Calma en el Océano
Entones Pedro lo llamó: Señor, si realmente eres tú, ordéname que vaya hacia ti caminando sobre el agua. (29) Si, ven, -le dijo Jesús. Entones Pedro se bajó por el costado de la barca y caminó sobre el agua hacia Jesús. Pero cuando vio el fuerte viento y las olas, se aterrorizó y comenzó a hundirse.
Mateo 14:28-29
Pedro perdió el enfoque. En lugar de fijar sus ojos en Cristo y caminar hacia él, decidió mirar el viento y las olas: “se aterrorizó y comenzó a hundirse”. En ocasiones nos pasa. Dios nos llama, seguir su llamado requiere confianza, pero si en vez de mirarle y enfocarnos en él, miramos las adversidades que contradicen su llamado, nos aterrorizamos, y comenzamos a hundirnos. Pedro tenía varios puntos en donde poner la mira, 1) la tempestad 2) el largo camino que debía seguir hasta Jesús 3) Jesús.
La tempestad viene siendo: las adversidades, una escena completa acomodada por Satanás para hacer parecer incoherente el llamado de Dios, y es lo que miró Pedro, enseguida su mente se vio abrumada por el viento y las olas, y es lógico. Imagínese en medio del océano parado sobre el agua habiendo una gran tormenta, enfocarnos en estas cosas solo nos llevará a hundirnos, es decir, si en medio de su problema, sea cual sea, usted comienza a mirar y a analizar todo lo malo, a hacer una lista de “cosas malas que me han pasado”, el desánimo no tardará mucho en llegar, nos habremos desenfocado, no sentiremos perdidos y abrumados, porque hicimos de los problemas nuestro mundo al enfocarnos en ellos y excluir a Dios. Mirar las adversidades es desenfocarse. Desenfocarse es mirar algo que no es necesario, es decir, perder el tiempo; perder todo lo que pudimos haber hecho para Cristo en ese tiempo que decidimos usar para quejas y lamentos. NO se desenfoque, mire a Dios, no van a desaparecer los problemas por dejar de mirarlos, pero tampoco van a darnos la solución. Dios sí.
El largo camino que debía seguir hasta Jesús pudo haber sido el punto de desenfoque de Pedro. Las adversidades nos persuaden para evadir el presente, para rechazar el llamado porque “hay que hacer esto y lo otro” o “no tengo como hacerlo”, pero ‘el largo camino’ es: “podría pasar esto y aquello”. Es decir, fijarnos en las adversidades que nos “impiden avanzar” es necio, pero detenernos por lo que podría pasar es descarado. Dios nos llama, y hay un laaargo camino por delante, pero el proveerá todo lo necesario y nos dará las fuerzas para avanzar. ¿Le parece que Dios quiere llamarle y luego dejarle a la deriva? Si Dios llama, Dios provee. Lo único que debemos poner nosotros es dedicación y confianza, porque hasta las fuerzas va a dárnoslas Él. No mire el largo camino, ni las adversidades que trae consigo, mire la meta, mire a Cristo, y si lo hace así todo el tiempo, cuando quiera mirar otra vez la tempestad, habrá desaparecido, porque habrá llegado a su objetivo.
Jesús nos llama, e ir enfocados en él es lo más maravilloso del mundo. Mirarle a él durante todo el camino nos mantendrá muy ocupados como para perder el tiempo desenfocándonos. Al momento de enfrentarse a cada situación, Cristo presentará las herramientas necesarias para seguir adelante, y la principal, que ponemos nosotros, es la confianza. Cuando haya un problema miremos a Cristo a ver qué quiere que hagamos, y si no percibimos respuesta es porque él mismo va a resolverlo; no hay por qué angustiarse o afanarse. Él tiene la solución. Miremos la gracia y la misericordia de Dios y caminemos confiados en que es él quien nos sostiene.
Ahora, hay fallas que solemos tener, entre ellos la duda y el afán.
