja de metal, al parecer, de al menos 5 cm de ancho, estas se cruzaban entre si de forma desordenada y abrupta.
la sangre corría por mis piernas, pareciéndome exagerado para provenir de las heridas causadas por el vidrio partido, así que vencí mi miedo de ver los pedazos de cristal incrustados en mi piel, y levanté mi camisa. Al hacerlo descubrí la razón de aquella hemorragia que me debilitaba, semejantes a los cortes de las paredes, mi abdomen modelaba uno un poco mas conservador. Todo volvió a mi mente como un relámpago, mientras me desplomaba al suelo el vacío en mi memoria se llenaba.
Entre inyecciones y luces brillantes y voces inteligibles me iba despertando, pero algo me derribo sin haberme levantado aún. Sobre una camilla con una aguja de plástico en una de mis venas y dos tubos del mismo material en mi nariz, desperté al día siguiente. Levanté el cuello de la bata que traía en busca de la enorme herida, pero ya no estaba, solo las huellas del cristal en mi pecho.
Conté a mi familia lo que sucedió y, como era de esperarse, no me creyeron. ¿Imagínese, como creer yo que ustedes, los lectores, asimilarían este relato como fidedigno y no como un cuento fantástico?
Al momento de arrojarme sobre mi ventana, posé una mano sobre el marco y la otra pretendía abrir parte de la panorámica, para asomar la cabeza y alimentar mi morbo. No pude terminar esta acción. Algo me golpeo en el pecho con tal fuerza, algo que provenía fuera de la ventana, quebrando el cristal sobre mi , me tiró al otro lado del cuarto. La ventana fué arrancada, llevándose pedazos de concreto adheridos al metal. Me puse de pié en el acto e intenté abrir la puerta a mis espaldas pero esta estaba sellada, al parecer por mi golpe. Dí media vuelta dejando mi espalda contra la puerta nuevamente. Aquel silbido tan desagradable a mis oídos se dejo escuchar con mucha mas fuerza, paralizándome hasta la sangre. Y ese asqueroso olor se hizo insoportable. Por la ventana se asomó con lento sadismo una cabeza (o eso parecía ser) semejante a la de un saltamontes de dimensiones alucinantes. Volvía de nuevo a producir ese maldito ruido, pero esta vez era diferente, parecía irritado, se agitó con violencia de un lado a otro, y en ese arrebato su cabeza golpeó la lámpara del techo haciéndola añicos. Un movimiento nada accidental que dejó el cuarto oscuro, donde solo podían distinguirse vagos contornos. Ahora sentía su mirada penetrante sobre mí, temblaba mi cuerpo contra la puerta y aquella criatura, que adentraba sus puntiagudas patas al mi habitación, parecía disfrutarlo. Al unísono se dejaron escuchar mi grito, uno de terror que pareció salir desde la raíz misma de mi ser, y el asqueroso silbido de papel, esta vez más agudo, agresivo, al embestirme con su cabeza.
Al volver a mi casa el día siguiente y ver mi cuarto deshecho pero, ya no estaban las marcas en las paredes y las camas, ropa, libros y escritorio no estaban hechos jirones, solo fuera de lugar. Ni la ventana, que se encontraba casi intacta, solo los vidrios faltaban. Mi cerebro se freía lentamente dentro de mi cavidad craneal al leer el diagnóstico médico en mis manos "ataque ansioso compulsivo provocado por alto niveles de estrés". Pero pongo mi palabra de hombre como garantía y juro que esto fue real, solo eso puedo hacer a faltas de pruebas. Algo dentro mí, mucho más grande que yo sabe que fué real.