Montañista novata.
Me enamoré de las montañas
Everything starts with the right motivation.
En realidad no es accidente, y lo sé porque la ocurrencia de casi todo rasgo morfológico de la Tierra se puede explicar con tectónica de placas. Pero eso no tiene nada que ver con lo que vengo a contar.
Mis memorias infantiles mas nítidas que involucran montañas son 1) yo con mi papá en Mérida, enseñándome la nieve a lo lejos de la cumbre del Pico Bolívar, y las tantas veces que fuimos a recorrer el páramo merideño en carretera y 2) subir de pequeña Sabas Nieves con el gentío usual que hace parecer la concurrida estación de guardaparques un centro comercial.
Pero hasta los 16 años viví pegada al mar, a la costa y al morro de Lecherías que tanto me gustaba. Me mudé a Caracas a estudiar una carrera de la que no estaba segura, a una universidad que no conocía y a una Caracas que sólo conocían mis recuerdos de niña.
Practicamente, de marzo a septiembre del 2017 pasé por los que fueron los meses más oscuros de mi vida universitaria. Debido a la situación económica, corrupción, descontento social y la antipolítica que nos gobierna, mi país atravesaba oleadas de protestas, sobre todo estudiantiles, de las que empecé a formar parte, pues ya la indignación, la tristeza y la rabia agobiaba. De una Caracas que solía vivir de mi residencia a la universidad y de la universidad a mi residencia, empecé a usar el metro más que nunca, a conocerme los nombres de las avenidas, de las autopistas, a ubicarme en la ciudad, a visitar museos saliendo con amigos cuando desistíamos de aquél estrés, buscando la contraparte de exponer nuestras vidas en peligro. No me fui a mi pueblo, que andaba también caótico y me quedé en Caracas en ese lío. A veces parecía que todo iba a explotar, a cambiar, pero…después, todo empezó a aflojar, lo último que recuerdo fue que en la última protesta en la que estuve me doblé el pie saltando una reja del Ccct, cuando la gente empezó a correr como loca porque a penas habíamos llegado, y los GNB atacaban la movilización con lacrimógenas. Bla, bla, bla, no es bonito recordar eso…la universidad retomó actividades con las fuerzas que le quedaban e inscribí ese verano una materia (un general :( )
Mi Caracas: la vista desde mi resi.
En estos aires de salirme de la rutina, de descubrir mas "la capital", también buscar aventuras, hacer más ejercicio y buscar formas alternativas de vivir mi vida universitaria en una Caracas que desconocía, me empeñé con una amiga (mi compañera de cuarto desde siempre) en ir al Ávila tanto como podíamos.
Empezamos con la rutina de ir al típico Sabas Nieves de Altamira, facilito y devolvernos, un día llegamos hasta El Banquito, pero la verdad no salíamos de ahí. Sin embargo, nos encantaba, pero no nos sentíamos con la total confianza de subir más.
El Ávila se convirtió en mi distracción, mi refugio, mi salvación.
Había subido varias veces al Pico El Ávila en teleférico con los panas, y con mis amigos admirábamos lo bonito de Galipán y sus casitas en las faldas de la montaña. Veía a los montañistas y caraqueños subir con la satisfacción y cansancio en sus caras cuando llegaban al hotel, y de inmediato, sentía la emoción de hacer algún día esta actividad. Preguntaba cómo, por dónde, qué se necesitaba, hacía preguntas bobas. Sentía que era algo que toda persona viviendo en Caracas tenía que hacer, al menos una vez. ![]
()
Tenía varios amigos que me contaban de lo super chévere que era subir hasta el Hotel Humboldt (Pico El Ávila) por la ruta de Sabas Nieves, sin embargo, nunca tuve al mismo tiempo alguien que estuviese en la misma onda, que conociera el camino, que me llevara de la mano cual niña pequeña por esa ruta. Un amigo nos iba a acompañar, pero, algo ocurrió que esas semanas no pudo, estuvo enfermo o algo así. Luego, estaba fuera de la ciudad. Y otra vez, nos desilusionamos un poco. Un grupo de amigos habían subido a Naiguatá esos días, yo me había ido a Pto. La Cruz, Nakary a Calabozo, y nunca se dio esa oportunidad. Pensé que nunca iba a poder. ¿Por qué era tan difícil agarrar unos macundales y lanzarme a la montaña? Simplemente, no se daba la oportunidad de pasar más allá de Sabas Nieves para mí, de encontrar a alguien que nos acompañara a hacer la ruta hasta el Humboldt, al menos.