La duda fue la falla de Pedro, causada por mirar en la dirección equivocada. En el verso 31 de mateo 14, vemos que, luego de tenderle la mano para salvarle, Jesús le hace esta pregunta que es para todos: “¿Por qué dudaste?”. ¿Por qué dudamos? ¿Por qué dudamos sabiendo somos hijos de Dios Todopoderoso? ¿Por qué dudamos si sabemos que nos ama, y que si le amamos todas las cosas obrarán para bien? Dios tiene poder para salvarnos de cualquier situación, pero en ocasiones es necesario que las afrontemos y siempre que tengamos una prueba es para edificación, es el motivo por el cual debemos alegrarnos por ellas, porque una vez superadas, seremos mejores personas; Dios nos ama y no permitirá nada que no podamos soportar, lo sabemos, sabemos también que cada cosa que sucede es nuestra vida aunque no sea muy agradable, obra para bien, del mismo modo en que una pieza de rompecabezas no es atractiva hasta unirla con las demás y… ¡qué obra de arte! Sabemos todo esto y aun dudamos porque nos desenfocamos, porque sabemos, pero no estamos plenamente conscientes de ello; hay una gran diferencia entre saber y estar conscientes. Hay muchas cosas que “sabemos” pero de nada sirve si no sabemos aplicarlas en nuestra vida, en eso consiste la sabiduría, y Dios nos dice que si la necesitamos, podemos pedírsela. ¡Pidamos sabiduría! Y hagámosla reemplazo de las dudas.
El afán también puede ser muy dañino para nuestras vidas espirituales. Mantenernos demasiado “ocupados” como para prestar atención a las cosas verdaderamente importantes, a las cosas que en realidad son nuestro deber, es un gran error. Afanarnos por las cosas del mundo es necio. Y afanarnos tratando de resolver los problemas por nuestros propios medios, es peor. Proverbios 3:5 dice: confía en el Señor con todo tu corazón, no dependas de tu propio entendimiento. Dios nos recuerda, que nada podemos hacer sin él, que cuando nuestras vidas están vueltas un caos, un lío, un nudo imposible, es porque intentamos depender de nuestro propio entendimiento, Dios nos dice que confiemos en él, que pidamos su dirección, y si así lo dice no va a rechazarnos, el salmo 32:8 dice: te guiaré por el mejor sendero para tu vida, te aconsejaré y velaré por ti, ¡busquemos esta ayuda de Dios! de hecho Pedro la buscó, ahí en medio de la tempestad cuando se dio cuenta de que no iba a poder solo dijo: “Señor, Sálvame”, no dio un largo discurso, solo una petición sincera, y si continuamos leyendo, dice: y de inmediato, Jesús extendió la mano y lo agarró. Dios no va a dejarnos solos, clamemos y responderá, pero nunca, nunca, intentemos sacarlo de nuestros planes porque se irán abajo. Él es quien tiene las respuestas, él es quien tiene la solución, solo él sabe cuál es “el mejor sendero para nuestras vidas” y por ahí quiere guiarnos, no esperemos empezar a hundirnos, para buscar la dirección del Padre.
En medio de la dificultad es sumamente importante el enfoque. ¿Miramos a Dios o a los problemas? La solución no está en ignorarlos, ni en ir contra ellos con todas nuestras fuerzas, está en afrontarlos de la mano de Dios. Joel Osteen escribió: Deje de decirle a Dios cuán grandes son sus problemas. y comience a decirle a sus problemas ¡Cuán grande es Su Dios!
El primer paso es despreocuparnos; el segundo paso es orar, expresar a Dios todo lo que nos pasa y lo que nos aflige, poner delante de él nuestras necesidades, bien sean físicas, espirituales o emocionales, ninguno de nuestros problemas es insignificante para Él, porque nos ama; el tercer paso –que entra en la oración –es agradecer, darle gracias a Dios por todo, recordemos que todo, todo, cada circunstancia en nuestras vidas, hasta el más mínimo detalle, fue puesto o permitido por Dios, quien nos da la maravillosa seguridad de que obrarán para bien, de que cada detalle contribuye al cumplimiento de su propósito aunque ahora no lo entendamos, pero no es necesario entenderlo, es necesario confiar. Luego de despreocuparse, orar y agradecer, vea lo que sucede, lea filipenses 4:6-7.
¿Cómo puede llevar este aprendizaje a la práctica? Hay una respuesta para cada vida. Medite en la lectura, y encontrará la suya.