EL JUICIO DE LOS 7 EN CHICAGO
La historia relata que en octubre de 1968, la convención del Partido Demócrata debía elegir su candidato presidencial. Las cosas habían cambiado en los últimos meses. Los días parecían más veloces que nunca. El presidente Johnson tuvo que resignar sus ansias de reelección debido al descrédito por la creciente participación norteamericana en Vietnam.
Luego quien parecía el candidato perfecto a sucederlo, Bobby Kennedy fue asesinado; esta muerte se produjo poco después de otra que hizo temblar a la sociedad de Estados Unidos, la de Martin Luther King.
El vicepresidente Hubert Humphrey iba a ser elegido como candidato. Una mala elección: era Johnson, aunque sin el carisma y el pasado de LJB. Pero antes de eso, antes de que su candidatura quedara firme, en esos cuatro días de discursos, ritos y apoyos, fuera de la sala en la que los delegados jugaban a la política, las calles de Chicago ardieron . . .
Lo que produjo los disturbios fue un cóctel de presión social, grupos de protesta organizados, un clima de época efervescente, la resistencia que producía la guerra de Vietnam y la militarización de la ciudad por parte del alcalde Richard Daley. El alcalde quiso demostrar que en un año violento (los riots tras la muerte de Martin Luther King se habían extendido por todo el país), él podía asegurar el orden en su ciudad y que el camino era la mano dura. Entre policías y tropas federales 15.000 hombres armados sitiaban la ciudad.
Las distintas organizaciones pacifistas decidieron movilizarse a Chicago para expresar su oposición a la guerra y al presidente Johnson. La ciudad se puso firme en prohibirles manifestarse frente al lugar en el que se llevaba a cabo la Convención. Tampoco les permitió realizar un festival musical (Festival por la Vidase se llamaría). Cada pedido para realizar una marcha o un acto público fue rechazado por los funcionarios. Los manifestantes (sus líderes) sabían que los choques serían inevitables y que eso redundaría en su causa.
Otra consecuencia de ese clima fue que la candidatura de Humprey, débil en sí misma, quedaría famélica después de esos cuatro días. Richard Nixon ganaría las elecciones.