ASÍ ME SENTÍA EL DOMINGO Y ASÍ ESCRIBÍ ESTO

A veces mi instinto, esa fuerza que vela por la supervivencia de mi ser, me hace salir afuera, fuera del encierro de mi casa, fuera del encierro de mi mismo. De los pensamiento que ruedan y ruedan por mi mente. Intentando encontrar una solución a cosas que no pueden hallar arreglo por mi mismo.
Los pilares que intentan sostener mi alma, ceden por la fuerza de gravedad de esas cosas, que hacen que me dé cuenta que sólo soy una persona, sin más.
a veces, pretendemos ser lo bastante sabios como para solucionar todo aquello que es imposible porque no está en nuestras manos. Simplemente no tenemos ese don divino o el poder de hacerlo.
A veces sólo hay que salir a que el templado Sol del otoño nos dé en la cara. No arregla nada, pero nos queremos creer que esos rayos templados nos recargan de energía.
Y sales y ves a los niños jugando y correteando, sin más malicia que pretender ser felices en un mundo que cada vez nos impide más lograr serlo. O somos nosotros quienes lo impedimos.
El domingo hacía un buen día. Un domingo de noviembre en el que se estaba mejor en la calle, cada quien con cada cual y todos con sus propios pensamientos. Hay mucha gente, pero sientes la soledad. Incluso una voz conocida me dijo que me iba a salir humo de la cabeza de tanto pensar (gracias gordo). Pero aunque haya mucha gente casi siempre te sientes solo.
No hay viento, la gente subía y bajaba por la avenida, callados, como autómatas. Como si fuera el rito obligado del domingo antes de que se oculte el sol y de lugar a la noche. Las noches ahora son frías, pero también lo son muchos días del caluroso verano. Y aunque ese calor derrite el hielo con extremada facilidad, no evita que mi alma continúe helada. Miles de veces he pensado que no pertenezco a este mundo, a esta época, a esta vida. Quizás no esté en el sitio y tiempo correctos, aunque prefiero pensar que no es así. Siempre hay una salida mientras hay esperanza.