La Tormenta.
Ya la escucho llegar. Ahí viene. La terrible. Ensucia groseramente el azul del cielo, espanta a las aves, hunde a los barcos, se come al sol, derriba a los árboles, y si su ira es suficiente, escupe maldiciones eléctricas contra la tierra. Atormenta. Atormentada.
Todo lo que tiene que ver con ella resulta bastante contradictorio, porque cuando habla yo solo escucho gritos. Lástima que su boca solo salen truenos. Odia la noche y todo lo oscuro, porque lo relaciona con lo malo, pero aún así, desde aquí solo veo sus ropas negras, nubes de lluvia molestas con el mundo acercándose como un mal augurio cada vez que llega. No estoy segura de cuál es su intención cuando el viento es tal que destroza mi hogar, ni cuando me envuelve en su fría y desenfrenada lluvia como si estuviera furiosa conmigo, ni mucho menos cuando simplemente arruina mis días soleados con su amarga presencia y sus miradas de decepción, como si ya ni siquiera valiera la pena hacer todo lo que ya mencioné.
Por más molesta que sea La Tormenta, también la he visto llorar con sus ligeras y tristes lloviznas, marcharse con un permanente aire de derrota por no ser deseada por más de uno, desprender destellos y rayos mudos. A veces me pregunto si el ser tormentosa también es su maldición, y si alguien la convirtió en eso, o si solo nació siendo de esa forma, y no sabe ser nada más, y si tal vez solo ha necesitado de mi compañía todos esos días soleados que arruinó, o si solo ha querido llamar mi atención con su voz áspera o su odiosa lluvia. Pero aún sabiendo esto, no puedo perdonarla. No entiendo nada respecto a ella porque solo sabe vociferar, nunca me muestra lo que realmente siente aunque lo grite y es imposible pasar por alto las horrorosas nubes negras que viste. Sencillamente su presencia me resulta insoportable; incluso cuando trata de presentarse en silencio, sin cubrir completamente el cielo, como queriendo que no la excluya. Siento repulsión, y no se cómo arreglarlo. No se quién le tiene más miedo a quién.
Ojalá y yo no amara tanto los días soleados, tuviera más resistencia al frió, pudiera entender los relámpagos con los que habla y no me doliera cada mirada y sentimiento rancio que emana, y ojalá ella aprenda a ser más valiente, haga las paces con los días soleados, descubra cómo es sentirse cálido, se dé cuenta de lo bella que puede sonar su voz cuando habla suavemente y su alma no estuviese tan enojada.
Pobre de ti, Tormenta, y pobre de mí, tu atormentada.