La desesperanza de la tierra (El Demiurgo).
Federico Villagomez, Enero 2024. Foto personal: Burdeos, Francia.
El abuelo traza una línea vertical hacia el infierno en un espacio sin tiempo. El cromo no dice nada, no tiene imagen y sólo reverbera la línea de su hechizo con la gratitud de un hombre que tiene hambre y pide limosna en un estacionamiento. Las ropas son harapos y hieden y su rostro tiene un semblante cenizo con ojos opacos, como la estopa de tíner del niño que inhala solvente. El abuelo, luego, cruza el horizonte con una regla de arquitecto; y, con la precisión de su estilógrafo, delimita el área milimétricamente, con una lentitud exasperante que hace que el ceño se frunza ásperamente. El ceño que parece las manos curtidas de un viejo campesino que no expresa sino trabajo y tedio, sol y polvo.
Al infierno, una línea delimita el horizonte y un ángulo de 45° divide la izquierda de la derecha. Mira al cielo como un desierto abrazador, no buscándolo sino queriendo cobijarse de él. A la derecha está el padre con una chaqueta de pana verde olivo que huele a humo de cigarro y a la izquierda las extensiones sintéticas de la hija de Abuelo, cobrizas y muertas como el cabello de una muñeca de plástico. Al fondo no hay perspectiva, como si el tiempo fuera la curvatura del espacio y, el espacio, sin el tiempo, fuera dueño de sus formas.
Un poco debajo de la sección angular, con un compás, el abuelo circunscribe a Marduk, que no toca el horizonte, cerca muy cerca, pero sin tocarlo. De su centro traza una línea paralela a la línea transversal y a la izquierda, entre las líneas paralelas, a cinco cuerpos de Marduk circunscribe a Tiamat que luego rompe en donde un espiral naciente de la intersección angular atraviesa su cuerpo celestial y, decora, con siete picos al astro, cada uno representando un día y una noche para que no se vea tan rota, tan fracturada.
El abuelo sonríe complacido y le pasa el cromo al nieto que lo mancha de azul, pretendiendo que no es sangre, que no es linfa. El infierno no tiene color y el cielo es una barbaridad. El nieto sale de casa orgulloso, agitando su cromo mientras el viento acaricia su rostro y su brazo se desplaza en el tiempo como un baile arabesco, lleno de gracia.