Nadie.

Ha perdido la cuenta de las veces que termino perdido en un mar de inseguridades en el que se ahogaba en segundos. Tormentas interiores, ni un puto rayo de sol, esperando impaciente que llegase el arcoíris.
Hoy te quieren y mañana se van y todavía esperan que lo llamen amistad. Que les jodan a los que se fueron, a los que pudieron pero no quisieron, a los que decidieron coger la puerta e irse corriendo porque aquel desastre les quedaba grande.
Y ahora, una vez más, se siente pequeño a los ojos de un mundo en el que siente que no encaja.
Se siente incapaz de hacerle frente a esa montaña que empezó por un problema y se ha convertido en cien, cien rayadas, cien rotos, cien cicatrices, cien intentos que solo sirvieron para romperse un poco más.
Ha perdido la cuenta de las veces que termino jodido para evitar que otros fuesen los que acabasen así.
Y ese fue su fallo, tenerse como opción en vez de como preferencia, centrarse en los demás olvidándose de su propia persona.
Terminó jodido, vacío y lleno de heridas por intentar salvar a quienes no tendrían inconveniente en dejarlo caer.
Se empeñó en estar para todos, pero no para él, porque hoy en día, eso es lo que cuenta, que estés siempre pendiente de ellos, que estes ahí para escuchar sus problemas, para darles consejos, para hacer que sus días de mierda valgan la pena.
Cuidaba de quien lo descuidaba y descuidaba a la única persona que se iba a quedar junto a él sin importar sus idas y venidas, si caía o subía, si sangraban sus heridas o por el contrario decidían que era hora de cicatrizar. Se descuidó por miedo a fallarles y por ese miedo termino fallándose a sí mismo.
Al fin y al cabo solo quería que alguien corriera hacia él y cosiese todos sus heridas con un abrazo.

Lo dio todo por quien no dio nada
y es que,
a día de hoy
todos quieren que estés,
pero nadie se queda.