Cuando regresé a Caracas, Nakary y yo nos prometimos ir a Pico Naiguatá, y esto no implicaba lo difícil de la subida sino lo de cuadrar al grupo de amigos con quien ir, al amigo guía que ya haya ido (porque hace falta), la logística de las carpas (prestadas, porque no tenemos), la comida, la llegada a La California, etc. Pero, teníamos una deuda pendiente con el Humboldt. Sabíamos que era un buen comienzo para nuestra aventura de montañismo de novatas.
Total. Mi amiga y yo hicimos un complot, estábamos tan obsesionadas con ir que un día simplemente nos lo planteamos. Pero no mucha gente nos siguió en la locura. Sólo un amigo de nosotras, Víctor, accedió a la invitación. La invitación de dos locas que querían lanzarse al Ávila, sin conocer la ruta, sin haberla frecuentado, pero con la fiebre de comernos la montaña, porque puedo hablar por las dos, no podíamos ver hacia el norte sin buscar el hotel en lo lejos, sobre la montaña caraqueña.
La verdad, lo más difícil siempre fue cuadrar con la gente que quieres ir, que todos puedan al mismo tiempo, que todos tengan ganas de ir al Ávila, que todos quiera mover ese cul…etc. Entonces, eramos mi roomate Nakary y yo; no nos importó que nadie "no nos parara bolas", en el sentido de que sabíamos lo que queríamos y sin pedir permiso nos lo propusimos. Y dijimos una noche: "mañana subimos al Humboldt". Y nos lo creímos al punto de que nos preparamos, cocinamos la comida que nos llevaríamos, y así fue: "En Altamira, a las 8am", le dijimos a Víctor.
No pretendo motivar a nadie a que haga lo mismo. La verdad, intento lo contrario. Lo que los tres hicimos, y hasta el sol de hoy en día me siento culpable, fue muy imprudente. No debimos.
Nadie me puede quitar el brillo de los ojos, porque lo siento, cuando veo El Ávila. Pero ese día que subimos marcó un antes y un después. Nunca llegamos al Hotel Humboldt como planeado, ni nunca bajamos en teleférico como planeado. Después de ese día, si antes amaba a mis tres amigos aventureros, hoy los veo y los aprecio con el alma. Ese día alguien nos dio una segunda oportunidad. Fue una experiencia enriquecedora, pero fue un susto.
Por supuesto, estamos bien. Si no, no estaría escribiendo esto. Mi primer intento montañista fue fallido pero me dio la motivación necesaria para seguir involucrandome. Nakary y yo nos "picamos" hasta decir basta. Cualquiera sale corriendo y se deja de tanta inventadera, porque el susto que pasamos no fue normal. La buena noticia es que nada nos hizo rendirnos, y no dejamos la montaña, y sí, la respetamos aún más.
Así, mas o menos fue como me empezó la fiebre del montañismo.
Necesitaba un refugio, una distracción. Los sucesos de más de la mitad del 2017 fueron bastante duros.
Tenía amigos que hacían hiking y mochileaban, empecé a preguntar hasta por la marca del bolso que usaban, veía sus fotos y moría de envidia.
Quería mi propia aventura. Recorrer Venezuela siempre ha sido mi sueño, en general, los espacios naturales me llenan de paz.
Conocía El Avila de manera geológica, por la materia Geología de Campo, sin embargo, no es lo mismo subir midiendo rumbos y buzamientos, buscando esquitos y gneises a dejarse llevar y sentir la emoción de la subida, la maravilla de los paisajes.
Compartir la naturaleza, mi amiga y yo éramos el dream team y compartimos la misma pasión montañera. A mi me encantaba subir rápido y a ella bajar rápido. Aunque fuese hasta El Banquito, lo disfrutamos.
Este año, he subido dos veces a Naiguatá, tres veces al Humboldt (la primera vez fallida), y recorrí la Sierra Nevada de Mérida llegando a Pico Espejo (4765msnm) en un trekking de 5 noches y 6 días. Me siento orgullosa de lo que he logrado, y me convencí de que el montañismo es lo mío. Siento que es una de esas cosas en la vida que te enciende el alma. Que te llena.
Proximamente, contaré un poco más de mi perdida en el Ávila (y mi salvada).
Y que me rinda el tiempo para contarles de mis otras experiencias montañistas, que aunque novatas, me llenan de mucha emoción.
Hoy en día, sé que esta es una de mis pasiones, encontré algo que me encanta. Simplemente, no puedo no admirar la silueta de la Cordillera de la Costa, y buscar los picos El Ávila, Oriental, Occidental, etc. y que se me erice la piel.
Me enamoré y valió la pena.